Un abrazo detenido por la pandemia

Cómo se vive la educación en las alturas de Mendoza

A propósito del Día del Maestro, dos maestras de una escuela de frontera abren sus aulas vacías para confirmar que allí, en plena montaña, la docencia deja huellas. “Nuestros niños nos necesitan, y nosotros a ellos", dicen las mujeres. Presentaron un protocolo para volver a las clases presenciales.

MDZ Sociedad
MDZ Sociedad viernes, 11 de septiembre de 2020 · 07:54 hs
Cómo se vive la educación en las alturas de Mendoza
Ana Bordas, docente de la escuela de Punta de Vacas. Foto: Municipalidad de Las Heras

El despertador suena cada lunes a las 5 AM. Ellas se levantan, toman un té o un café a las apuradas mientras buscan el guardapolvo, no pueden perderse el micro de las 6 para llegar puntual a la escuela, no tienen otro colectivo que las traslade hasta Punta de Vacas, Las Heras, Mendoza.

Al mediodía izan la bandera y hasta el viernes a las 5 PM no regresan a sus hogares. Educan, aprenden, comparten tristezas y alegrías. Conviven. Entre ellas y con sus 18 alumnos. En tiempos "normales", el bullicio de las aulas se apaga cada día a las 5, ellas ordenan sus carpetas, acomodan los bancos, descansan bajo el silencio apenas interrumpido por el ruido del viento y preparan la cena. “A veces son las 12 de la noche y la veo llenando planillas, esta mujer no para de trabajar”, revela Ana María Bordas sobre su directora maestra Miriam Elena Bayaregua.

Ambas tienen 30 de trayectoria. Eligieron la Escuela 1-390 Ejército Libertador de Punta de Vacas, casi al límite con Chile, para hacer cumbre como educadoras en plena Cordillera de los Andes. Una meta cumplida para las dos. Y allí quieren jubilarse.

Esta escuela se cerró en 2012 y el intendente de Las Heras, Daniel Orozco, consiguió que se reabriera en 2017. Tres frecuencias diarias de colectivo posibilitan que Miriam y Ana lleguen a destino cada semana. Lo mismo que los “profes” de Educación Física, de música, de inglés y de plástica. Porque se trata de un colegio de horario extendido, donde los niños de 6 a 12 años almuerzan, además de contar con materias suplementarias a las de la educación primaria formal.

Los niños llegan y corren al encuentro de Miriam, Ana y el resto de los maestros que habitan la escuela Ejército Libertador. También reparten besos al celador. Y los padres recogen algunos pedidos “de la ciudad” que amablemente consiguen los docentes ya que en este lugar del mundo no existen las librerías, pero los lápices y las hojas se gastan igual que en las escuelas de la ciudad. Uspallata es el punto de compras más cercano, pero a veces no pueden “bajar” por una goma.

Este año, la pandemia lo quebró todo. El coronavirus se propuso hundir el aislamiento que de por sí puede sentir esta familia educativa. Sin embargo, ahí están docentes y alumnos unidos para hacer frente a la batalla, combatiendo las distancias, la soledad, y soportando la falta de conectividad. Ellas se las ingenian para mantener el contacto, y sobre todo el rendimiento del ciclo lectivo de sus alumnos. Las clases virtuales parecen una utopía; entonces toman la puerta de metal de la cocina de sus casas como pizarrón, se filman en secuencia para que los videos no sean tan pesados y puedan descargarse, y una o dos veces al mes “suben” con los cuadernillos y las actividades para generar el necesario intercambio con sus padres y así poder avanzar en la educación de sus chicos.

Los desafíos de la “nueva normalidad”

El Día del Maestro, que se celebra hoy en todo el país, será muy especial para Miriam, Ana y para todos los que eligen esta profesión “como elección de vida”. Más aún para los maestros de escuelas rurales o de frontera, ya que la adversidad en estos tiempos de Covid se muestra ahí en cuerpo presente.

En el 2018 Ana Bordas se trasladó a la Escuela 1-390 Ejército Libertador de Punta de Vacas. “La elegí porque nunca había experimentado la ruralidad, mis hijas ya son grandes entonces me permitía tomar este trabajo, que no era más que elegir lo que quería”.

“La docencia acá es amor puro”, describe hoy frente al pizarrón limpio y el aula vacía de esta escuela de montaña que en setiembre cumplirá 80 años de vida. “Ya el viajar tres horas y media para llegar a los chicos, quedarnos acá durante la semana, compartir con mis compañeras y convivir con ellas, es algo que me enseña mucho. Aprendés mucho de los chicos también, de sus vidas de montaña”, afirma y considera que el maestro rural “está un poco abandonado, no se le da tanta importancia a este tipo de escuelas. Son distintas formas de enseñar a diferencia de un colegio capitalino con 600 niños”, compara.

Hoy, en este ciclo 2020 particular para la enseñanza formal, Bordas –con 33 años frente al aula- pide en silencio volver: “Nuestros niños nos necesitan, y nosotros a ellos. Necesitamos ver sus ojos, sus gestos, necesitamos el abrazo mutuo, de este modo completaríamos nuestra misión docente. Falta el vínculo que es tan o más importante que el desarrollo formal de la educación. El abrazo quedó detenido, y eso duele”.

Miriam Bayaregua detalla que en esta nueva realidad, el vínculo se establece por WhatsApp, por llamadas en línea. “Y estamos en una zona cordillerana donde el viento y el frío complican la conectividad, aparte de que no todos los niños tienen acceso a internet o incluso a un celular. Los chicos nos manifiestan esta necesidad de volver a la escuela, de encontrarse con sus compañeros, de compartir más allá de las diferencias. El vínculo social, sobre todo en esta escuela, es irremplazable”, expresa.

Entonces, la directora maestra con su secretaria Ana viajan cada tanto para entregar cuadernillos a los padres y tener una devolución de lo trabajado, para restablecer a partir de ellos esa relación educativa y afectiva tan primordial en los alumnos. “Y les traemos bolsones de alimentos ya que tampoco pueden trasladarse mucho y acá no hay una carnicería o una verdulería”, confirma Miriam, quien está al frente de la escuela de Punta de Vacas desde 2017 y tiene 27 años de trayectoria escolar.

“Desde que inicié el magisterio, quería trabajar en escuelas de frontera. Tuve la posibilidad de asumir como directora maestra, y me honra mucho. Es un objetivo cumplido”, nos cuenta. Y sobre sus “niños”, destaca que “necesitan una atención personalizada, de acuerdo a su nivel de proceso, para lograr una trayectoria escolar efectiva; se quedan sin lápiz y acuden a la escuela, acá no tienen adónde comprar”. De ahí su preocupación ante estos tiempos de “distanciamiento”.

En ese sentido, Bayaregua opina que sus alumnos “no tienen la misma movilidad social que si vivieran en la ciudad, por eso no tienen la misma exposición para contagiarse”. De este modo, junto con el personal docente de las otras dos escuelas del lugar (la de Puente de Inca y la de Polvaredas) “presentamos un protocolo para volver a dar clases presenciales”.

Su rutina ahora está “frenada”, mientras intenta el mejor modo para no perder contacto con sus alumnos. “Un video de un acto escolar, por ejemplo, que los deberíamos enviar por WhatsApp, tenemos que fraccionarlo porque no lo pueden bajar completo, por la conectividad. Nos manejamos más con capturas de pantalla o audios… nos la rebuscamos para que llegue el material de alguna manera”, detalla Miriam.

Y reflexiona: “Uno elige la docencia por una realización social por el otro. Todos tenemos la capacidad de aprender y todos aprendemos constantemente. La docencia es dejar huellas. Es una elección de vida”.

El micro está por pasar y hay que echar llave a la puerta de ingreso. Hasta una próxima visita. El angosto pasillo-biblioteca aguarda reabrir sus estanterías de libros. Lo mismo espera el General San Martín pintado en el mural del salón de actos. Miriam y Ana saben que este Día del Maestro tendrá un sabor amargo, sin embargo no pierden las esperanzas de celebrarlo con sus alumnos, en el abrazo más cálido de sus vidas que -como en sueños- logre frenar el viento y derretir el hielo del patio de su escuela de montaña.

Por Carolina Baroffio

Archivado en