Javier Milei vs Victoria Villarruel: el sistema presidencialista no sirve más
La grieta está en la cima, la crisis por el "divorcio" entre Javier Milei y Victoria Villarruel y la necesidad de repensar nuestro modelo institucional.

Milei y Villarruel, en otras etapas.
Archivo MDZLa historia reciente de nuestro país ofrece una postal recurrente: presidente, Javier Milei y vicepresidente Victoria Villarruel, enfrentados en plena gestión. Y no hablo de diferencias civilizadas ni disensos creativos. Hablo de fuego cruzado, traiciones explícitas y parálisis institucional dentro de un gobierno democrático.
En 2008, Cristina Kirchner y su vicepresidente Julio Cobos protagonizaron el famoso “mi voto no es positivo”. Un tajo que partió en dos a la fórmula gobernante. En 2022, la guerra entre Alberto Fernández y la propia Cristina dejó al peronismo tirado en la banquina. Y en 2024, el escenario se repite con nuevos actores y un guion aún más violento: Javier Milei llama “traidora” a Victoria Villarruel. La vicepresidenta lo acusa de montar una operación para dinamitar su figura. ¿Resultado? Una fórmula sin fórmula. Una república sin diálogo. Un Estado rehén del berrinche.
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Hasta cuándo vamos a tolerar este sainete
El sistema presidencialista argentino, copiado de la Constitución de EE.UU., supo tener su lógica en contextos de expansión territorial y liderazgo fuerte. Pero en nuestro caso degeneró en hiperpersonalismo, caudillismo digital y concentración disfuncional del poder. Hoy el presidente puede gobernar por decreto, vetar leyes, manejar la lapicera del presupuesto, intervenir el Congreso y despedirse en cadena nacional como emperador.
Lo que era una arquitectura institucional pensada para garantizar equilibrio y representación, se convirtió en una maquinaria de poder vertical, donde el diálogo político se volvió innecesario y la disidencia, peligrosa. Cuando el Ejecutivo se lleva puestas a las otras ramas del Estado, no hay república: hay capricho. La comparación global: ¿y si miramos alrededor?
Muchos países avanzados ya superaron este modelo.
- Alemania funciona con un sistema parlamentario, donde el jefe de gobierno(canciller) surge del Congreso. El presidente alemán existe, pero es simbólico: corta cintas y da discursos. El verdadero poder se construye con acuerdos entre partidos. La gobernabilidad se basa en la negociación.
- Italia, con todos sus problemas históricos, también transita el parlamentarismo. Su presidente no gobierna: modera. El poder reside en el primer ministro, que responde ante el Parlamento y puede ser reemplazado sin colapso institucional.
- Reino Unido, emblema del parlamentarismo, demuestra que una democracia puede ser estable, ágil y con controles reales. Los debates no se resuelven con cadenas nacionales ni insultos en redes sociales, sino en el recinto.
Incluso países latinoamericanos están repensando sus sistemas.
- En Chile, el estallido social de 2019 abrió un proceso constituyente que puso en discusión el modelo presidencialista.
- En Uruguay, si bien mantienen al presidente como figura central, el funcionamiento del Congreso y los equilibrios entre fuerzas políticas impiden los desbordes que vemos acá.
El caso argentino: 40 años de presidencialismo tóxico
Desde 1983 hasta hoy, cada presidente argentino llegó con el aura de salvador. Prometió refundar la Nación. Pero ninguno terminó sin conflictos graves con su vice, con su partido o con la institucionalidad.
- Menem dinamitó su partido y se reeligió con una reforma a medida.
- De la Rúa quedó preso del vacío político y terminó en helicóptero.
- Cristina y Cobos, guerra abierta.
- Alberto y Cristina, una ficción tóxica.
- Milei y Villarruel, versión punk de la misma historia.
Es una constante: la fórmula presidencial nace como pacto, pero termina como jaula. Cuando el poder está concentrado en una sola figura, el sistema colapsa apenas aparecen los desacuerdos. Y siempre aparecen.
Javier Milei y Victoria Villarruel: el divorcio público
La última escena es digna de guión de Netflix:
- Javier Milei, en plena gira internacional, acusa a su vicepresidenta de "traidora". ¿Su pecado? Mostrar autonomía en el Senado, acercarse a gobernadores, moverse con agenda propia.
- Victoria Villarruel, lejos de callarse, filtra off the records, responde con ironía, y muestra que su lealtad tiene límites. Milei, amante de los shows y los antagonismos, la expone como enemiga interna. El Gobierno queda dividido. El Congreso, en crisis. Y el país, en pausa.
Lo que debería ser una dupla de gobierno se transforma en un reality. Pero el drama tiene consecuencias: leyes frenadas, alianzas rotas, sociedad desconcertada. ¿Y ahora qué? Propuesta para el debate constitucional. No se trata de cambiar figuritas. Se trata de cambiar el tablero.
Abramos un debate nacional sobre la necesidad de pasar a un sistema semi-parlamentario o parlamentario, donde:
- El presidente tenga funciones protocolarias y diplomáticas.
- El jefe de gobierno (primer ministro) surja del Congreso, según la mayoría parlamentaria.
- El Congreso tenga poder real para removerlo, sin generar crisis terminales.
- Las coaliciones deban dialogar de forma permanente, con acuerdos escritos y programáticos.
- Este modelo exigiría mayor madurez política, pero evitaría el caudillismo del siglo XIX y la parálisis del siglo XXI.
- No se trata de copiar a Europa. Se trata de dejar de repetir un error.
Un nuevo contrato político
Nuestra democracia cumplió 40 años. Ya no es joven. Tiene cicatrices. Tiene historia. Y también debe tener coraje para mirarse al espejo y reconocer sus límites. El presidencialismo argentino está en coma. Produce más conflictos que soluciones. Multiplica los egos y reduce los acuerdos. Necesitamos un sistema que premie el diálogo, no el grito. Que valore la gestión, no el show. Que permita gobernar, no resistir. El país no puede depender del humor de un solo hombre. Ni de la lealtad ciega de su vice. Es hora de que el poder deje de ser una ruleta rusa y se convierta en una arquitectura funcional.
Argentina no necesita un nuevo mesías
Necesita un nuevo sistema. Uno que distribuya el poder, que estimule el consenso, que penalice el personalismo y que permita corregir rumbos sin detonar la institucionalidad. Un país que ha vivido con hiperinflación, crisis sociales, default, represión, y ahora un nuevo experimento de “anarcocapitalismo gobernante”, ya tiene el cuero duro. Lo que le falta es institucionalidad estable, diálogo constante y una estructura de poder más horizontal.
El presidencialismo argentino cumplió su ciclo. Lo que alguna vez fue una herramienta de orden, hoy es un generador de caos. Si queremos otro país, empecemos por otra forma de gobernar.
* Juan Pablo Chiesa es Especialista en trabajo y empleo. Magíster en empleo e innovación judicial. Diplomatura en IA aplicada a la gestión en entornos digitales
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