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Axel Kicillof se enteró de que Cristina Fernández de Kirchner le quiere dejar la herencia a su hijo Máximo

El Día de la Lealtad sobresalió por la creciente discusión sobre si habrá o no unidad, lista única o, directamente, abstenciones históricas. Desazón en todos los campamentos tras los discursos.
Axel Kicillof, durante el acto en Berisso. Foto: Gentileza Marina Espeche
Axel Kicillof, durante el acto en Berisso. Foto: Gentileza Marina Espeche

El Día de la Lealtad peronista, instituido por la movilización que las barriadas obreras suburbanas armaron para reclamar la libertad de Juan Domingo Perón en 1945, se transformó, con el correr del tiempo, en una fecha que algunos querían olvidar, que el kirchnerismo desterró de sus efemérides y que hoy fue noticia porque sus herederos, de Perón, Carlos Menem y Néstor Kirchner, están peleando por ver quién se queda con ese sello.

¿Por qué Menem en el recuerdo? Porque fue el jefe del movimiento durante diez años, el que lo “modernizó” y lo llevó a la derecha más extrema, corriéndolo del centro con preferencias a los sectores más postergados que siempre representó. Sin embargo, su nombre ya no figura en los diccionarios modernos del peronismo. Menos aún cuando sus sobrinos están en puestos claves del gobierno de Javier Milei.

Más implacable estuvo la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien se tenía guardada la foto con Estela Martínez de Perón tras su paso por Europa y hoy la posteó como un mensaje para el resto. Quizás diciendo, “se olvidaron de alguien que nunca habló a pesar de haber sido perseguida y presa”. Villarruel reivindica a la expresidenta y esposa de Perón porque fue la autora del decreto  de aniquilación de la guerrilla en 1975.

Pareciera que todos tenían derecho a hablar de Perón y del Día de la Lealtad. Pero la mayor tensión estaba en Berisso, el “kilómetro 0 del Peronismo”, porque desde ahí partió la movilización más grande a Plaza de Mayo a mediados del siglo pasado. Románticos, algunos pretenden significar que ahora nacerá ahí la carrera presidencial de Axel Kicillof.

Al gobernador nadie le quería discutir ese sueño. Lo único que le reclamaban era una definición de cara a las próximas elecciones del Partido Justicialista Nacional, donde hay una abierta disputa entre su jefa política y admirada Cristina Fernández de Kirchner y el riojano Ricardo Quintela.

En la Casa de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires hay una mezcla de desazón y sorpresa sobre Cristina. Es la misma sensación que cuando los adultos les confirman a los chicos cómo sucede el milagro de Papá Noel. No pueden creer que se meta a pelear una interna personalmente, bajando a distritos como Avellaneda y La Matanza, desconociendo a referentes que siempre le juraron lealtad.

Cristina hoy en Avellaneda, rodeada de rivales de Ferraresi.

La expresidenta estuvo más de una hora en la Universidad de Avellaneda, que conduce el rector K Jorge Calzoni, quien hace tiempo se distanció de Jorge Ferraresi y ahora se lo nota mucho más cercano al senador camporista Emanuel Santalla. Y su mensaje siempre estuvo teledirigido a la gestión de Javier Milei, algo muy parecido de lo que hizo Kicillof horas más tarde.

Sin embargo, como nunca antes había pasado, penetró en el análisis del gobernador y su gente que la expresidenta jugará directa y abiertamente en favor de su primogénito. Creían que iba querer influenciar de otra manera, no cargando las pilas para no solo conducir el partido, sino, también, ser la candidata a todo hasta poder poner a Máximo en la cima del poder.

Por eso fue que en su discurso, algo desarticulado, poco atractivo, nombró en varias oportunidades a Cristina sin que la multitud se inmutara o aplaudiera. Hasta la calificó como la mejor presidenta que tuvo el país y le exigió a la Justicia que no la meta presa. Esos gestos, sin embargo, no alcanzaron para colmar las expectativas que tenían en La Cámpora, que pretendía una sola cosa: que Axel dijera que Ella era la que tenía que conducir el nuevo proceso partidario.

Tampoco le cayó demasiado bien a Ricardo Quintela, a quien le sonó exagerada la cantidad de veces que nombró a su rival interna y la nula mención de su nombre. Cuando reclamó por la unidad y anunció su abstención a participar, ¿no lo pudo haber nombrado? Es difícil hacer eso en medio de una desazón como la que está sufriendo. Bastante que pidió que en el Partido Justicialista no se excluya a nadie y que todos son indispensables.

Evita llora por la herencia.

El respaldo de todas las centrales obreras, la tradicional CGT y las vinculadas con el sector estatal fue muy fuerte como mensaje político cuando ningún referente cercano a los Kirchner estuvo ni cerca de Berisso. También hubo presencias que hasta ayer podían estar en duda. La que más sobresalió es la de Lucas Ghi, cada vez más distanciado de Martín Sabbatella, quien quedó del lado del hijo de los dos presidentes y eso le repercute negativamente en toda la gestión por las internas cruzadas que se provocan.

La mañana había empezado con una profusa pegatina con la imagen de Eva Duarte, Evita, llorando, con el mensaje AP. La campaña la organizó el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, quien mantiene una histórica pelea por la representación del peronismo bonaerense contra Máximo Kirchner.

Si bien mantuvo el misterio, AP vendría a representar Alternativa Peronista o Acción Peronista. En esa instancia, lejos de la interna clásica, ya por fuera de todo lo que se discutió esta semana, no está solo, sino que desde hace meses viene hablando con Juan Zabaleta, Julio Zamora, Guillermo Britos y Ariel Sujarchuk, entre otros.

Sin fecha establecida para el histórico encuentro, Kicillof y Cristina Fernández de Kirchner saben que uno de los dos saldrá más que herido, en confianza o políticamente. El sábado es la fecha de cierre. No falta mucho para saber si hay heridos o hasta donde llegará la sangre.