Análisis

De Scaloni a Massa: un paralelismo entre las dos pasiones argentinas

Como sucediera con la selección nacional, Alberto Fernández apeló al "plan" del Chiqui Tapia: llamar a una persona que no muchos esperaban para hacerse cargo de una papa caliente.

Juan Ignacio Blanco
Juan Ignacio Blanco lunes, 1 de agosto de 2022 · 08:32 hs
De Scaloni a Massa: un paralelismo entre las dos pasiones argentinas

Hagamos un paralelismo entre el fútbol y la política, tal vez las dos pasiones más importantes de los argentinos. ¿Quién no ha discutido de fútbol o política en una reunión familiar, en un bar con amigos o en la cola de un banco o supermercado? El que no lo haya hecho y esté libre de ese pecado que tire la primera piedra. Son pasiones que vivimos a diario y que nos corren por las venas. Nos peleamos con amigos, mientras estamos de acuerdo con otros, nos "puteamos" con papá o mamá por intercambios de ideologías. Estamos a favor o en contra de un técnico o de un político. Pero siempre esperamos que, a pesar de no ser de nuestro gusto, les vaya bien para poder celebrarlo.

Recordemos el Mundial de Rusia y porqué no, también, las dos Copas América que perdimos ante Chile: las dos con el Tata Martino como conductor de un plantel plagado de figuras. Pero puntualmente plantémonos en la cita de Rusia 2018, donde llegábamos como subcampeones, aunque con un técnico tirado de los pelos y resistido por la mayoría como lo era Jorge Sampaoli

Ese año, Argentina iba a ver que pasaba. Claudio "Chiqui" Tapia improvisaba. Había bajado a dos técnicos como Martino y el Patón Bauza y se jugaba la carta con el pelado Sampaoli. La gente se resistía; el plantel también. La selección era prácticamente un cabaret y no generaba confianza ni siquiera hasta en el más acérrimo defensor de la celeste y blanca, ese que le prende velas a estampitas de Maradona y a todos los campeones del Mundo del 86.

El resultado de esa improvisación era un número puesto. Argentina, una vez más con gol de Marcos Rojo, lograba la agónica clasificación a octavos de final y encendía la luz de esperanza para Messi y compañía. Pero aquello duró solo unos días. En octavos nos tocó Francia y chau, nos volvimos a casa. Sin rumbo; con la desesperanza y la angustia de no saber dónde estábamos parados. La desazón nos comía las entrañas. Llorábamos. Sabíamos que era una de las últimas oportunidades para que Messi levantara la Copa que se le había negado en Brasil 2014; esa diadema en el pecho de nuestra camiseta que se nos viene negando desde México 86.

Con amenazas de renuncias a vestir los colores por parte de algunos referentes y con la incógnita de lo que iba a suceder a futuro; el Chiqui Tapia tiró un manotazo de ahogado. Le dio las gracias a Sampaoli, palmadita en la espalda y váyase a su casa. Acá no lo queremos más. El daño a la celeste y blanca ya estaba causado.

En una especie de interinato, apareció un tapadito. Con las manos detrás de la cintura, Lionel Scaloni comenzó a transitar por los pasillos de Ezeiza con el mero objetivo de provocar el recambio. Ese recambio que pedía a gritos la selección y que debía incluir la baja de varios de los pesos pesados del plantel. ¿Había confianza? Digamos que no. Muchos alzamos la voz y criticamos la decisión de Tapia de darle lugar a alguien que, más allá de las juveniles y el Mundial de Alemania 2006, no tenía la espalda como para bancar la parada ante semejante desafío.

Pero bueno: los argentinos ya estamos acostumbrados a las improvisaciones de nuestros dirigentes y, al menos en este caso salió bien, porque Scaloni logró como piedra fundacional de su gestión generar confianza extrema dentro del plantel. Los jugadores comenzaron a motivarse, comenzaron a hablarse unos a otros, comenzaron a amigarse con la celeste y blanca, siempre en torno a una figura fundamental como lo es Lionel Andrés Messi; el conductor, el único número puesto dentro del equipo.

A las claras queda que la idea del Chiqui Tapia funcionó. Argentina, después de 28 años volvió a ganar un título de mayores con la obtención de la Copa América del año pasado. Y lo festejamos, claro que sí. ¿Cómo no lo íbamos a festejar? Nos lo merecíamos. Estábamos "cagados" a palos por la situación de la pandemia, por la economía, por la falta de rumbo de un Gobierno que hacía, y hace, aguas por todos lados. Necesitábamos gritar. Necesitábamos salir a la calle. Necesitábamos ese gol del fideo Di María en el Maracaná.

Y con la política nos está pasando prácticamente lo mismo. Veníamos de una gestión regular como la de Mauricio Macri. Nos aumentaban los impuestos. El dólar comenzaba a descontrolarse. La inflación estaba en escalada y se volcaba a las góndolas del supermercado. Otra vez la misma historia. Otra vez lo cíclico de nuestro país; ese que tiene todo el potencial y nunca termina de evolucionar por las malas decisiones de los de arriba.

Llegaron las elecciones y todo lo que ya sabemos. Cristina Fernández de Kirchner lo pone a "dedo" a Alberto Fernández como su presidente; casi lo mismo que pasó con el Chiqui Tapia; y salieron a pelearle la elección a Macri. La ganaron en primera vuelta y muchos se ilusionaron. "Vuelve el asado", "la heladera llena", "volvimos mejores", casi como chicanas que se usaban de una tribuna a otra en las canchas cuando se permitía el público visitante.

Nada de eso pasó y hoy vivimos lo que vivimos en la previa de Rusia 2018. Un presidente que no sabe para donde ir que pone y saca ministros de Economía en cuestión de días; con un dólar blue que casi explota por los aires; con una inflación interanual de más del 60 por ciento; y con una crisis interna dentro del Frente de Todos que no termina de explotar por vaya a saber qué razón.

Y como en la previa de Rusia, Alberto Fernández, al igual que el Chiqui Tapia, llamó a Batakis para que se hiciera cargo de la papa caliente. Asumió, la desconfianza generó corridas del dólar; el plantel del Gabinete no se tranquilizó; los mercados nos miraban de reojos; y la mandó a Washington a reunirse con los altos mandos del Fondo Monetario Internacional. Algo pasó en el medio y le fue mal, y al igual que a Sampaoli, cuando se bajó del avión, le dijeron gracias por todo, palmadita en la espalda y a otra cosa.

En un manotazo de ahogado; Alberto llamó a Sergio Massa quien, al igual que Scaloni, camina con las manos detrás de la cintura pensando en cómo encaminar la cosa. Casi lo mismo; sin más experiencia que la jefatura de Gabinete; una candidatura a presidente; y una presidencia de la Cámara de Diputados. 

Pero algo pasó. Se generó expectativa. Y tras el anuncio del pasado jueves, los mercados se calmaron. El dólar blue comenzó a bajar. La gente, cruel si las hay, espera resultados.

Massa deberá refundar el equipo como lo hizo Scaloni. Generar confianza en el seno del pueblo argentino. Apaciguar los ánimos y salir a la cancha a jugar su propio Mundial contra poderosos como el FMI; los mercados; los bonistas; la inflación; la crisis social; el dólar blue; y puntualmente la desesperanza de la gente.

Alberto, como el Chiqui Tapia, apuesta a dos "tapados" para un área clave. Si sale bien, salvan la ropa. Sino, queman la gestión y "que Dios y la Patria se los demanden".

Archivado en