Revelaciones

Exclusivo: las últimas horas de Guzmán en el Gobierno

¿Cuándo quería Alberto Fernández que Guzmán renunciara? ¿Cuándo tomó la decisión el ya ex ministro? ¿Cómo se lo comunicó al Presidente? Las razones de fondo que lo convencieron que ya no tenía sentido seguir. Y los dos motivos que aceleraron su salida.

Carlos Burgueño
Carlos Burgueño sábado, 2 de julio de 2022 · 22:29 hs
Exclusivo: las últimas horas de Guzmán en el Gobierno
Foto: Télam

Martín Guzmán sabía el jueves pasado que sus días como ministro de Economía estaban llegando a su fin. Tenía planificada su salida para las próximas semanas. Y por esto aceleró la que creía era su misión final, para cumplir el que creía era su objetivo más importante desde que decidió regresar al país dejando aquel cómodo cargo en la Universidad de Columbia.

El ahora ex titular del Palacio de Hacienda quería cerrar la negociación con el Club de Paris, el único frente de endeudamiento externo sin acuerdo final. Luego de negociar la reestructuración de la deuda privada en aquel ya muy lejano agosto del 2020, de haber cerrado el Facilidades Extendidas con el Fondo Monetario Internacional (FMI), de terminar de reperfilar los vencimientos en pesos de junio por unos 500.000 millones (canje de bonos incluidos), para Guzmán cerrar el acuerdo con los países miembros del Club de Paris era su última meta.

Y que luego de esta misión, podría dejar el cargo y pensar en su futuro como referente mundial de las reestructuraciones generales de deuda. Si bien en algún momento se pensó como político, sabía el ahora ex ministro que esa jugada debía quedar para dentro de un tiempo, y que su pelea con el kirchnerismo había minado cualquier posibilidad de éxito futuro como referente económico máximo del Ejecutivo.

Pero para tener esa referencia de experto internacional apadrinado, nada menos, que por el Premio Nobel Joseph Stiglitz, Guzmán tenía que cerrar ese molesto capítulo de la deuda con los 22 países miembros del Club de Paris, a quienes se les deben unos U$S 2.444 millones (peanuts, al lado de las monstruosas deudas con otros frentes). Por eso presionó, y obtuvo, una audiencia con el titular de la oficina del Tesoro de Francia, Emmanuel Moulin, quién con agrado le dió turno para el próximo miércoles 6 de julio en París.

Con Moulin negociaría un plan de pagos y una reducción de las tasas de interés de 9% anual que cobra el organismo, y anunciaría el acuerdo final antes de que terminara la próxima semana. Habría terminado así su faena más importante, mirando fundamentalmente el futuro de su curriculum. Bajo su gestión, Argentina habría renegociado más de 100.000 millones de dólares de deuda externa, evitó el default y habría puesto al país nuevamente en la ruta de la credibilidad financiera internacional. Finalmente, cumplido este trabajo, hubiera llegado el momento de dar un paso al costado y publicar una carta que, más o menos, fue la que se conoció la tarde del sábado 2 de julio.

Guzmán estaba convencido de que el haber cumplido, con fórceps, pero cumplido al fin, las metas pactadas para el primer semestre con el FMI había sido su acto final dentro del equipo de Alberto Fernández. Ya no soportaba las embestidas del kirchnerismo y la obligación a la que lo sometía el propio jefe de Estado formal de tenerle prohibida la respuesta directa a la ex Presidenta y a los sucesivos voceros que lo tenían como punching ball mediático cada mañana.

Tampoco ya soportaba no poder manejar las políticas monetarias, energéticas y cambiarias del gobierno según su propia lógica lo que, aseguraba ante quién quisiera preguntárselo de manera directa, hacían temblar el Facilidades Extendidas que con tantos problemas debía negociar con el FMI. Si bien estaba acostumbrado a las embestidas crónicas de parte de Cristina Fernández de Kirchner, Máximo Kirchner, Andrés Larroque y similares, las últimas novedades que le llegaron a su escritorio determinaron que ya sintiera que su tarea había llegado a su fin.

Y que solo quedaba saber el momento de cerrar su carpeta de ministro de Economía. Hubo dos datos finales que lo convencieron que ya su tiempos estaba acabando. El primero fueron las trabas a la segmentación de las tarifas de energía, que no terminaban de aprobarse de manera definitiva en el Ejecutivo y que hicieron que la meta de lograr una reducción del gasto en 0,6% este año (aplicando la reducción de subsidios desde junio), fuera ya una utopía.

En el mejor de los casos, y si el esquema tarifario no se estrellaba contra una pared de presentaciones judiciales que frenarían la intención, la reducción de los subsidios aportaría una contracción de 0,2% del PBI. Un porcentaje muy menor y casi insignificante para mostrarle al Fondo en el capítulo donde Guzmán más se había comprometido a reducir para lograr una meta final en el 2022 de un 2,5% de déficit fiscal.

El segundo motivo que molestó de manera definitiva a Guzmán fue la media sanción que el jueves pasado obtuvo en el Senado el proyecto de moratoria previsional, idea surgida en el Patria y que de aplicarse implicaría una demolición total del Facilidades Extendidas. Sabía el ahora ex ministro que si esa idea llegaba a convertirse en ley (algo difícil por el voto negativo de la oposición en Diputados), tendría un impacto fiscal de casi 1 punto del PBI, lo que demolería definitivamente la meta de 1% de desequilibrio final para el 2023. Confiaba Guzmán en que esta idea nunca sería finalmente tratada, pero su aprobación en la Cámara Alta se sintió en Hacienda como un misil directo a su credibilidad ante el FMI.

Estos eran los razonamientos de Guzmán del jueves pasado al  mediodía. Y la explicación que les dio vía celular a sus pocos amigos que le quedaban en el Gabinete Nacional al justificar su ausencia en la reunión de la Casa de Gobierno de la mañana de esa jornada. El ministro explicaba que estaba terminando de ordenar ese viaje a París y que debía recibir además a enviados del Banco Mundial. Y que, en consecuencia, su presencia en la reunión de Gabinete tenía que esperar.

Para la tarde del jueves tenía agendada el seguimiento de los vaivenes de los chúcaros mercados y los resultados en los bonos en pesos de la refinanciación de deuda por unos $ 240.000 millones que había cerrado la tarde del miércoles y una reunión de prensa con un puñado de periodistas. Luego, el viernes, un encuentro pactado con gente de la CAF y terminar de definir el formulario final para la aplicación de la segmentación del incremento de las tarifas de los servicios públicos.

Sin embargo, el primer día de julio, las cosas cambiaron como un guante.

Guzmán sintió casi como una traición una frase llegada desde Presidencia sobre un posible ultimátum a su gestión si se confirmaba que en junio la inflación se acercara al 5,5% mensual, quebrando la tendencia de tres meses en caída. Alberto Fernández le dio a entender a través de un emisario que si este porcentaje se confirmaba no se estaría cumpliendo la promesa que le había hecho Guzmán de una caída contante de la inflación desde el pico de 6,7% de marzo.

Y que, en el momento en que el dato se hiciera público, le quedarían minutos en su cargo. También había recibido reproches presidenciales por el desplome de los precios de los bonos en dólares reestructurados en agosto del 2020, los que para el jueves cotizaban navegando el 20% de VPN, un nivel de país en default y a tiro de interés de fondos buitre. Sintió el ex ministro que era un reproche a su tarea. Y no a los efectos de la interminable grieta entre el albertismo (especie ya en vías de intención) y el kirchnerismo, que a partir de la crisis generada por la polémica de la Fiesta de Importaciones había generado un vendaval de demanda de divisas y salida de posiciones en bonos reestructurados. Para colmo, sentía Guzmán que las posibilidades de entenderse con el otro economista importante en las cercanías del Presidente chocaban con los desencuentros sobre cómo campear la crisis. Miguel Pesce, desde el BCRA, ya no ocultaba las diferencias de gestión sobre la corrida cambiaria, y se quejaba de la falta de pericia financiera del Palacio de Hacienda. 

Guzmán, en definitiva un tiempista, cerró la posibilidad de su continuidad. Le dio a entender (a través del mismo intermediario que le había dado el dato inflacionario de junio) que aceptaría la renuncia, lo que finalmente se dio el viernes por la tarde. Lo demás es historia ya conocida. Pese a ser hincha de Gimnasia de La Plata, dio cátedra de bilardismo, y esperó para dar a conocer su salida al momento exacto en que produciría más daño a la persona que a partir de hoy será su enemiga directa. Su twitter personal se activó en el momento preciso en que Cristina Fernández de Kirchner hablaba sobre las coincidencias entre Guzmán y Carlos Melconian sobre el déficit fiscal. La pregunta que se contestará en horas es si también Alberto Fernández estaba al tanto sobre el horario exacto de la publicación de la misiva de salida del nuevamente experto en reestructuraciones de deuda de la Universidad de Columbia.

A propósito, ¿Stiglitz seguirá apoyando el programa de argentino de salida de la crisis?

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