De grietas y abismos: la polarización y la doble moral como forma de construir en política
La grieta, las divisiones radicalizadas son habituales y hasta pueden generar un debate virtuoso. Sin embargo en Argentina se ha convertido en la única forma de construir políticamente y hay una doble moral reinante. Un análisis a fondo de parte del politólogo Julio Leónidas Aguirre para MDZ.
Por Julio Leónidas Aguirre / Politólogo
Todas las democracias están atravesadas por antagonismos y líneas de división de distinta índole: económica, religiosa, por clases sociales, por intereses sectoriales y regionalismos, entre otros. Estos antagonismos no sólo son connaturales a una sociedad democrática, sino que además son positivos, pues nos permiten develar y enfrentar tensiones, conflictos, dilemas y desafíos que, de otro modo, permanecería irresolubles debajo de la alfombra. A su vez, frente a estas líneas de división se organizan constantemente las organizaciones políticas, la opinión pública y los apoyos políticos ciudadanos, constituyendo así un mecanismo clave para la orientación de los programas políticos y las acciones de gobierno.
La experiencia acumulada en las últimas décadas a nivel mundial nos permite sugerir que las democracias parecen estabilizarse en torno a cierto nivel de conflicto, difícil de cuantificar y predecir, pero alejado de dos extremos perniciosos: el estatus quo, donde nada cambia porque “son todos lo mismo”, y el antagonismo extremo, donde el país parece estar en riesgo si gana “el otro”.
Divide para construir
Para muchas personas, en la Argentina estamos más cerca del segundo escenario que del primero, por ello considero interesante reflexionar brevemente sobre un concepto de la ciencia política que podrá ser de utilidad para pensar la política en nuestros tiempos: la polarización. La polarización hace referencia al proceso que lleva a una división en dos extremos de la sociedad y las organizaciones políticas, generando que gradualmente todo el escenario político (no sólo la competencia electoral) se torne dicotómico. De esto hablamos cuando nos referimos a la famosa “grieta”. Veamos cuatro aspectos de la polarización que pueden ser interesantes para luego pensar el caso argentino.
Primero, la polarización puede ser moderada o extrema. En el primer caso, los matices y complejidades de la política habilitan múltiples intercambios entre las partes, en el segundo sólo basta conocer la posición de partida para deslegitimar a mi adversario, sus ideas y valores. En el primer caso podemos estar frente a un conflicto democráticamente conducente, en el segundo las tentaciones autoritarias crecen y se alimentan por la vía del desprecio mutuo. La clave parece ser, entonces, como evitar que la grieta se transforme en un abismo.
Segundo, los modos en los que la polarización surge y se incrementa en una sociedad son diversos. Para muchos analistas, la misma suele ser inducida por las élites políticas como una estrategia “fácil” para lograr apoyos por la vía del desprecio al “otro”, construyendo una identidad heterogénea pero sólidamente unida por un “enemigo común”. Esta estrategia, de claras reminiscencias populistas, requiere de un constante trabajo discursivo para construir a ese enemigo, y su éxito o fracaso puede depender de que efectivamente la construcción del enemigo remita a una línea de división social fácilmente identificable por la sociedad: nacional/extranjero, izquierda/derecha, peronista/antiperonista.
Entender sobre qué tipo de división social se sostiene la polarización no sólo nos permite prever si la misma tendrá éxito, sino que además nos permite conocer su posible dinámica y futuro. Por ejemplo, cuando la polarización se monta sobre líneas de división ideológica rígidas, la misma suele estructurarse en torno a proyectos políticos dogmáticos, como los que vimos a lo largo del siglo XX. Si bien en las modalidades actuales -¿postmodernas?- de polarización, desde EE. UU. hasta Argentina, la apelación a lo ideológico/programático es fuerte, lo que está en juego no son necesariamente programas políticos rígidos ni modelos de sociedad radicalmente distintos, como durante el siglo pasado (no está realmente en juego la diferencia socialismo/capitalismo, a pesar de la insistencia de algunos youtubers). Esto no significa que las diferencias entre los programas de gobierno no sean importantes, sino que lo que observamos como motores de la polarización hoy son construcciones identitarias que, si bien refieren cuestiones de “modelo económico”, no se reducen a ellos, ni tampoco portan la sistematicidad doctrinaria del pasado; sino que son más complejas, abiertas y volátiles, articulan elementos más heterogéneos y contradictorios, por lo que son más propensas a constituir identidades políticas de corto plazo, quizás destinadas a la intrascendencia histórica.
Tercero. Cuando la polarización se impone en una sociedad democrática, suele marcar la dinámica de la competencia política, convirtiéndose en una estrategia de construcción de identidades y apoyos políticos que, de ser exitosa, no deja margen para “jugar por fuera”; esto significa que no hay “Coreas del Centro” que puedan ganar elecciones cuando la polarización está instalada. Los “moderados” deben debilitar los fundamentos (discursivos y organizacionales) de la polarización para poder ascender en la escena política.
Cuarto y último. La polarización como estrategia de construcción de identidades políticas parece ser alimentada por la dinámica comunicacional de las redes sociales. Esto se debe a que los algoritmos que gobiernan estas redes generan deliberadamente sesgos en aquello que nos muestran, propendiendo a que veamos sólo opiniones favorables a las nuestras, insertándonos así en una suerte de burbuja donde toda la información que recibimos parece ser el eco de nuestros prejuicios.
Polarización en Argentina
Dicho esto, sugiero brevemente algunos puntos para abrir la discusión sobre la polarización política actual de la Argentina:
La polarización actual en la Argentina refiere a un factor político organizacional, que, si bien está anclado en divisiones sociales efectivas, es inducido “desde arriba” por una dirigencia política que no logra encontrar mecanismos alternativos de construcción política, en un escenario en el que la sociedad civil se ha ido desafiliando progresivamente de la participación política significativa.
La polarización se da entre coaliciones heterogéneas, pero con una progresiva identidad discursiva que emula una identidad programática -de centro izquierda y centro derecha, respectivamente- atravesada de múltiples contradicciones que dificultan predecir muchas políticas públicas a ser adoptadas por las mismas cuando lleguen al poder.
En virtud de lo anterior, en la modalidad que adopta la actual polarización argentina, y muy a pesar de lo que le gusta creer a amplios sectores de la militancia, no se militan causas, se militan organizaciones. Por ello, la doble moral está a la orden del día: lo que es bueno o malo, deseable o no, no depende de la cuestión en sí, sino de la organización política que está llevándolo adelante. De ello se sigue que, por ejemplo, las violaciones de Derechos Humanos en Formosa no prenden las alarmas que se espera que enciendan en un gobierno que dice portar como bandera irrenunciable la defensa de los mismos; también por ello, no parece generar indignación en la oposición que el expresidente cree una fundación para la defensa de la educación cuando durante su gobierno el presupuesto del área se redujo en aproximadamente un 30%.
De lo anterior se sigue que la genuflexión se transforma en una práctica virtuosa para el ascenso político de corto plazo, castigando con ello el pensamiento autocrítico y profundizando así el deterioro en la formación de cuadros políticos y funcionarios públicos.
En este año electoral, la campaña estará orientada a las faltas ajenas, no a las ideas propias. En un contexto complejo, ávido de soluciones inteligentes, la ausencia del debate de ideas nos debilitará enormemente.
Si los riesgos de la polarización extrema nos parecen graves, quizás debamos preguntarnos ¿como evitamos que la grieta se transforme en abismo? Lamentablemente, no tengo una respuesta satisfactoria. Sí creo, sin embargo, que existen varias cuestiones a debatir: primero, abracemos el pensamiento autocrítico y alejémonos del calorcito de la autocomplacencia ideológica que tan cómodamente ponen a nuestra disposición las organizaciones políticas y las redes sociales.
Segundo, no claudiquemos en la defensa de la deliberación pública, no dejemos que los monólogos agresivos -a la Twitter- se impongan sobre el diálogo entre iguales, y exijamos que nuestros funcionarios (en todos los niveles de gobierno) dejen de hablar “desde arriba” a sus bases electorales y comiencen a hablarnos a todos de modo más horizontal.
Por último, no glorifiquemos a la polarización como “la forma” de hacer política, mucho menos a las organizaciones actuales como las mejores posibles. La política se proyecta como potencialidad, por ello siempre desborda a nuestras limitaciones actuales.