Opinión

El mundo fue y no será de los hombres: las acciones positivas

Las acciones positivas son medidas que se implementan para eliminar las desigualdades existentes y suprimir las desventajas artificiales creadas históricamente entre mujeres y hombres. Un ejemplo de ello son las cuotas y la paridad política. ¿Son justas estas medidas?

sábado, 7 de septiembre de 2019 · 10:32 hs

Pensemos en una carrera de relevos en donde quienes participan se van pasando el “testimonio” en 5 etapas hasta llegar a la meta. A las participantes del equipo uno, pongámosles una mochila de 30 kg, y a los del equipo dos dejémoslos libres. Al llegar a la primera entrega, habrá una diferencia en el tiempo de llegada que se ampliará en las sucesivas postas. Arribado un punto, nos daremos cuenta del sin sentido e injusticia de la competencia y en la cuarta posta decidiremos quitar las piedras de la mochila del equipo uno. ¿Se encuentran ahora ambos equipos en condiciones de igualdad? ¿Podrá el equipo uno alcanzar al equipo dos en la trayectoria con sus propias fuerzas? Imposible, sería una meta inhumana. Entonces ¿Cómo reducimos esa brecha de distancia creada artificialmente?

Estas piedras que aún cargamos las mujeres en la “competencia” o en la construcción de nuestras sociedades tienen nombre concreto: son las restricciones legales que sufrimos hasta hace muy poco, que nos impedían trabajar, ganar dinero, heredar y hoy acceder a cargos de poder, vivir una vida sin violencia etc. Esto ha provocado una distancia o desigualdad artificial que se traduce en el acceso a los bienes económicos y a los espacios de poder que históricamente han sido acumulados en manos de los hombres.

Las piedras en nuestras mochilas son también los trabajos de cuidado sin valor económico y los discursos creadores de estereotipos que exaltan tanto la abnegación y entrega, como la santidad y represión sexual en las mujeres. Así, en nuestro país el equipo dos no sólo vio libre la pista para ganar la competencia y obtener los premios y beneficios de la misma, sino que no tuvo que preocuparse por los preparativos, los alimentos, sus hijos/as, nada. Todo quedaría a cargo del otro equipo.

Ahora bien, para cargar estas piedras sin quejarnos, estos valores nos fueron inculcados desde nuestra infancia, incluso y sobre todo, por nuestras maestras y madres: astutamente designadas como “árbitros” para hacer cumplir las reglas del juego que las condenaba a la derrota.

El truco estaba hecho. Las engañadas eran las mismas que defendían la gran estafa. ¿Cómo? Los organizadores del juego se encargaron de moralizarlas, haciéndoles creer que su virtud consistía en hacer cumplir esas normas y transmitirlas a sus hijas. Colonizadas ellas, colonizadas nosotras, la pista estaba libre para seguir corriendo y ya no habría de qué preocuparse.

Hoy en día pensamos que este relato es injusto y nadie se atreve a expresar abiertamente que no está a favor de la igualdad entre hombres y mujeres. Pero esto se expresa constantemente camuflado en frases como “ahora todas las leyes favorecen a las mujeres” “están exagerando y es un péndulo, ya se va a equilibrar” “se están cometiendo abusos”.

Las respuestas a estas frases son simples.

No es que ahora las leyes favorezcan sólo a las mujeres, sino que siempre favorecieron a los hombres y hoy estamos intentando equipararnos. Es que esa brecha artificial de beneficios y privilegios hacia los hombres no desaparece por “declarar la igualdad”, sino que es necesario tomar acciones positivas para acortar la distancia que se generó con las piedras. Importa entender que no sólo se restringieron los derechos de las mujeres privándolas de aquellos a los que accedían los varones, sino que al concebir al hombre como el ser universal y a la mujer como la excepción a la regla, tampoco se regularon derechos específicos y necesidades de la mitad de la población. Un ejemplo de esto son los derechos reproductivos o las leyes sobre violencia que sufrimos específicamente las mujeres. Porque he aquí una revelación: no somos hombres, y por lo tanto no necesitamos los mismos derechos.

Sólo entendiendo que tenemos distintos puntos de partida y obstáculos visibles e invisibles, es que estas acciones positivas nos parecerán justas. Así, en el caso de la cuotas o la paridad política, la idea clave no es pensar que mujeres inútiles ocuparemos las bancas por el sólo hecho de ser mujeres. Sino que necesitamos estas medidas para que los hombres no las ocupen por el sólo hecho de ser hombres, aunque sean inútiles.

Pareciera que la metáfora del péndulo es una idea tranquilizadora para aquellas personas que se sienten avasalladas por la búsqueda de la igualdad de las mujeres y la conquista de los derechos específicos que nos han sido negados, pero lo cierto, es que aún falta mucho espacio por conquistar. Lejos de ser un péndulo, el feminismo se nos representa como una flecha lanzada en todas las direcciones, que no se detendrá hasta lograr una sociedad igualitaria.

Finalmente, aquello que llaman abusos o exageraciones, parece traducirse como esa incomodidad que provoca ver a otras jugadoras en la cancha que antes no competían. Otras que pueden decir (y ser creídas), cuando alguien comete una injusticia o incumple las nuevas reglas del juego.

  • Emiliana Lilloy-Abogada
  • Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad (UCH-Fundación Protagonistas)

  • Directora en IGUALA Consultora