burnout

¿Cuán 'quemados” están los trabajadores mendocinos?

Un estudio de una universidad privada revela que cuatro de cada 10 empleados sufren altos niveles de agotamiento y dificultades para relajarse. En la provincia el indicador mejoró en promedio, aunque los millennials sufren más la crisis y las condiciones del mercado laboral.

miércoles, 31 de julio de 2019 · 09:38 hs

¿Tu trabajo te agobia? ¿Sentís desgano con tan solo pensar en tener que ir hasta allí? ¿Salís de trabajar sin fuerzas siquiera para hacer algo divertido? Aunque preocupante, la situación es ya normal y se corresponde con el Síndrome de Agotamiento Laboral, enfermedad reconocida de manera oficial por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en mayo pasado.

En Argentina el “burnout”, como se lo conoce popularmente, afecta a cuatro de cada 10 trabajadores según un estudio de la Universidad Siglo 21 y se posiciona como el mal de nuestros tiempos, aunque la situación en Mendoza es algo mejor que la media del país. “Durante el 2019 los niveles de burnout o estrés laboral crónico aumentaron con relación al 2018; se observa un aumento del 38,9% al 40,8% entre los trabajadores que indican que 'siempre o casi siempre' que le resulta difícil relajarse luego de una jornada laboral”, advierte el estudio.

Al mismo tiempo revela un aumento del 32,5% al 34,3% entre quienes señalan que se encuentran “tan cansados que no pueden dedicarse a otras cosas después del trabajo”.

¿Cuáles son las consecuencias de estar “quemado”? “No sólo una baja en los niveles de productividad y desempeño, sino que, sobre todo, las personas pueden sentirse menos involucradas y más distanciadas del trabajo”, recuerdan los especialistas citados en la encuesta.

Quemados en la tierra del sol

Mendoza mejoró respecto de la media con un declive del 3,7% en la cantidad de trabajadores con burnout grave. También bajaron en la provincia los niveles de cinismo o desinterés por la labor al caer del 11,1% al 8,3% el último año. Sin embargo, nuestra tierra no es ajena a un fenómeno que se ha convertido en una realidad lamentable a nivel mundial.

Que casi la mitad de los trabajadores sienta que su trabajo es una verdadera carga no solo física sino además psicológica, y que sus consecuencias se exitendan a sus relaciones sociales y familiares resulta preocupante.

A este cuadro depresivo suma su paleta de grises la crisis que atraviesa Argentina, que achica y precariza el mercado laboral. En medio de una recesión que ya supera el año, muchos prefieren atravesar la tormenta en su cáscara de nuez de su empleo actual -aunque esto implique alimentar su burnout- a intentar remontar la corriente.

El panorama es claro: no hay muchas oportunidades puertas afuera de la oficina y, las que están abiertas, no ofrecen garantía alguna de mejoría.

De hecho los millennials navegan en las aguas de la crisis y el síndrome del “quemado” con los cuestionados “empleos de plataforma” como única alternativa a mano.

Una respuesta típica al burnout es la aparición del “cinismo” frente al trabajo, señala el relevamiento. “El burnout produce un fenómeno denominado cinismo, se trata un daño en la salud emocional que deriva en la sensación de desvalorización de las tareas de las personas y en la percepción de no tener las competencias que su puesto le requiere”, según explica el Dr. Leonardo Medrano, Secretario de investigación del Observatorio de Tendencias Sociales y Empresariales de la Siglo 21.

Difícil que repartir pedidos en bici o moto a cuenta propia, sin incentivos como vacaciones o baja por enfermedad pagas, obra social o plus por productividad motive a la fuerza laboral. De hecho la propuesta de “libertad para trabajar cuando y como quieras, sin jefes ni horarios”, puede generar una contradicción psicológica entre el alivio por una parte y la tensión por la falta de respaldo de leyes laborales por la otra.

Y en el caso de quienes tienen un empleo en el sector formal-tradicional, el síndrome de agotamiento puede también aumentar en un contexto de más de 10 años de una inflación incontrolable, incertidumbre permanente sobre el costo de vida y la dificultad de proyectarse a futuro.

De esta forma el diagnóstico del “mal de la época” en el país queda medianamente trazado; no así un posible remedio que cure sin efecto placebo.