Política

Lavagna, esa ilusión

Lavagna no está solo, aunque muchos, ilusionados con él o demasiado desilusionados con toda la otra oferta electoral, lo valoren sin considerar qué llegaría con él a la Casa Rosada.

domingo, 17 de marzo de 2019 · 10:00 hs

¿Eduardo Duhalde lo volverá a hacer? Aquel que asumió la presidencia tras haberla perdido en las elecciones con Fernando de la Rúa, le dio plataforma y catapulta a una dupla que luego gobernó la Argentina por 12 años: Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Antes, asociado sedujo a los radicales que se dejaron seducir para que no cedieran a la oferta de De la Rúa de hacer un gobierno “de unidad nacional”. Aceptarlo, implicaba asumir cargos de gestión. Pero siempre fue más sencillo copar la calle y tirar piedras, reclamar lo que se sabe que no se puede obtener. Desgastar, digamos, hasta que el señalado no tenga bases y se caiga... o se vaya en helicóptero.

Hace poco, en diálogo con MDZ Radio, propuso a los argentinos que aceptemos un indulto a los grandes empresarios acusados de corrupción. Ve que los “capitanes de la industria” están cayendo presos por primera vez en la historia, por ser corresponsables del desquicio de coimas y sobreprecios que ha regido históricamente en el país y cree que eso representa un caos para su estilo de democracia: al parecer, esa en la que hay que mirar para otro lado cuando estas cosas pasan y son aceptadas en silencio; en la que de lunes a sábado se peca y el domingo se consigue la absolución en misa.

Aquel plan del 2001 de Duhalde tuvo una pata sustancial que fue la Iglesia. Armaron el “Diálogo Argentino” mientras se lo cortaban a la institucionalidad que establece la Constitución Nacional y generaron nuevos parlamentos corporativos de toma de decisiones. Los partidos también fueron vaciados de su esencia: la falange en la que se repartieron los pedazos de una torta que nunca cuajó, ante el desesperado apuro de los comensales por lanzarse sobre ella, se denominó Movimiento Productivo Argentino. Pasaron por allí políticos de orígenes variados, empresarios que crecieron bajo ese ecosistema y hasta intelectuales que le dieron letra e inventaron una filosofía (aplaudidora y carente de preguntas y, por lo tanto, barata y oportunista) a sus propósitos.

Hoy han encontrado a un hombre al borde de sus 80 años sobre quien montarse, cual Caballo de Troya. Se llama Roberto Lavagna y ya lo conocemos, aunque con raptos de memoria convenientemente recortados de acuerdo a la conveniencia y los deseos. Duhalde, en definitiva, es un ilusionista que consigue encantar vaya a saber con qué trucos, aunque ya sabemos con qué resultados.

Duhalde, con la figura de Lavagna, ha logrado entusiasmar a los que ven extenderse su agonía política, ya sea por anticuados, caducos, desprestigiados, sospechados o por ser viejos socios en la repartija de los fondos estatales que ahora no saben cómo sobrevivir de otra forma que no sea ese capitalismo parasitario que cultivaron como religión. Pero también hay muchos ingenuos que creen que Lavagna llega solo a su postulación. No quieren ver detrás a Duhalde, ni al sindicalismo que se volvió patrón y consiguió sobrevivir eternamente en patos demoníacos con todos los factores del poder, otrora.

Lavagna con Cristina Kirchner.

Y están las nuevas generaciones de empresarios que se hallan entrampados entre dos fracasos: no quieren repetir kirchnerismo y les da vergüenza volver a creerle a Mauricio Macri que “esta vez sí”. Aunque en reuniones sociales recen el Padrenuestro libertario de Jose Luis Espert, temen que pueda concretar el milagro liberal y tengan que empezar a competir en serio, a cazar en la selva para conseguir sus presas, y no dentro de un zoológico. Y ven casi con ternura a las otras opciones de un peronismo que no se la cree, con un Sergio Massa que dejo de recoger heridos en su ambulancia política para conducir una morguera cargada de zombies, a un Juan Urtubey que es más futuro que presente, a un Miguel Pichetto que es el enlace con todas las formas del pasado...

Cambiemos, y sus vericuetos inclasificables, que ofrece al electorado como horizonte un crucigrama de difícil comprensión, fortalece la ilusión de un Lavagna joven, dinámico, líder, poderoso y despojado de malas influencias.

Pero nos estamos mirando en un espejo sucio, el mismo de siempre, que refleja fantasmagorías que nos desconciertan, ilusionan, confunden o empujan a creer ciegamente en lugar de pensar.