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Opinión

El polvo protege el álbum familiar

Cada vez quedan menos en la casas y su secuencia se detuvo en algún punto del tiempo familiar. Allí está en los anaqueles, con el polvo que lo protege, para no ser descubierto. ¿Serán objetos de culto en algunos años? Es que desde la incorporación masiva de la camarita digital, el viejo álbum agoniza como objeto mítico a la vez que se pierde el ritual del repaso colectivo.

El papel de la memoria social es fundamental en la constitución y construcción de la identidad colectiva. El primer uso popular de la fotografía es la conmemoración de los hechos de los individuos en tanto miembros de familias así como de otros grupos. En las ceremonias de Bodas, los cumpleaños, las fiestas, la infancia de los niños, el viaje a Mar del Plata o a Chile, siempre se eternizan en la toma de fotografías. Las cámaras se integran a la vida familiar y se tornan indispensables. Mediante la fotografía cada familia construye una crónica de sí misma con un conjunto de imágenes que atestiguan la solidez de sus lazos, de esta manera la familia reafirma periódicamente su unidad.

Hay una correspondencia entre la práctica fotográfica, la integración grupal y la necesidad de registrar los momentos más intensos de la vida conjunta: los niños fortalecen la cohesión familiar, aumentan el tiempo de convivencia, y estimulan a sus padres a conservar todo esto y comunicarlo mediante fotos. Dice Bourdieu: “el álbum familiar expresa la verdad del recuerdo social, nada se asemeja más a la búsqueda artística del tiempo perdido que esas representaciones comentadas de las fotografías de familias, ritos de integración por los que la familia obliga a pasar a sus nuevos miembros”.

Con el turismo, se produce el mismo acto de solemnización. Las fotografías permiten la posesión imaginaria de un pasado irreal. Parece antinatural viajar por placer y no llevar cámara de fotos. Las fotografías son la evidencia irrecusable de que la excursión se hizo, se gozó del viaje y se cumplió el programa.

Las fotos de fiestas, son otra muestra donde funcionan mecanismos similares. Por el hecho de ser contemplación colectiva y ceremonial, la fotografía prolonga la fiesta de la que participa, el uso festivo de la imagen de la reunión. Imagen excepcional, capta los momentos de excepción, los “buenos momentos” que se transforman en “buenos recuerdos”. La fotografía será vista como fue vivida, con todo el coro de risas y bromas que prolongan y despiertan las risas y bromas de la fiesta. La fotografía fija ese recuerdo, frecuentemente no dice de qué y porqué hemos reído, es testimonio al menos de que nos hemos reído mucho.

Es necesario diferenciar el uso fotográfico del artista, del doméstico familiar. Si bien pueden utilizar la misma máquina, mientras uno se rige por códigos de su campo de formación estética que lo condiciona y determina, el otro uso se manifiesta por el contenido consagratorio de lo “no cotidiano” en oposición a la rutina, por ejemplo el cumpleaños de un hijo. Desplazamiento en ambos casos a lo imaginario de sus representaciones de lo real. Bajo la fotografía se filtran los signos de lo subjetivo que han sido cultivados por los hábitos de clase o grupo social del que se es parte.

Algo hemos perdido con el impacto de la fotografía digital. Tal vez ese ritual del álbum con mate y facturas de por medio, en un domingo de lluvia, que abríamos para recordarnos.
Los usos contemporáneos se desplazan a la carpeta de archivo que tenemos en la computadora y allí, repasaremos esos momentos, pero en derredor de la máquina y no en la mesa, que integra en círculo. “Se ha ganado en calidad”, dirán algunos. Pero el objeto-álbum que hoy tal vez moleste y ocupe lugar físico, tiene otro sentido y sensación táctil en el desplazamiento circular en el grupo. Bienvenida la digitalización porque recupera y conserva mejor lo viejo para no olvidar. Pero siempre algo se pierde en toda transformación tecnológica. Usos sociales que generan otros ritos, diferentes y diversos, quizá más individualizados.