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"Resistí 8 días malherida en la selva tras ser la única sobreviviente de un accidente aéreo"

La holandesa Annette Herfkens iba con su prometido de camino a unas soñadas vacaciones de playa, pero el destino tenía otros planes para ella.

La holandesa Annette Herfkens y su prometido iban camino a pasar unas vacaciones románticas en un resort de playa en Vietnam.

Era 1992. Ella trabajaba en el sector financiero en Madrid y mantenía una relación a distancia con Willem —o Pasje, como lo llamaba—, un excompañero de universidad.

Cuando el pequeño avión en el que iban se aproximaba al aeropuerto de Nha Tang, Annette y Willem sintieron que se descolgaba súbitamente.

"Escucho cómo los motores aceleran. Se descuelga de nuevo. La gente grita. Él me mira. Yo lo miro. Nos agarramos la mano y entonces todo se vuelve negro", relató Annette en el podcast Lives Less Ordinary de la BBC.

El impacto fue absolutamente catastrófico. Todos los pasajeros y los miembros de la tripulación murieron. Todos, menos Annette.

Duró ocho días tumbada en medio de la selva, sin poder caminar, sufriendo el dolor intenso de las heridas y las fracturas en todo su cuerpo, los efectos de la deshidratación y la pérdida del amor de su vida.

Lo que sigue es su testimonio de lo que vivió durante esas horas que, según dice, le enseñaron a encontrar belleza en los momentos más oscuros de la vida.

BBC

Empecé a salir con Pasje porque me retó. Me dijo: "Sé algo que tú no te atreves a hacer". El reto era besarlo.

Para ese momento, ya éramos muy buenos amigos, y vivíamos en la misma residencia para estudiantes.

Al poco tiempo de estar saliendo, nos dimos cuenta de que lo que había entre nosotros era amor verdadero. Sentimos que nos habíamos ganado la lotería y desde entonces nunca dejamos de estar juntos.

Ambos, sin embargo, teníamos la intención de irnos al extranjero, así que decidimos seguir nuestra relación a distancia y vernos tan seguido como fuera posible.

Para 1992, Pasje trabajaba en Vietnam, y decidimos que nos daríamos unas vacaciones románticas allí.

Ya llevábamos muchos años juntos, él me había pedido matrimonio y estábamos discutiendo dónde y cómo nos casaríamos.

Al llegar a Vietnam, yo quería ver cómo era su vida allí, cómo era su oficina, pero él, como buen holandés, había planeado un viaje a las 7 de la mañana.

Me desperté un poco de mal humor, porque quería dormir más. Y, cuando vi el avión, le dije: "no me voy a subir ahí".

Era muy pequeño. Un Yak-40 de fabricación soviética. Y yo siempre he tenido claustrofobia.

Cortesía de Annette Herfkens
Annette y Willem se conocieron estudiando en la universidad y desde entonces nunca dejaron de estar juntos.

"Sabía que me dirías eso, pero por favor, hazlo por nosotros", me dijo Pasje.

Irnos en auto no era una opción porque la selva era demasiado densa. Y él me repetía: "Hazlo por mí. Lo vas a disfrutar mucho".

Entonces, me convenció. Subí al avión y vi lo pequeño que era. Tuve que ignorar mis instintos. Se suponía que iba a ser un vuelo muy corto, de 55 minutos.

Mi corazón latía con fuerza. Nos sentamos en la segunda fila, yo en el pasillo.

Durante el vuelo, me sentía muy incómoda. No dejaba de mirar el reloj de Pasje.

Veía cómo pasaba cada minuto mientras recitaba un poema en alemán que había tenido que aprenderme en la escuela para pasar el tiempo.

Cuando faltaban cinco minutos para aterrizar, el avión se descolgó.

La gente gritó. Pasje me miró asustado y me dijo "no me gusta esto". Y yo, un poco enojada, le respondí: "Seguramente solo es una turbulencia. Es lógico que un avión así de pequeño se descuelgue de esta manera. No te preocupes. Todo va a estar bien".

Los motores aceleraron y volvimos a caer en picada. La gente gritó aún más fuerte. Él me miró. Yo lo miré. Nos agarramos de la mano.

Todo se volvió negro.

La única sobreviviente

Me desperté rodeada por los ruidos de la selva. Los grillos. Los monos.

Empujé algo pesado que había encima de mí, que resultó ser uno de los asientos con un hombre muerto. Con mi empujón, el cuerpo se cayó del asiento.

Miré a mi izquierda y ahí estaba él, Pasje, todavía sujeto a su asiento, con una sonrisa dulce en el rostro, pero definitivamente muerto.

Debí entrar en shock en ese momento, porque lo siguiente que recuerdo es estar en el suelo de la selva, rodeada de vegetación.

No sé cómo logré salir. Tenía las piernas rotas. 12 fracturas en las caderas. Un pulmón colapsado y la mandíbula rota.

El avión se estrelló contra una montaña, perdió un ala, chocó contra una segunda montaña y volcó.

Yo no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Fui como una prenda solitaria en la secadora y aterricé debajo del asiento de la persona que estaba al otro lado del pasillo.

Cortesía de Annette Herfkens
El avión en el que iban Willem y Annette cayó en la montaña Ô Kha, al sureste de Vietnam.

Por fuera del avión vuelto pedazos, todo era vegetación. Muy exuberante. Recuerdo que vi unas hormigas rojas y enormes. Ramas, hojas, y mis piernas desnudas. No supe dónde quedó mi falda.

En la pierna tenía una enorme herida abierta. Alcanzaba a ver el hueso y los insectos ya se agolpaban alrededor.

Entonces, vi a un señor vietnamita a mi derecha. Estaba vivo y hablaba.

Le pregunté si creía que vendrían los rescatistas y dijo que sí, porque él era un hombre muy importante.

Se dio cuenta de que me avergonzaba tener las piernas desnudas, así que sacó unos pantalones de traje de una pequeña maleta de mano que llevaba y me los dio.

Me puse esos pantalones con un dolor tremendo, lo cual quizás diga algo sobre cómo buscamos mantener las apariencias, incluso en las situaciones más insólitas.

Pero también puede ser que con ese gesto me salvara las piernas de los insectos.

Hacia el final del día, vi cómo el hombre se iba debilitando, cómo se le escapaba la vida, hasta que finalmente bajó la cabeza y murió.

Al principio, escuchaba los gemidos de dolor de algunas personas. Pero cuando cayó la noche en aquella montaña, ya no se oía ningún otro sonido. Me quedé completamente sola.

La selva

Cuando el hombre vietnamita murió, entré en pánico.

Tuve que concentrarme en mi respiración. Nunca había hecho cursos de mindfulness ni nada por el estilo. Fue puro instinto, pero me ayudó mucho.

En lugar de juzgar la situación, la observé y la acepté tal y como era. Me dije: "Esto es lo que pasó". No estoy en la playa con mi prometido.

Me enfoqué en el presente y en evitar que mi mente se desviara pensando en escenarios aún más catastróficos como "¿y si viene un tigre?".

Obviamente todo eso y mucho más se me pasó por la mente. Estaba en la selva, así que era una posibilidad real.

Pero la verdad era que en ese mismo momento el tigre no estaba ahí, entonces decidí que me ocuparía de él cuando viniera.

Los primeros dos días me quedé cerca del cadáver del hombre vietnamita para sentirme menos sola, como Bambi con su madre.

Con el paso del tiempo, se puso cada vez más repugnante, hasta que tuve que alejarme.

En lugar de quedarme viéndolo, miré la selva. Miré los miles de hojitas que tenía al frente.

Cortesía de Annette Herfkens
Annette dice que, después del accidente, la selva se convirtió en su lugar seguro.

Yo era una chica de ciudad. Trabajaba en el sector financiero, viajaba constantemente a Nueva York y Londres. Y de repente me di cuenta de lo hermosa que era esa selva.

Cuanto más me concentraba en las hojas, en las gotas sobre las hojas y en cómo la luz se reflejaba en las gotas, más hermosa se volvía.

Me quedé absorta en esa belleza. Pero claro, tenía que sobrevivir.

Al principio, llovió un poco y saqué la lengua, pero eso pronto dejó de ser suficiente. Tuve que hacer un plan.

Noté que el material aislante del avión era una especie de espuma.

Repté on los codos, arrastrando las caderas y las piernas heridas, y con todo mi esfuerzo me incorporé. Agarré la espuma como pude, la tiré al piso y luego me dejé caer. Me desmayé del dolor.

Cuando desperté, con la espuma logré amasar siete cuencos pequeños. Los alineé y esperé a que lloviera.

En el bolso de una chica encontré un poncho que me ayudó a solventar el frío.

Ese mismo día, empezó a llover a cántaros. No solo se llenaron mis cuencos, sino que pude leventar el poncho y tomar un sorbo de él.

Me supo como la mejor champaña. Estaba muy orgullosa de mí misma. Pensé: "¡mírate, chica exploradora!".

Y me di cuenta de lo increíble que era estar vivita y coleando en esas circunstancias.

"No pienses en Pasje"

No tuve otra opción que disociarme de la muerte de Pasje.

Cada vez que pensaba en él, miraba en mi mano hinchada por las picaduras de insectos el pequeño anillo de 10 euros que me había comprado en una joyería de Leiden, en los Países Bajos.

Realmente, creo que habríamos sido un matrimonio perfecto. Éramos mejores amigos, almas gemelas. Era una persona encantadora, muy cálida. Guapo, pero sin comportarse como guapo.

En todas esas horas tumbada en la selva, no me permití a mí misma pensar en él. Sabía que eso me haría llorar y me pondría tan débil y sedienta que no podría sobrevivir.

Ni siquiera me atreví a volver a buscarlo entre el avión. "No pienses en Pasje", se convirtió en mi mantra.

Pensaba en mi familia. Pensaba en toda el agua que salía de sus duchas y en lo bonito que era que ellos pudieran beber agua todo el día.

Cortesía de Annette Herfkens
Annette y Willem se habían prometido matrimonio.

Eran pensamientos felices y cariñosos. Me sentía querida. Estaba segura de que me estaban buscando de alguna manera.

Pero la falta de comida y las heridas empezaban a afectarme.

Al sexto día, estaba casi drogada. Me estaba muriendo, pero de la manera más hermosa y feliz.

Veía sin parar la belleza de la selva, todos esos colores, y sentía una especie de onda de amor que venía hacia mí. Cada vez me elevaba más.

Y entonces, por el rabillo del ojo, vi a un hombre vestido de naranja.

Salí un poco de mi estado mental alterado y volví a mirar. Definitivamente había un hombre. Tenía un rostro hermoso.

Empecé a gritar y eso me trajo de inmediato de vuelta a la Tierra. Volví a sentir un enorme dolor, pero también me di cuenta de que había conseguido mi boleto de salida de allí.

Le dije: "¿Puedes ayudarme?". Él estaba un poco lejos y no reaccionó. Solo me miraba fijamente.

"Hola. ¿Puedes ayudarme?, por favor", insistí. No hizo nada. Al final del día, desapareció. Pensé que había sido una alucinación.

Pero a la mañana siguiente regresó.

Yo me enojé muchísimo. Empecé a maldecir en todos los idiomas y él se volvió a ir.

Y pensé: "Oh, no, lo insulté, ahora sí se fue para siempre".

Pero al final del día, del octavo día, aparecieron en el horizonte ocho hombres con bolsas para cadáveres. Venían hacia mí.

El rescate

Me mostraron una lista de pasajeros en la que señalé mi nombre.

Me dieron un sorbo de agua de una botella, me subieron a una lona atada a dos palos por los extremos y me sacaron de la selva.

Fue la segunda vez que entré en pánico. Completamente. No quería irme. Quería decir que quería quedarme ahí con mi Pasje. Quería seguir en mi hermoso estado mental.

Ellos se quedaron mirándome un poco preocupados porque se dieron cuenta de que estaba muy asustada. Me pusieron en el suelo y se quitaron los zapatos. Pensaban que me estaban haciendo daño al caminar y no querían lastimarme.

Entonces, me puse a mí misma en un segundo lugar. Me concentré en ellos. Me olvidé de mi pequeño yo y pensé en que esos hombres me estaban ayudando y se habían quitado los zapatos por mí. Les agradecí.

Cortesía de Annette Herfkens
Annette Herfkens escribió su historia en un libro que fue traducido a varios idiomas.

Acampamos en la mitad de la selva y me llegó un dolor muy intenso, muy real. Ellos montaron una pequeña tienda, hicieron una fogata, y me colgaron entre dos palos.

Esa noche empezó a llover. Ellos se metieron en la tienda y a mí me dio mucho miedo. Es curioso, porque en los otros días, estando sola, no había tenido miedo.

Les dije que por favor no se metieran en la tienda, que no me dejaran sola.

Fueron muy cariñosos. Encendieron el fuego, me dieron más arroz y más agua.

Cuando llegué a Ciudad Ho Chi Minh, vi a un colega mío, Jaime.

Luego vi a los hermanos de mi prometido e inmediatamente quise hablar con ellos. Me sentía responsable de decirles cómo había fallecido su hermano, que tenía una hermosa sonrisa en el rostro y no había sufrido.

Luego llegó mi madre. Recuerdo que le alcancé a decir: "¿Viniste hasta aquí para verme?", y entonces me rendí por completo.

Empezó a sonar el bip, bip, bip de los aparatos del hospital y tuvieron que ponerme algo en el pulmón.

Literalmente, casi me muero al verla.

El después

Por supuesto, todos en mi familia pensaron que me había muerto. Planearon un funeral conjunto con la familia de Pasje en Leiden, donde habíamos estudiado juntos.

Ya habían salido los anuncios en el periódico que hablaban de nuestra muerte, así que cuando volví a casa había un montón de cartas de condolencias. Muy bonitas y muy buenas para mi autoestima, por cierto. Todavía las recuerdo.

Y sí, lógicamente todos en mi familia se habían rendido. Pero mi colega Jaime, el que apareció en Ciudad Ho Chi Minh cuando llegué, no.

Él se negaba a creer que yo estuviera muerta y se enfadaba con quienes hablaban de mí en pasado.

Para cuando volví a los Países Bajos, me habían puesto la mandíbula en su lugar con tornillos y me habían inflado el pulmón. Las caderas solo tenían que quedarse quietas para volver a unirse. Me estaban volviendo a armar.

En las piernas, la gangrena era un problema muy grave y, afortunadamente, los médicos vietnamitas les dedicaron mucho tiempo.

En los Países Bajos me dijeron: "Oh, aquí te habríamos amputado las piernas sin duda. No operamos durante tanto tiempo". Así que les agradecí mucho eso.

Cortesía de Annette Herfkens
Annette y su hija.

El funeral de Pasje fue horrible. Me llevaron a la iglesia y fue como una boda, pero me estaba casando con el ataúd.

Había un féretro esperándome en el altar, y el hombre que me llevaba, instintiva o inconscientemente, dio unos pasos de más, como en una boda.

Todos mis amigos estaban allí. Eran todos los amigos que, literalmente, habrían estado en mi boda. Hermosos discursos, hermosa música.

Luego lo llevaron a la tumba, y a mí detrás de él.

Rehacer la vida

La selva para mí se convirtió en un lugar seguro. El mundo real se convirtió en un lugar aterrador, porque yo siempre lo tenía a él, a Pasje. Él siempre estaba ahí.

Volver sin mi otra mitad fue mi trauma.

Tuve que pasar por todas las etapas del duelo y lloré. Lloré mucho y todavía lo extraño.

Siempre pienso mucho en él. A medida que envejezco, veo toda la vida que él se perdió, todo lo que no hizo. No tuvo esos hijos que deseaba tan desesperadamente. Y tal vez nos perdimos nuestra vida juntos, que sentíamos que estaba destinada a ser.

En los meses después del accidente muchos de mis amigos de universidad se estaban casando, lo cual no ayudaba.

Yo, en algún momento, decidí: "Vale, no me voy a casar. Se acabó". Como la película "Cuatro bodas y un funeral".

Pero entonces, una amiga me dijo que solo había una persona que podría ocupar el lugar de Pasje: Jaime, el colega que había ido hasta Vietnam a buscarme y había creído que estaba viva cuando nadie más lo creía.

Y yo pensé: "Bueno, ¿por qué no?". Estábamos muy unidos y creo que tengo una tendencia a enamorarme de mis mejores amigos porque fue lo que hice con Pasje también.

Terminamos casándonos y teniendo dos hijos.

Mi hijo Max fue diagnosticado con autismo de pequeño. Y, cuando me enfrenté a esa noticia, recordé lo que aprendí en la selva, lo que me había salvado.

Una vez aceptas lo que tienes y no te obsesionas con lo que no tienes, la belleza se revela.

Al igual que acepté mi situación después del accidente, también lo hice con el diagnóstico de mi hijo. Y entonces vi lo que él es: una hermosa fuente de amor incondicional.

Por mucho que ame a mi hija, sigo teniendo expectativas de ella.

De él no. Es amor verdaderamente puro lo que él me da y lo que yo siento por él.

Esta nota es una adaptación de un episodio del podcast Lives Less Ordinary de la BBC. Para escucharlo, ve a este enlace.

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FUENTE: BBC