Opinión y redes: el espejismo de que tu voz importa
La vida en redes no es un mundo nuevo, es el mismo de siempre con megáfono. No cambió la humanidad: sólo amplificó la necesidad de que tu opinión sea vista.

Las redes sociales se han planteado como un lugar donde volcar la opinión de forma constante, aunque a nadie le importe.
En algún momento de los últimos veinte años, parecía que la vida online era algo nuevo, revolucionario, casi un segundo mundo en paralelo donde todo podía cambiar. Pero la verdad es mucho más simple, más aburrida y más vieja: la vida online no es otra cosa que una prolongación de la vida real. No es un nuevo tipo de persona, ni una nueva sociedad. Es la misma gente, haciendo las mismas cosas de siempre, con una nueva herramienta en la mano.
Un posteo es una frase, una foto, un comentario, una opinión lanzada en un lugar visible. Puede ser en Facebook, en Twitter, en Instagram, en TikTok o en una historia de WhatsApp; da lo mismo. Lo que define un posteo no es el medio, sino la intención: ser visto. Es lo que hacíamos en el club, en la plaza, en la sobremesa, en el trabajo, pero ahora amplificado y con permanencia.
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La enfermedad del posteo
Hay personas que usan este nuevo medio como si fuese una forma de intervenir en el mundo. Creen que cada vez que escriben algo, participan de algo más grande. Que un posteo puede cambiar el rumbo de una elección, que un meme puede corregir una injusticia, que un comentario ingenioso puede demostrar su superioridad moral o intelectual. Esto es lo que algunos empezaron a llamar, con algo de ironía, “la enfermedad del posteo”: una compulsión a intervenir, a opinar, a estar siempre diciendo algo para probar que uno existe, que uno importa, que uno tiene razón. Pero la realidad es otra.
El posteo no transforma a nadie. La persona que quiere llamar la atención con una selfie mostrando el desayuno lo hubiera hecho antes en la oficina, contando con lujo de detalles su dieta. El que grita en Twitter lo hacía también en las reuniones familiares. La que arma dramas en hilos interminables es la misma que antes se peleaba con desconocidos en la cola del supermercado.
Es la misma ilusión que tiene uno cuando va a votar: cree que cambia algo. Estima que su voto, su acción mínima, solitaria y anónima, es parte de una gran maquinaria que gira el rumbo de la historia. Pero su voto no cambia absolutamente nada. Es un consuelo, y sin embargo, lo hace. Porque puede, o le dijeron que debía. Porque la democracia, en su versión moderna, también contagió esta enfermedad: la de creer que decir algo implica una obligación de decirlo, y que hacerlo es un acto de trascendencia. Y no lo es. No hay obligación de hablar, y seguro que nadie está obligado a escuchar. Pero se sigue haciendo, y cada vez más, porque en el fondo hay una desesperación callada: la de existir más allá de una vida gris, pequeña, invisible. Esa es la raíz del posteo. El intento denodado, a veces patético, de probar que uno está vivo. Que vale algo y que su vida no se esfuma como el aire.
Qué cambió con las redes sociales
La vida online es un espejo, no es una mutación. Si uno era un pesado, ahora es un pesado con más alcance. Si uno era gracioso, ahora tiene más escenario. Si uno era inseguro, ahora necesita likes. Lo que cambió es la escala, no el contenido. El pueblo chico de la aldea se volvió global, pero los personajes son los mismos: el que se hace el importante, el que da cátedra, el que se victimiza, el que cuenta todo lo que hace como si fuera interesante. Lo que vemos en las redes no es una nueva generación de seres humanos. Es la misma humanidad de siempre, usando una tecnología más. Como quien pasa de escribir cartas a mandar audios eternos.
No hay evolución ni regresión, sólo hay continuidad. Lo digital no curó la estupidez ni la multiplicó, solo le dio micrófono. El que antes hablaba solo en la calle, ahora lo hace por YouTube. El que antes le gritaba a la televisión, ahora responde tuits. No cambió el mundo, cambió el medio. Y lo demás, sigue igual.
Las cosas como son.
Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.