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Nueva York: Impulsan regreso de las ostras como filtro natural

Cuando Henry Hudson llegó en 1609 con su velero de tres mástiles al puerto de Nueva York, que por entonces ni siquiera se llamaba así, el inglés debe haber tenido en mente los asuntos más diversos: conflictos con los pobladores originarios, la salud de su tripulación o la búsqueda aún sin resultados de una ruta marítima rumbo a Asia. 

jueves, 23 de mayo de 2019 · 11:35 hs

Lo que Hudson probablemente ni siquiera presintió es que debajo de su navío había bancos de ostras que se extendían por kilómetros y kilómetros. Más de 400 años después, poco queda de ese esplendor, pero ahora, activistas ecológicos están luchando por el regreso de estos moluscos.

Actualmente es difícil de imaginar que la metrópoli de 8,5 millones de habitantes ostentara alguna vez el título de capital mundial de las ostras. A la llegada de Hudson, los arrecifes de Nueva York ocupaban 890 kilómetros cuadrados.

"No había que adentrarse mucho en las aguas poco profundas para recoger ostras como si fueran fruta madura", relata Mark Kurlansky en su libro "The Big Oyster: History on the Half Shell" (La gran ostra: La historia de la media concha).

Sin embargo, a mediados del siglo XX los neoyorquinos za se habían devorado todas las ostras. Manhattan creció a lo ancho y a lo alto, y las orillas pantanosas y rocosas en las aguas de marea -un ambiente ideal para las ostras- fueron desplazadas por muros de contención y muelles. A esto se sumaron toneladas de aguas residuales y sustancias químicas.

El punto de inflexión llegó en 1972 con una amplia ley para el mantenimiento del agua. La pregunta era entonces: ¿Sería posible recuperar los bancos de ostras exterminados por completo e incluso ayudar a mejorar la calidad del agua gracias a su alta capacidad de filtrado?

En este contexto entró en acción el "Billion Oyster Project", el Proyecto de los Mil Millones de Ostras, que cada semana recicla 3,6 toneladas de conchas de ostras de unos 80 restaurantes de la ciudad y las convierte en ambiente reproductivo para larvas.

El estudiante Jaelin McGriff sostiene una red de conchas de ostras en el laboratorio del Proyecto de los Mil Millones de Ostras en Governors Island, donde ambientalistas y estudiantes están trabajando para reponer las reservas de ostras en el puerto de Nueva York.

En un primer paso se fecundan gametos en tanques de laboratorios portuarios especiales. Las larvas de ostras resultantes son alimentadas con cultivos de algas y después de dos o tres semanas se las coloca en otros tanques que contienen las conchas provistas por los restaurantes. Este procedimiento tiene éxito en entre un diez y un 40 por ciento de las larvas, que luego se transforman en ostras.

Más tarde, los moluscos continúan creciendo en jaulas flotantes y posteriormente en arrecifes artificiales y rejas construidos recientemente. Las ostras que se reproducen de esta forma no son comestibles porque las aguas del puerto están demasiado sucias.

Voluntarios y estudiantes de las escuelas públicas, que incluyen este proyecto sin fines de lucro en sus clases, ya plantaron 28 millones de ostras desde el comienzo de la iniciativa, hace cinco años. Pero lo que para algunos puede sonar a mucho, para Pete Malinowski, director del proyecto, es apenas el comienzo.

La meta son 1.000 millones de ostras, o sea que hasta el momento se ha alcanzado apenas el 2,8 por ciento, puntualiza. Mil millones de ostras limpiarían las aguas estancadas del puerto una vez cada tres días sin contabilizar la afluencia y la salida de las mareas del océano Atlántico, asegura Malinowski.

Pero los organizadores del proyecto persiguen una meta aún mayor: que se genere un vínculo más fuerte entre los habitantes, el puerto y su espacio vital.

"La mayoría de los neoyorquinos viven a una corta distancia a pie del agua, la mayoría de las calles terminan en el agua, pero los neoyorquinos no se identifican como habitantes de un puerto ni de un importante sistema natural", observa Malinowski.

Más de 6.000 estudiantes y 9.000 colaboradores han participado directa o indirectamente en el proyecto de recuperación de las ostras. Uno de ellos es Jaelin McGriff, de 17 años, quien se ocupa de las larvas en el laboratorio.

Aunque las ostras del puerto de Nueva York no sean comestibles, McGriff aclara que ya las ha probado en un restaurante. Sin embargo, prefiere quedarse con el aspecto biológico de la cuestión: "Me gustaron, pero tenían un regusto viscoso. No es mi tipo de comida preferida". (Dpa)