Análisis

¿Puede sobrevivir Ucrania a la "Operación invierno" rusa?

Desde la fallida invasión napoleónica de 1812 hasta el cerco nazi a Stalingrado en 1942, Rusia tiene una larga historia de derrotar a sus enemigos aprovechando el gélido invierno. Tal vez en esta ocasión eso no ocurra, pero tampoco será posible la victoria de Ucrania en la guerra. ¿Cuál es la clave?

Carlos Alvarez Teijeiro
Carlos Alvarez Teijeiro viernes, 9 de diciembre de 2022 · 07:03 hs
¿Puede sobrevivir Ucrania a la "Operación invierno" rusa?
Duro invierno Rusia busca "congelar" a Ucrania para doblegarla pero Zelenski cuenta con la ayuda de la comunidad internacional para evitarlo Foto: DW

Contando con el decisivo apoyo político, logístico y económico de la Unión Europea (US$17.500 millones) y la poderosa ayuda militar de Estados Unidos (US$48.000 millones) y de otros países la OTAN, tal vez Volodímir Zelenski logre sobrevivir a la “Operación invierno” orquestada por Moscú, y también consiga no sucumbir a mediano plazo contra unas Fuerzas Armadas rusas que se han terminado mostrando desmoralizadas y mucho menos invencibles de lo que Vladimir Putin pensaba el pasado 24 de febrero.

Ese día dio inicio una guerra a la que el Kremlin sigue denominando eufemísticamente "operación militar especial" destinada a la "desnazificación" del país vecino y a la “recuperación” de territorios que considera propios, las regiones prorrusas de Donetsk y Lugansk, así como a consolidar su presencia en la estratégica península de Crimea.

MiG-31 ruso en un aeródromo nevado.

Foto: DW. Apagón en la ciudad portuaria ucraniana de Odesa a causa de un ataque ruso con misiles.

Sin embargo, y aunque eso fuese posible, lo que es casi imposible es que Ucrania pueda vencer en la guerra sin atacar los territorios desde los que proceden los bombardeos masivos rusos que buscan arrasar con sus infraestructuras energéticas, sobre todo las de electricidad y agua, pero esos territorios son precisamente Bielorrusia y la misma Rusia.

Se trata, pues, de un improbable escenario bélico para el que Putin ya ha realizado la amenaza más que creíble de que responderá con armamento nuclear si Ucrania lleva la guerra a sus puertas, a pesar de haberla descartado retóricamente de puertas afuera, ante lo que la ONU, la Unión Europea y muy especialmente la OTAN se limitarían a muy poco más que a enfáticas e ineficaces condenas y sanciones, basta con ver que aun en medio de semejante conflicto e innumerables disposiciones en su contra la economía rusa sigue estable.

La clave: Ucrania carece de armamento para atacar Moscú (y nadie se lo quiere entregar)

De hecho, ningún aliado militar occidental, muy especialmente EE.UU., quiere enviar a Ucrania un arsenal con el que pueda alcanzar objetivos en territorio ruso y provocar una escalada bélica incontrolable, y esto es exactamente lo que acaba de ocurrir con la negativa de Joe Biden a entregar el sofisticado dron de largo alcance Gray Eagle MQ-1C, a pesar de las reiteradas y angustiantes peticiones de Volodímir Zelenski al respecto.

El dron Gray Eagle MQ-1C es capaz de volar hasta 25 horas a una velocidad máxima de 309 km/h, por lo que podría recorrer 7.725 kilómetros y alcanzaría sobradamente territorio ruso e incluso también bielorruso con la posibilidad de regresar a Ucrania.

Ucrania solo puede defenderse, aunque en ocasiones lo haga contraatacando de manera inesperadamente exitosa, como lo hizo al recuperar el enclave estratégico de Jersón, pero no puede atacar en su propio territorio -al menos a gran escala- ni a Rusia ni a su aliado bielorruso, aunque sí tal vez llevar a cabo escarceos puntuales como los ataques en la noche del lunes a dos aeródromos rusos situados a cientos de kilómetros de la frontera entre ambos países o el ataque de ayer con un dron en Sebastopol, base principal de la Flota rusa del Mar Negro.

De hecho, las lanzaderas de cohetes HIMARS poseen un alcance promedio de 270 km dependiendo de los misiles que se utilicen, y Moscú dista 840 km desde el punto más cercano de la frontera ucraniana, por lo que resulta inalcanzable, y otro tanto ocurre con Minsk, la capital de Bielorrusia, situada a 525 km de esa misma frontera.

En el caso de que Kiev decidiese utilizar sus mejores aviones de combate, los Mikoyan MiG-29, su autonomía de vuelo es de 1.430 km, por lo que podrían llegar a Moscú pero no regresar, y sería de un éxito muy poco probable repostar en vuelo, algo que además debería ocurrir en el espacio aéreo enemigo.

Este problema no afecta a los superiores Mikoyan MiG-31 rusos, cuya mayor autonomía de vuelo les permite atacar posiciones ucranianas y regresar a sus bases, máxime teniendo en cuenta que ahora buena parte de ellos opera desde los más cercanos aeródromos bielorrusos, a pesar del desmentido del presidente Aleksander Lukashenko al respecto, a lo que habría que añadir la inmensa desproporción entre ambas Fuerzas Aéreas en el número de aeronaves de todo tipo, 4.173 frente a 318, 13 veces más.

Aleksander Lukashenko y Vladimir Putin, dos socios en la guerra que niegan serlo.
Esta foto muestra que Rusia ya enviaba armamento a Bielorrusia antes de la guerra.
Foto: PlanetLabs. Imagen satelital de un campamento ruso en Bielorrusia.

Un avión ruso de carga Antonov 124-100.
Aviones MiG-29 de la Fuerza Aérea ucraniana.
Aviones de combate ucranianos en el aeródromo de Zhytomyr.

Por otra parte, y en el caso de que Zelenski insistiese ante sus aliados en otro tipo de operaciones, Vladimir Putin sabe a ciencia cierta que Ucrania solo puede atacar territorio ruso con armamento provisto por la OTAN, algo que juzgaría como una declaración de guerra en toda regla, quizás el inicio de una catastrófica Tercera Guerra Mundial.

En esas condiciones parece de verdad casi imposible que Ucrania gane la guerra, pero tal vez la equilibre y fuerce a una prórroga definitiva sin necesidad de llegar a la muerte súbita de los penales, en la que lleva todas las de perder. ¿Por qué?

En buena parte porque los HIMARS proporcionados sobre todo por Estados Unidos y Alemania le han permitido a Ucrania emparejar bastante la batalla contra los misiles rusos Iskander-M y los drones kamikaze iraníes Shahed-136 y Shahed-131 al servicio de Moscú, que son los responsables de los ataques a objetivos energéticos, lo que atenuaría el intento por "congelar" a su población en este invierno, tal y como habían expresado su temor tanto la administración Biden como el noruego Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN. un trimestre en el que la temperatura mínima promedio en el país es -4.8 grados.

Lanzadera de misiles HIMARS.
Misil ruso Iskander-M.
Lanzadera de drones iraníes Shahed-136.

A esto se añade que la pérdida paulatina de apoyo interno de Putin -una ciudadanía que cada vez se anima más a expresar tanto su desilusión como su descontento, y en la que no deja de aumentar el consumo de antidepresivos, que teme más a los reclutadores militares que a los soldados ucranianos- podría llevarlo tarde o temprano a aceptar que las posibilidades de un triunfo cercano, definitivo y total con unas Fuerzas Armadas en decadencia pueden aplicarse a guerras de baja intensidad y casi domésticas, como la de la aislada y solitaria Chechenia, pero no a la de Ucrania, incondicionalmente apoyada por sus aliados occidentales y por casi toda la comunidad internacional, conflicto que podría extenderse sin una rápida solución a la vista y terminar en una retirada tan deshonrosa como la de las tropas de la Unión Soviética en Afganistán en 1992, algo que no puede permitirse quien pretende perpetuarse en el poder como si de tratase de un zar absolutista del siglo XIX en el siglo XXI.

Muchos consideran a la de Chechenia como una guerra dentro de la Federación Rusa.
Una foto icónica: tanques soviéticos abandonando Afganistán tras 14 años de guerra, de 1978 a 1992.

A estas alturas del conflicto, quien acaba de ser elegido como personaje del año tanto por el diario Financial Times como por la revista Time, Volodímir Zelenski, debiera ser felizmente consciente para su país de que Rusia no es el poderoso Estados Unidos militarmente considerada, pero resultaría un grave error de cálculo no darse cuenta al mismo tiempo de que Ucrania tampoco es Vietnam.

Foto: eldebate.com.

Llegará la paz, o algo que se le parezca, nadie sabe cuándo ni dónde, ojalá más pronto que tarde, y tal vez a modo de unas tablas de ajedrez que ambos contendientes considerarán tan injustas como insuficientes -ninguno quiere perder, ninguno es capaz de ganar-, el improbable escenario en el que cada mandatario acepte de manera insatisfactoria las exigencias del otro, y en el que a Rusia solo le quedará conmemorar con tristeza la derrota de no haber ganado y a Ucrania penosamente la victoria de no haber perdido.

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