Conmemoración

El genocidio armenio: entre el reconocimiento y el olvido

Hoy se conmemoran 105 años de una de las tragedias más sangrientas de la historia: el Genocidio Armenio. El ser humanos nos obliga a recordarlo y a exigir su reconocimiento.

Juan Francisco Minetto viernes, 24 de abril de 2020 · 06:38 hs
El genocidio armenio: entre el reconocimiento y el olvido
Grupo de armenios ahorcados por fuerzas otomanas. Fuente: Andrés Mourenza, “Las claves del genocidio armenio”, El País, 2015.

No todos los libros de historia incluyen la matanza de más de un millón de armenios ocurrida entre 1915 y 1923 en el Imperio Otomano. La falta de reconocimiento no responde a ningún debate académico, ya que existe un amplio consenso entre historiadores de que se trató de un genocidio.  En cambio, el negacionismo responde a diversas presiones e intereses geopolíticos. 

¿Qué sucedió? 

El pueblo armenio vivía bajo dominio otomano desde el siglo XV. Aunque no recibían el mismo trato que los súbditos musulmanes, gozaban de cierta autonomía. Sin embargo, con el auge de los nacionalismos a finales del siglo XIX, empezaron a ser tratados con mayor hostilidad. 

La Primera Guerra Mundial no hizo más que acentuar el resentimiento hacia los armenios. Los otomanos estaban estaban confrontados con el Imperio Ruso, dado que sus límites no habían sido claramente definidos. El pueblo armenio habitaba esa zona fronteriza y también era cristiano, por lo que las autoridades otomanas temían una alianza entre ellos y Rusia.

Fuente: imagen editada de Agence France-Presse.

Las atrocidades comenzaron el 24 de abril de 1915 con la detención de más de 200 personalidades armenias de la cultura y la ciencia. El objetivo era privar al pueblo de potenciales liderazgos revolucionarios. Con el correr de los meses, el ataque se generalizó hacia toda la comunidad armenia. La mayoría murió tras ser obligada a caminar cientos de kilómetros a través del desierto mesopotámico sin agua ni comida. El gobierno del imperio también creó diversas organizaciones que crucificaban, quemaban y ahogaban a las víctimas. Otros grupos secuestraban a mujeres y niños y se los entregaban a familias turcas para que sirvieran de esclavos.

Muchas mujeres armenias secuestradas eran tatuadas para indicar que ‘pertenecían’ a alguien como esposa y esclava sexual.
Fuente: Lys Anzia, “100 years later Armenian women continue to be haunted by genocide”, Women News Network (2012).

El negacionismo y nuestro deber moral

Turquía y gran parte de la comunidad internacional siguen sin reconocer el Genocidio Armenio. Ankara no niega la existencia de masacres masivas contra civiles armenios, pero rechaza la utilización del término ‘genocidio’. Afirma, en cambio, que las muertes ocurrieron debido a enfermedades, hambrunas y luchas interétnicas en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, existe un consenso entre historiadores, cristalizado en el reconocimiento por parte de la International Association of Genocide Scholars, de que se trató de un genocidio, ya que existió un plan sistemático para eliminar a un grupo étnico.

El negacionismo turco tiene un sinfín de explicaciones, pero bajo ninguna circunstancia debería ser justificado. La percepción de los armenios como enemigos fue una estrategia de unificación luego de la caída del Imperio Otomano y el establecimiento de una nueva república, Turquía, la cual demandaba la conformación de una identidad nacional. Por otra parte, un reconocimiento de Ankara podría abrir la puerta a futuros reclamos de la diáspora armenia y de la República de Armenia, quienes tendrían derecho a demandar reparaciones y la devolución de territorios que están actualmente ocupados por Turquía.

El hecho de que solo veintinueve países consideren las matanzas contra armenios como genocidio tiene una explicación. Turquía es uno de los países más poderosos de Medio Oriente y un aliado estratégico de Occidente. Es por ello que, por ejemplo, ningún presidente estadounidense se ha atrevido a utilizar la palabra ‘genocidio’ para referirse a lo ocurrido. Efectivamente, ante el reciente reconocimiento por parte del Senado estadounidense, el Presidente Erdogan amenazó con cerrar una base aérea norteamericana en su país. Algo parecido sucedió con la criminalización del negacionismo en Francia en 2012: Turquía canceló actividades bilaterales, anuló el permiso anual para vuelos militares de Francia y suspendió las habilitaciones a buques franceses para atracar en puertos turcos. La estrategia turca se repitió recientemente, con Alemania y Holanda recibiendo amenazas de la misma índole. Este tipo de intimidaciones tienen un impacto aún mayor cuando se trata de países pequeños, cuyo poder de negociación es muchísimo menor.

Sin embargo, el reconocimiento de lo que pasó no debería estar sujeto a consideraciones geopolíticas ni a ningún otro tipo de interés; el ser humanos nos obliga a defender el derecho fundamental a la vida y a condenar cualquier crimen contra la humanidad. Conmemorar las masacres no se trata solamente de honrar a los fallecidos y a sus familias, sino también de luchar contra el negacionismo. 

¿Por qué debemos hacer frente al negacionismo? Porque es clave para que este tipo de horrores no se repitan. El Holocausto judío, una de las peores atrocidades de la historia, sino la peor, nos enseñó esa lección. Previo a la invasión de Polonia, Hitler pronunciaba: “¿Quién habla hoy aún del exterminio de los Armenios?” Es difícil esgrimir argumentos contrafácticos; no sabemos si una condena más enérgica a los otomanos habría disuadido a los nazis. Pero sí podemos estar seguros de que luego del Holocausto hubo un entendimiento por parte de la comunidad internacional de que condenar este tipo de crímenes era necesario para evitar su repetición. De ahí la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948).

Llamar las cosas por su nombre es, además de un deber moral que tenemos como humanos, una forma de evitar que la historia se repita. La masacre contra el pueblo armenio fue un genocidio y hoy debemos recordarla como tal.

Autor

Juan Francisco Minetto.

Juan Francisco Minetto

Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad de Leiden, Países Bajos).

Bilbiografía

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