Guapas

Emigrar, triunfar en el mundo y volver: la formidable historia de una cantante de ópera

La mendocina pasó por decenas de obras y muchísimos teatros de todo el globo en estos últimos 20 años de carrera, pero la sangre tira y decidió volver a la Argentina para estar con su familia y compartir todo su experiencia.

Candela Orrego viernes, 13 de mayo de 2022 · 11:34 hs
Emigrar, triunfar en el mundo y volver: la formidable historia de una cantante de ópera
Graciela Armendáriz interpretando a la reina de la noche de Mozart en el Teatro Campoamor

En la nueva sección de MDZ Femme, GUAPAS, destacamos a mujeres simples, como cualquiera de nosotras, que tienen algo para contar. Seguramente este también sea tu caso. Por eso, lo que busca este segmento es inspirarnos a hacer, no importa en qué lugar estemos. La semana pasada te presentamos a Milagros Sánchez, la joven puntana que está haciendo historia en el polo argentino. Hoy traemos a Graciela Armendáriz, cantante lírica que tras vivir años en el exterior decidió volver a la Argentina y establecerse en Mendoza. 

Tras vivir 17 años en Europa, la soprano retornó a su hogar y contó en exclusiva para MDZ FEMME cómo fueron sus inicios en el mundo de la música, cómo fue mudarse sola -y siendo tan joven- a un país lejano donde no conocía a nadie. Recordó cómo se avergonzaba de cantar delante de alguien cuando era pequeña, también que practicaba el oboe pero decidió dejarlo para dedicarse de lleno al canto lírico y cómo retorno a Argentina en los comienzos de la pandemia.

De vuelta aquí, la intérprete comenzó a dar clases y a compartir su talento con las nuevas generaciones argentinas, cosa que a ella le faltó cuando estudiaba en el país.

¿Cómo inició tu pasión por la música?

Mi pasión por la música empezó cuando yo era chiquita y estudiaba en la escuela del magisterio. Cuando vos entras al magisterio te toman la prueba de la voz y si tenes una voz afinada te ponen en la división del A y al principio tenes coro obligatorio, después vos optás si querés continuar en el coro. Ahí conocí a quien ha sido mi primer maestro, Ricardo Portillo. Empecé en el coro, continúe con él y como a los 17 años le dije que me quería dedicar a la música y me respondió: "¡Adelante!" 

¿Cuál fue tu primera obra?

Cuando yo quede embarazada de mi hija Micaela estaba haciendo un taller de ópera en Mendoza, Don Giovanni de Mozart, e interpretaba a Zerlina, una joven. 

Yo no sabía si tenía que continuar o no con la ópera, porque estaba embarazada y para el canto usamos mucho los músculos diafragmáticos y abdominales. Se lo planteé al médico, quien evidentemente no tenía mucha idea, y me dijo que “no pasaba nada”, pero estaba en el primer trimestre y opté por no hacer las funciones. Tuve un buen pálpito, después me descubrieron la placenta oclusiva y tuve que ir 4 meses a la cama.

¿Y cómo llegaste a trabajar en el exterior?

Bueno pasaron muchas cosas [risas]. Yo me fui a un concurso internacional de canto lírico en Perú y gané el primer premio. Allí, un miembro del jurado me invitó a cantar a Washington con su orquesta y me contactaron con un organista de Baltimore, que su mujer tenía una cátedra de canto y estuve un año y medio en la escuela de música de la John Hokins University.

Después volvimos a Mendoza y por esas cosas de la vida tomamos otro rumbo. Me fui a Europa. Realmente iba de paso por Madrid, solo 5 días. Y como todo lo que ha sucedido en mi vida: todo lo que planeaba no se dio y todo lo que pensaba no pasó. Lo que sucedió es que me quedé 17 años en España.

¿Cómo fue trabajar allá?

Digamos que hice base en Madrid y de ahí me movía para otros países, a hacer cursos, a hacer audiciones, a cantar. Siempre dedicándome al canto y siempre con una ocupación importante en cuanto a la formación. Es una gran profesión pero hay mucha gente, tenés que ahondar más o profundizar más en un estilo o en un compositor para poder hacerte un lugar, porque es un mercado. Además, nunca dejás de ser un extranjero, aunque estés a gusto en un país, siempre tenes que estar peleándola para encontrar un lugar o que te reconozcan.

Y luego decidiste volver a Argentina, ¿por qué tomaste esa decisión?

Esos 17 años que fueron muy plenos para mí: me perfeccioné mucho, estudié, realicé muchos viajes, canté, conocí muchos sitios, tuve la gran dicha de participar en 8 temporadas de un espectáculo de Queen Sinfónico haciendo las canciones que Freddie Mercury escribió para Montserrat Caballé. Tuve la dicha de trabajar con mucha gente muy famosa de la lírica.

Los últimos años yo ya empecé a reconectarme con la orquesta de aquí, con la gente de aquí, porque tenía la idea de tener algún proyecto en Argentina. Básicamente, vine porque necesitaba estar cerca de mi hija, quien se había venido antes. Entonces, los últimos años míos fueron bastante duros porque al principio las dos nos dimos libertad, pero ¡es que la veía una vez al año y es que eran 12.000 km! Digamos que esa crisis que la gente sufrió la pandemia, yo la sufrí antes. Y me vine para acá.

Armendáriz interpretando a Violetta de La traviata de Verdi en el Teatro Independencia. 

¿Y ahora en qué estás trabajando?

Empecé con el tema de las clases, porque mis amigos me decían "tenés mucho para dar", "mirá todo lo que has hecho". Uno a veces no mira mucho para atrás, no mira todo lo que ha logrado. Entonces, empecé a publicitar esto de las clases, pero al principio presencial no se podía, te diría que ahora tengo más alumnos virtuales que presenciales.

Hice un par de conciertos, pero también la gente local tenía la idea de que yo "estaba y no estaba". Una persona de San Luis que me había visto actuar en La traviata en el año 2017 en el Teatro Independencia, me llamó un día y me dijo que iban a armar un elenco y quería que les de clases. Se convirtió en mi proyecto, actualmente estamos armando un elenco local lírico de gente no profesional y la estamos formando para que sea lo más profesional posible. En junio tenemos una gala y estamos hace un año ensayando una ópera. 

¿Cómo cuidas tu voz?

Mira, eso es algo que también me planteé cuando empecé con el tema de las clases, porque yo todavía soy una cantante joven o madura, es decir, considero que tengo años para continuar expandiendo mi carrera. Si quieres enseñar la técnica es una sola, pero tenés que saber adecuarla a cada persona y a cada situación -dice con un acento español que ganó allá combinado con modismos bien propios de su Argentina-.

Las cuerdas vocales -el órgano- está dentro de tu cuerpo, entonces hay muchas situaciones que influyen a tu voz. (…) Ya te digo, intento descansar, intento hacer ejercicio físico, dormir bien. Los momentos que tengo libres busco estar tranquila, con mi familia y eso me ayuda a reponerme y a tomar fuerzas para poder seguir cantando.

¿Y cómo te estás desarrollando ahora en Argentina?

Me pasó una cosa curiosa, es como volver al inicio pero de otro modo. El año pasado me llamó del Ópera Studio la pianista que me formó, Teresita D'Amico y me dijo: "Estamos haciendo Las bodas de Fígaro, hay un personaje que no logramos cubrirlo, ¿querés cantarlo?" y lo hice.

Este ha sido un organismo de contención para mí y este año tenemos próximos conciertos, conciertos con la orquesta de la universidad, tenemos programado un nuevo título de una ópera para fin de año, sumado a la ópera de San Luis. A su vez, mi primer maestro, Ricardo Portillo, me ofrece preparar uno de los coros de la Universidad del Aconcagua que él dirige. 

Contanos, ¿hay alguna anécdota que recuerdes siempre?

Cuando debuté en el Teatro Real de Madrid, en una producción de Rigoletto de Verdi, yo tenía un papel pequeñito pero hacía todas las funciones. A una de ellas vino Leo Nucci, el gran Rigoletto de todas las épocas, el Messi de los Rigoletto, ese hombre debió hacer como 500 funciones de Rigoletto y era el más humilde de todo el elenco, una persona normal, accesible, que se acercaba al camerino para desearte 'merde'.

Unos 4 o 5 años más tarde él volvió a Madrid, al teatro de La Zarzuela a hacer un recital y yo estaba con un amigo mío, al que le dije: "Tenemos que ir a saludarlo". Llegamos al camerino y le pregunté si se acordaba de mí, a lo que respondió: “Graciela Armendáriz del Rigoletto del Teatro Real”. ¡Yo casi me muero! ¡Me pidió una foto él a mi!

De todas las óperas que interpretaste, ¿cuál podrías decir que es tu favorita?

Cada vez que uno está haciendo una ópera es esa la favorita, porque en el momento es como si el personaje fueras vos. Sí hay dos que me dieron mucha alegría. En el comienzo de la carrera, la reina de la noche de la Flauta Mágica de Mozart. Y luego, Violetta de La Traviata de Verdi, que la hice unas 48 veces.

También tengo que decir que la ópera que hice este año es un rol totalmente nuevo que jamás pensé que podría abordar, que es la condesa de Las bodas de Fígaro. Me ha ayudado a reflexionar muchas cosas de la voz y a incorporar cosas nuevas que a lo mejor no me animaba y la verdad es que me está marcando bastante. Ahora mismo no lo estoy haciendo, pero supongo que en algún momento volverá.

Gran historia, ¿no? Así, en una generosa charla de una hora -que tranquilamente se podría haber extendido a 3- Graciela Armendáriz nos dejó sólo un pedacito de su maravillosa historia. Nos quedamos con su reflexión en el inicio de la nota: "nada se dio como lo planeaba" y le sumamos: ¡pero qué bien se le dio! Hay que aprender que no podemos controlarlo todo y disfrutar de la magia de dejarse llevar. ¡Salud por nosotras, mujeres bien guapas...como Graciela, como vos!

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