Con un parapente como vehículo y una fe inquebrantable, el sacerdote Sigfrido Moroder, o Padre Chifri como se lo conoce en Salta, logró lo que parecía imposible: acercar educación, trabajo y esperanza a 25 comunidades aisladas de los cerros salteños.
En 1999, recién llegado desde Buenos Aires a Rosario de Lerma, el joven sacerdote se encontró con una realidad que lo marcaría para siempre. En los parajes dispersos de la Quebrada del Toro, entre capillas humildes y escuelitas primarias, la ausencia de jóvenes era notoria: la mayoría se veía obligada a migrar a las ciudades para estudiar el secundario, perdiendo en el camino sus raíces y, muchas veces, sus sueños.
Decidido a revertir esa historia, el padre Chifri ideó una forma singular de acortar distancias: comenzó a sobrevolar los cerros en parapente, uniendo en horas lo que antes requería días de viaje. Así conoció a fondo cada una de las 18 escuelitas y a las familias que reclamaban una escuela secundaria en la montaña.
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La misión del sacerdote y su base en Alfarcito
La base elegida para su obra fue Alfarcito, un paraje a 2.800 metros sobre el nivel del mar, estratégico y con sol asegurado para aprovechar energía solar.
Su misión no se limitó a la evangelización. Con un equipo de voluntarios y benefactores, levantó invernaderos de altura para garantizar alimentos, impulsó una red de radio para mejorar la comunicación, creó el Centro Artesanal de Alfarcito para que los pastores vendieran sus productos sin abandonar el cerro y, en 2009, inauguró el Colegio Secundario de Montaña N° 8214, con albergue para estudiantes.
Hoy, esa institución recibe a más de un centenar de jóvenes y ofrece formación en producción agropecuaria, turismo, artes y oficios, y técnicas de construcción bioclimática.
El padre Chifri dejó una huella imborrable en la Quebrada del Toro, donde volcó su energía en transformar la vida de las comunidades más aisladas. También creó una fundación y convirtió un viejo ómnibus en El colectivo de los sueños, que equipó con material didáctico y deportivo, juguetes, instrumentos musicales y hasta un televisor y un castillo inflable. Con ese colectivo recorría escuelas de la región, llevando alegría, educación y entretenimiento a los niños.
Su vocación religiosa nació durante sus estudios en el Colegio Guadalupe de los Misioneros del Verbo Divino. En 1984 ingresó al seminario y, en 1995, llegó a Salta, donde se afincó en la Quebrada del Toro. Por su incansable acción en favor de la comunidad, fue distinguido con el premio y la bandera Argentina Solidaria en 2010.
Un accidente que cambió su vida
En 2004, un accidente de parapente lo dejó al borde de la muerte y con un pronóstico de paraplejía irreversible. Lejos de retirarse, el “cura volador” cambió el parapente por un cuatriciclo al que llamó “el burro rojo” y continuó recorriendo las comunidades.
Su fortaleza quedó plasmada en el libro Después del abismo, donde relató la experiencia de rehabilitarse en medio de su gente.
La muerte ocurrida el 23 de noviembre de 2011 conmovió a los pobladores salteños. Chifri contagió solidaridad y cosechó voluntades que se abrazaron a todas sus iniciativas misioneras. Cumplió un ilimitado plan de oportunidades para los olvidados de siempre: los solitarios habitantes de los cerros.
Su legado sigue vivo en la Fundación El Alfarcito, que mantiene en funcionamiento el colegio, el centro artesanal, la capilla y las iniciativas de desarrollo que él impulsó.
Su historia y su obra puede conocerse en este paraje, que es parada obligada del bus que lleva a los pasajeros a la estación del Tren a las Nubes, en San Antonio de los Cobres.