Ana Paula Schmidt, la mendocina ejemplo que es arquitecta, perdió la vista y sigue diseñando
Permítanme comenzar esta nueva sección contándoles de dónde surge la iniciativa. A mí, Federico Croce, hoy periodista, me encanta conocer y charlar con gente. Esto, desde chiquito. Siempre me fascinaron las historias y las experiencias de los otros. Quizás es por eso que una de las actividades y tareas que más me gustan de mi profesión es entrevistar.
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Y frente a la disyuntiva de qué tipo de entrevistas diferentes podía hacer, mientras pensaba por dónde ir, escuché a unos chicos en la plaza Independencia que hablaban maravillas de uno de sus profesores, y lo definían de un a manera particular: "El Gonzáles es un tipo que sí". Y ahí se me prendió la lamparita. Porque en Mendoza hay gente que sí. Que sí lucha. Que sí es positiva. Que sí se la juega. Que sí se levanta. Que sí apuesta. Que sí se sobrepone. Que sí es ejemplo.
Entonces, y sin tantas vueltas, la consigna quedó así: buscar a gente que vive en esta provincia o que apuesta a ella, y que pueden inspirarnos: o por su creatividad, o por su trabajo, o por la dificultad a la que dan pelea, o porque frente al camino de la resignación eligen el de volver a empezar, o el de perseverar.
Ana Paula Schmidt es arquitecta, también es diseñadora de productos, diseñadora de interiores, diseñadora incluso de indumentaria y de accesorios. Para empezar este ciclo de entrevistas pensé en ella porque es una mendocina común, una mamá común, una profesional común a la que la vida le planteó un desafío inesperado y ella decidió sobrepasarlo. No sin penurias, no sin miedos, no sin dolor. Pero con tesón, con creatividad, con inventiva y con una actitud positiva -aunque las ganas de abandonar no faltaron-.
La llamé, y le dije que quería contar algo de su historia para que otros puedan inspirarse. Le dio vergüenza, pero me dijo que me recibía en su casa - taller. Y abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y un entusiasmo envidiable.
A continuación te dejo el video completo de la charla, para que la veas y escuches. Y también te dejo la mayoría de ella transcripta, si preferís leer.
- ¿Vos, Anita, casi no ves?
- No. No veo. Bah, puedo llegar a ver luces y sombras, a lo sumo. Todo mi problema comenzó en el año 2020, coincidió con la pandemia, con esa época tan traumática para todos.
- ¿Qué fue lo que te pasó?
- Toda la vida fui absolutamente inquieta, y de grande, con mi profesión, también. Imaginate que trabajo con la estética, con la composición de color, de texturas. Con la creación de formas. Bueno, un poquito después de haber tenido a mi primer hijo, cuando Manu tenía alrededor de un año, empecé a a tener desprendimientos de retina y empecé a perder la vista.
- ¿Pero así, de golpe?
- Realmente fue así. Venía manejando y en seis cuadras fui viendo menos, menos, menos... hasta que se me apagó la tele. No veía nada, nada, nada. Llegué medio tanteando a mi casa y le dije a mi marido: "No veo nada".
Ahí fuimos corriendo a una sala de urgencias, y me diagnosticaron dos desgarros de retina. Todo se complicaba aun más porque en pandemia no se podía salir, no podían operarte, estaba todo cerrado. Me hicieron tratamientos con lásers y varias cirugías, y en el medio de todo me enteré que estaba embarazada de mi segundo hijo.
- ¿Siempre tuviste problemas con la vista?
- Siempre la vista fue un tema complicado para mí. Con los lentes de contacto y con todas las tecnologías que hay, de alguna forma yo hacía de cuenta que no pasaba nada...
Mis problemas vienen de larga data: mi mamá me dio a luz a los cinco meses de embarazo. Estuve varios meses en incubadora, y por eso tengo problemas de vista desde el nacimiento. La lucha viene desde hace muchos años.
A los 16 años perdí la vista del ojo izquierdo, o sea que yo no veía absolutamente nada a través de ese ojo... y lo que me estaba pasando en el auto ese día, me estaba pasando en el ojo derecho, que era con la vista que yo me manejaba desde mi adolescencia.
- ¿Cómo siguió todo?
- Bueno, lograron hacer una reparación, pero embarazada, a los 6 meses de eso, se me volvió a desprender la retina. Esto fue muy duro porque tuve que enfrentarme a nuevas cirugías. Era realmente muy difícil porque cuando estás embarazada, estás muy hormonal. Y el resultado no fue bueno.
Uno no se espera nunca que las cosas que tienen que salir, no salgan. Yo siempre he sido muy positiva, y y no me esperaba ni loca que mi ojo no respondiera luego de las operaciones. La realidad es que la retina cada vez estaba más destruida, y fui perdiendo la vista.
- ¿Cuál fue el momento más tremendo?
- Cuando, luego de la operación, me dijeron que en cuatro o cinco días iba a empezar a ver. Pasaron seis días, una semana, quince días y yo no veía absolutamente nada: ni luz, ni sombra, nada.
Ahí pensé: "Bueno, no me quieren decir que no voy a volver a ver". Y tuve una crisis terrible. Lo primero que pensé fue: "No le voy a ver la cara a mis hijos, no le voy a ver la cara a este bebé que tengo en la panza. No voy a poder alzar a Manu, no voy a poder hacer gimnasia, no voy a poder haqcer nada".
El peregrinar siguió. Nuevos desprendimientos, muchísimos más. Nueve cirugías, una tras otra. En la última cirugía me cayó la ficha: no iba a volver a ver. Antes de esa yo siempre estaba segura de que iba a hacer un proceso, y que luego de la operación iba a mejorar. Pensaba: "me operaron. Tengo que esperar que se estabilice el ojo, que el ojo responda, que esto se sane". Yo te firmaba cualquier cosa: ¡Yo estaba segura de que iba a volver a ver!
Un día, después de una cirugía que era una tontera, una intervención muy chiquita; algo adentro mío cambió. Sentí que no podía seguir viviendo del sueño de que iba a volver a ver, y que tenía que empezar a analizar cómo sería mi vida y cómo la encararía en el caso de que no volviera a ver.
Lloré mucho. Muchísimo. Y determiné que no podía quedarme acostada llorando. Recuerdo perfectamente que me dije a mi misma: "Tengo un bebé en la panza, otro que es chiquito. Yo tengo que estar fuerte. Ellos tienen que ver que soy una mamá fuerte que se cae y se levanta".
Y es un resumen de mi vida ahora: me caigo y me levanto 3 millones de veces. Tengo microcrisis un montón de veces. Pero estoy decidida a hacer lo que pueda con lo que tengo.
- Ahora... ¡en tu profesión la vista lo es todo! Tu vida hasta ese momento era la arquitectura, era el diseño. De hecho tenés un nombre importante como decoradora de interiores, como creadora de espacios...
- Es por eso que dije que tenía que pegar un volantazo. Que me determiné a integrar mi ceguera a mi esencia: a mi trabajo, a lo que yo soy.
Yo como como arquitecta y como interiorista, hoy estoy muy segura de lo que puedo hacer y de mi capacidad profesional. O sea, si vos ahora me preguntás: "¿Podés hacer tal proyecto?" Te digo: "¡Sí, obvio, te lo re hago, lo re interpreto!" Hoy tengo en claro que la inseguridad no está en mí, está en el otro. Hoy mi desafío es educar al cliente para que entienda que no solo puedo trabajar en un proyecto, en lo que necesita, sino que hoy lo siento desde otro lado. Hoy experimento los espacios desde otro lado mucho más rico, porque lo hago con todos mis sentidos.
Esto que te digo no es menor: es algo que nunca imaginé que me iba a pasar. Es impresionante experimentar como se te empiezan a despertar el resto de los sentidos, como se empiezan a afinar, y lo que es "sentir de verdad"
Me gusta hacer esta comparación: es como que te diga que toda la vida comí basura o comida chatarra, y ahora me estoy sentando en un restaurant a comer algo gourmet, exquisito. Ahora para trabajar en algo integré mi ser entero, más allá de la vista.
Cuando perdí la vista, empecé a ver pero para adentro. Cuando empezás a ver que el camino lineal por el que hacías habitualmente las cosas no es el único.
Primero perdés el control, no te ves nunca más en un espejo, no sabes cómo estás, tenés que aprender a hacer todo de vuelta... es dificilísimo. Hasta que te das cuenta que hay otros caminos, otros sentidos, igual de maravillosos que la vista.
- Hablemos de ese proceso de adquirir confianza absoluta en el otro...
- Te lo grafico en un ejemplo sencillo, no trascendente: toda mi vida fui súper estética, muy pulcra, con mi onda personal... hoy no puedo maquillarme más. Tengo que confiar en la persona que me ayuda y que me maquilla. Tengo que confiar en que ella va a querer que yo esté linda. Aunque no lo creas, esto es algo que me costaba. Pero porque nos cuesta mucho soltar el control. Muchísimo. Y no queda otra.
- ¿Cómo sigue tu vida?
- Es un gran camino. Me estoy rehabilitando visualmente con un montón de de de cosas, con tiflotecnología -la aplicación de la tecnología para facilitar el acceso a la información y la comunicación a personas con discapacidad visual-. Tomo clases de arte con Octavio Joaquín, que me enseña a tocar y a ver con los dedos, más allá de que yo pueda tener luz y sombra o que pueda llegar a percibir algo. Aprendo a sentir con todo: con los pies, con el bastón, etc. Es un aprendizaje difícil. Pero bueno, se puede.
Al principio me parecía un viaje interminable. Muchas veces me recontra remil enojo y quiero dejar todo. Pero después cuando veo ese saltito que di, ese cambio en el que pude hacer algo, me siento feliz. Y eso te da pilas para seguir.
- ¿Y ya te sentís una superada?
- Eso nunca. pero lo que no quiero, es dejar de mirar para adentro. No quiero dejar de crecer interiormente, no quiero dejar de de sentir toda esta percepción espectacular. No se si mañana llegará una tecnología increíble que me permita ver algo de vuelta, pero hoy no quiero dejar de sentir los abrazos de la forma espectacular que los siento, ni de percibir los pequeños detalles de la vida.
Estamos tan encedecidos con cosas de la vida diaria... con toxicidad, con virtualidad, con cosas falsas. El empezar a sentir y a conectarse con el resto de los sentidos, a mí me ha ayudado muchísimo.
No es ni más ni menos que volver a empezar, sin la vista, pero mirando mejor.
A continuación te dejamos nuevamente la entrevista completa, para que veas y escuches a Ana Paula: