Las tremendas consecuencias que traería un "estallido" de la economía

“Que explote todo y listo”. La frase se escucha en diversos lugares y la repiten ciudadanos de todas las clases sociales. No es nueva y también circulaba bastante en las elecciones de 2019, pero ahora toma fuerza por los discursos cada vez más extremos que hay en danza. Es probable que quienes hablan de una suerte de estallido final lo hagan con una idea de refundación o reconstrucción del país.
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Por otra parte, la frase sugiere que esa explosión es algo que sucederá afuera de la ciudad que se habita o sin que el estallido afecte a las personas que pronuncian la frase. Incluso, y con algo de razón, muchos se preguntan si con los números que hoy muestra la economía ya no está todo a punto de volar por los aires. La respuesta de los economistas es que no es así y que, de haber un estallido, las consecuencias son muy difíciles de dimensionar con garantía de pobreza.
En una crisis de gran magnitud solo un 10% de la población podría quedar indemne. Y eso de manera relativa ya que muchos de los muy acaudalados poseen empresas que deben vender y trabajar en el país.
“Las experiencias, tanto en Argentina como en el mundo, muestran que uno sabe cómo entra a un estallido, pero nunca sabe cómo va a salir”, expresó Gustavo Reyes, economista del IERAL de Fundación Mediterránea. Lejos de una refundación, un desborde de la crisis implicaría que se extendería en el tiempo, ya que se requeriría de muchos más años poder salir con el tendal que eso deja tanto, en la economía como en las personas.
Los sucesos vividos en Argentina en este sentido fueron la hiperinflación de 1989-1990 y la crisis de 2001-2002. Aunque no son momentos comparables y la última poco tiene que ver con lo que sucede hoy, la primera comenzó a mediados del 89 y –con altibajos, plan Bonex y elecciones mediante- recién se logró estabilizar entre marzo y abril de 1991 con el éxito del plan de Convertibilidad.
“En todo ese tiempo, la pobreza su duplicó”, subrayó Reyes. En coincidencia, el economista Raúl Mercau, director de la Facultad de Economía de la UNCuyo, indicó que una espiralización de la inflación impactaría en mayores niveles de pobreza. Es decir, que cada vez menos personas podrían acceder a los bienes de la canasta básica con el consiguiente impacto en todo el tejido social.
Más pobres
En el 2001 hubo una crisis muy diferente que fue la del sistema financiero, situación de la que hoy se está bastante lejos. Sin embargo, este sector de la economía se achicó hace 20 años y no volvió a recuperarse a los niveles previos. En la vida cotidiana, según el consultor Daniel González, la regresión fue tan fuerte que no se recuperó ni en los buenos años de 2005 y 2006.
En este marco, hay que pensar en unos diez años para una recuperación a los niveles previos a un estallido. Aunque la palabra pobreza a veces pareciera que le toca a otros, lo cierto es que, según González, en una crisis de gran magnitud solo un 10% de la población podría quedar indemne. Y eso de manera relativa ya que muchos de los muy acaudalados poseen empresas que deben vender y trabajar en el país.
La crisis implica una salvaje redistribución de los ingresos donde hay perdedores y ganadores. Pierden asalariados, pymes y trabajadores informales y los que ganan son, entre otros, los que tienen grandes deudas que se licúan.
La situación actual es compleja y el temor de los economistas tiene que ver con una mayor aceleración de la inflación. Además, según explicó Mercau, una crisis implica una salvaje redistribución de los ingresos en las que hay perdedores y ganadores. Entre los primeros se encuentran los asalariados, las pymes y los trabajadores informales. Los que ganan son, entre otros, los que tienen grandes deudas que se licuarían.
Pero González dejó algo más. Se puede estar peor si, en un contexto mayor de recesión e inflación, la redistribución mencionada se hiciera sin la intervención del Estado y bajo las reglas de un mercado que pasa por alto la desigualdad o la resolución de necesidades básicas.