Entrevista

Mariana Sirimarco: Qué hay detrás del relato policial

Una entrevista preparada por la Agencia CTyS. La antropóloga Mariana Sirimarco traza un recorrido por la historia de la institución policial y analiza las prácticas que, bajo el respaldo político coyuntural, generan un modus operandi como el del caso Chocobar.

viernes, 22 de febrero de 2019 · 21:34 hs

Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – El caso Chocobar fue uno de los hechos policiales de más trascendencia en los últimos meses por el visible apoyo del gobierno al efectivo, aun cuando su procesamiento por el “homicidio agravado” del joven Juan Pablo Kukoc había sido ratificado por la Sala VI de la Cámara del Crimen.

Desde entonces, la ministra de Defensa, Patricia Bullrich, ha tomado diversas medidas, como la publicación en el Boletín Oficial de un protocolo de seguridad que flexibiliza el uso de armas de fuego para las fuerzas de seguridad. Gestos que, según la antropóloga e investigadora de CONICET, Mariana Sirimarco, demuestran “una intencionalidad política directa de apoyar prácticas absolutamente reñidas con la ley, transformando la culpabilidad policial en inocencia”.

 ¿Cuál es la relación que existe entre estas prácticas y la formación policial? ¿Cuánto se ha avanzado en materia de reformas? Mariana Sirimarco sostiene asimismo que, que por más que se han transformado muchos de los contenidos educativos, “tendemos a pensar de forma muy lineal la relación entre formación formal y práctica, olvidando que a ser policía se aprende, como todo oficio, en el ejercicio mismo de la función”.

- ¿Qué cuestiones conforman la formación policial?

- Cuando se habla de formación policial para referirse a los establecimientos educativos iniciales, a las escuelas policiales, yo tendería a diferenciar dos cosas. Por un lado, la cuestión educativa propiamente dicha: lo curricular, que tiene que ver con las asignaturas que se dictan -teóricas y prácticas-, los contenidos, los docentes, los establecimientos (recordemos, por ejemplo, el caso de las escuelas policiales descentralizadas de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que suponían cursadas en ámbitos universitarios provinciales). Y por otro lado, la cuestión “formativa”, en el pleno sentido del término. Es decir, la incorporación de sentidos, prácticas y valores institucionales, como pueden ser, por ejemplo, la disciplina, cierto sentido del deber, la obediencia jeráquica, cierto registro de fuerza, de masculinidad, etc. Estas cuestiones son transversales a toda la curricula, pero a su vez pasan por canales más informales, si se quiere, y son las que van incorporando al futuro policía a las lógicas de sentido y de acción institucionales.

- Y en relación a estas escuelas, ¿qué transformaciones ha sufrido la institución policial en los últimos tiempos?

- Es interesante comprobar que las escuelas de ingreso a la policía son de los espacios más reformados dentro de la institución. Desde ya, esto sucede en virtud a una serie compleja y variada de causas. Pero hay una que es recurrente, y que me parece muy sugerente del papel que se le otorga a las escuelas policiales. Me refiero a la vinculación entre educación y práctica. Es usual que cada vez que algún hecho de abuso policial llega a la agenda pública, se alce una voz pidiendo reformas en la educación, como si las escuelas fueran el lugar por excelencia donde el policía aprendiera estas conductas. Tendemos a pensar de forma muy lineal la relación entre formación formal y práctica, olvidando que a ser policía se aprende, como todo oficio, en el ejercicio mismo de la función. Debido, en parte, a esta concepción, las escuelas de inicio a las policías han sido, como te decía, y al menos en la Policía de la Provincia de Buenos Aires y en la Policía Federal Argentina, de los espacios institucionales más reformados. Esto supone algo enormemente positivo, que ha llevado a la mejora de planes de estudio, de plantillas docentes, de contenidos, etc. Se han hecho muchos avances en relación a estos puntos, que suponen no sólo una mejor calidad de enseñanza, sino una enseñanza que implica una mejor adecuación al contexto socio-político actual y a un contacto más fluido con la sociedad civil. Pero esto esconde también una trampa: así como las escuelas han sido reformadas, lo han sido mayormente en estos ejes que tienen más que ver con lo curricular que con lo formativo. No resulta tan sencillo intervenir en las cuestiones que tienen que ver con las prácticas y los sentidos legitimados de lo policial. Para darte un ejemplo, los bailes eran prácticas de cierta ocurrencia hace varios años, que terminaban en ocasiones con alumnos internados. Esto llegó a prohibirse a partir de una resolución ministerial de la Nación en el 2007. Y fue un importante avance, porque le dio un contexto de sanción legal a una práctica policial consuetudinaria. Sin embargo, a principios de este año, un alumno de una escuela policial riojana falleció a causa de un baile. Este tipo de hechos nos demuestran entonces dos cosas: en primer lugar, que estas instancias formativas no han sido completamente erradicadas, y en segundo, que son justamente estas prácticas y valores institucionales los que deben ser el blanco más urgente de las transformaciones policiales.

- ¿Y de dónde viene esta manera de “formar” al policía?

- Creo que hay multiplicidad de causas. Un modelo policial formado, en los origenes de la institución, a partir de un modelo castrense. Una historia policial narrada a partir de una separación con la sociedad civil. Una trayectoria institucional construida en términos del ejercicio de la represión del delito, tal vez más que de su prevención. Pero más allá de rastrear o de entender los inicios de esta modalidad formativa, lo importante es proponer elementos que ayuden a construir otros modelos de formación posibles, no sólo a nivel educativo sino a nivel general de actuación policial. Y acá resulta fundamental, me parece a mí, el control político y gubernamental de las policías. No sólo en el sentido obvio de sancionar cualquier abuso, delito o ilegalidad que pueda cometer el personal policial, sino en el sentido más amplio y profundo de no alentar determinados comportamientos. Todos vimos, hace un tiempo, la foto de la ministra Bullrich con Chocobar, el policía procesado por matar a un delincuente que estaba huyendo. Más allá de la cuestión judicial, que sigue otros cursos, lo que esa foto deja ver es una intencionalidad política directa de apoyar prácticas absolutamente reñidas con la ley, transformando la culpabilidad policial en inocencia. A mi modo de ver, lo peligroso acá no es sólo este aliento político a lo criminal, sino también este intento de re-semantizar el evento, presentando a Chocobar como un defensor de la sociedad que sólo cumplía con su deber, cuando está suficientemente probada la cantidad de ilegalidades en las que este policía incurrió. Conocemos de qué es capaz la institución policial en términos de prácticas abusivas y/o ilegales, y sabemos también lo dada que es a construir versiones exculpatorias de lo sucedido, pero sabemos también que ninguna práctica se ejerce en un vacío de respaldos. Por eso, tan importante como cuestionar ciertas dinámicas institucionales es denunciar los espacios y momentos políticos que las habilitan.

- ¿A qué te referís con estas “versiones exculpatorias”?

- A estos relatos policiales que circulan en contextos sociales amplios, no solamente en el espacio policial, y que logran proponer sentidos y valores tales que, en vez de que lleguemos a cuestionar ciertas prácticas, terminemos dignificándolas. Por ejemplo, el relato del “caído en cumplimiento del deber”, que convierte en héroe a todo policía muerto en un enfrentamiento, sin que nos preguntemos por las circunstancias del suceso: ¿por qué muere ese policía?, ¿estaba actuando siguiendo un protocolo y una estrategia adecuada?, ¿estaba garantizando la seguridad propia y de terceros?, ¿hizo uso de un equipamiento en condiciones?, ¿contaba con la instrucción necesaria para enfrentarse a ese hecho? Me parece que la figura del “caído en cumplimiento del deber” resulta bastante práctica para heroizar al personal policial y para construir entonces un sentido del oficio policial asociado al coraje, al sacrificio, a la muerte, en suma, a la victimización. Pero nos oscurece, en algunos casos, lo mucho que el trabajo policial se codea con la obsolecencia, la inoperancia, la mala preparación. Y entonces, no sólo logra barrer bajo la alfombra condiciones de trabajo deficientes, sino que logra exaltar ciertos valores que siguen cargando las tintas en un sentido de lo policial ligado a la violencia, al enfrentamiento, al uso de la fuerza. Cuestionar estos relatos es un modo de empezar a desarmar qué clase de actuación policial queremos -y vamos a exigir- como sociedad.

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