La vida, la muerte y la lujuria necesaria para espantar a la parca
Hay momentos en los que, al parecer inesperadamente, las mentes disparan pensamientos filosóficos raros; o quizá los ojos se llenan de lágrimas, que en más de una ocasión es casi lo mismo
La pareja yacía en la cama. El humo del cigarrillo compartido subía lentamente, escapando del sitio en el que el amor se había convertido en lujuria, o quizá en donde había sido reemplazado por ella, cómo saberlo. Las aspas del ventilador giraban desesperadamente, espantando vapores varios y llenando a los cuerpos de algo parecido a una ligera frescura, aunque no del
todo. El verano es así, llama a no ejercitar; quien lo intente, debe someterse a los designios de la madre naturaleza. Pero todo indicaría que en este caso había valido la pena el esfuerzo.
El tipo miró al techo y lanzó, sin previo aviso, la frase que cruzaba en ese momento por su cabeza:
-El sufrimiento es una señal de vida -dijo como si nada, como si el contexto en el que se encontraba sirviera de suficiente pretexto para su reflexión.
La mujer a su lado, entre sorprendida y perpleja, no pudo menos que responder con algo parecido al sarcasmo:
-No es que hubiera esperado una frase romántica, no es tu estilo, pero me parece que estamos pensando en distintas cosas en este momento…
-Si, perdón, es que llevo varios días con esta idea en la cabeza y no aguanté más, tenía que largarla.
-Qué bueno… creo, bah. Y qué le vamos a hacer che. A ver, contáme de qué se trata la cosa.
-De eso nomás, es que la otra semana se murió un tipo, y todos decían “pobre la familia, cómo sufre” ¡y nadie se preocupaba por el pobre finado!
-Y, pero el muerto no la sufre…
-Exacto, porque el sufrimiento es una señal de vida. Pero el hombre está muerto… ¿no es peor eso que sufrir?
La mujer se separó de su circunstancial amante. El “momento” estaba definitivamente roto, y la charla parecía haber sido sacada de una mesa del café de la esquina, o de un simposio de no sé qué cosa del existencialismo y su problemática.
-Pero escúchame amiguito, más allá de lo raro del momento en el que te pintó la profundidad, ¿no te preocupa el sufrimiento de los seres queridos del fallecido?
-Si, claro, pobre gente; esa angustia, esa ausencia, los tiempos que sobran porque antes se ocupaban en visitar al finado, el poner un plato de más en la mesa de forma automática… todo es una mierda.
-Y bueno. Entonces…
-Entonces que sí, pobres los seres queridos, pero peor es el que ya no puede, nunca más, ni siquiera sufrir. Porque tampoco puede sonreír, amar, saltar, arriesgarse, quejarse… vivir, bah.
La mujer pegó una última pitada al puchito, lanzó para el lado del techo de la habitación el humo en forma de aro, y mientras tanto, buscaba argumentos para una charla que no estaba ya dando para mucho más, al menos en su opinión:
-Es que la vida es así: termina en la muerte.
-Si ya lo sé pues. Y no me gusta nada, pero es así. Ya hay escritas sobre este tema miles y miles de páginas, pero eso no me quita la congoja.
-Pero hay personas ancianas, enfermas…
-Es verdad, hay excepciones, uno piensa a la vida desde la salud, pero seguramente hay veces que ya no se aguanta más tanto sufrir. Hay gente también que no puede más con su mambo y termina con sus propios problemas por la vía rápida. No los entiendo, pero es que no estoy en sus zapatos ni en su mente; no juzgo a quien lo necesita ni a quien lo ejecuta, pero no me gusta para nada la idea che.
-Te gusta tu vida, al parecer…
-¡Más vale! En las buenas y en las malas. Y si algún día te dicen que me he suicidado, investigá, porque es mentira. Seguro que alguien me nismaneó, porque nunca va a ocurrir que me quite mi propia vida, eso dalo por hecho.
La mujer sonrió dulcemente, mientras se acercaba nuevamente a su compañero de cama:
-¿Y todo esto te lo desató el orgasmo? No sé si sentirlo como un elogio o como un insulto.
-Es un elogio, por supuesto, fue tan lindo lo que hicimos que me dio por la profundidad más intensa. Hay gente que llora en estas ocasiones, y me parece buenísimo: si no descargás psicológicamente tus mierdas en ese momento de éxtasis… ¿cuándo entonces?
La charla se dio por concluida, justo en el mismo instante en el que los cuerpos volvieron a tomar el centro de la escena. Las manos y los labios de los amantes volvieron a interpretar su mejor sinfonía, mientras las mentes se olvidaban del ayer, y se dejaban resbalar por un nuevo tobogán de placer, como si no hubiera un mañana.
* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido .
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