Rincón literario

Tiempos modernos, digitalización de viejas costumbres y verdades que no mienten

Un repaso por las imágenes de la vida cotidiana.

Pablo Gómez domingo, 14 de mayo de 2023 · 09:02 hs
Tiempos modernos, digitalización de viejas costumbres y verdades que no mienten
La vida moderna nos lleva a una rutina plagada de elementos tecnológicos Foto: Shutterstock

Un nuevo día se inicia. Apago el despertador del celular, que nunca pifia la hora, porque el telefonito tiene su sistema coordinado “satelitalmente” con no sé qué reloj electrónico mundial y además, como ellos detectan desde qué lugar del mundo estoy conectado, saben exactamente a qué hora vivo, por lo que, si lo puse a las “7:02 am” es a esa hora a la que suena, ni un minuto antes ni uno después. Ese vicio de poner siempre un par de minutos más de la hora exacta a la que pretendo levantarme, lo internalicé porque, bueno, siempre un ratito más de descanso te alegra el despertar…

Me levanto justo a tiempo para ver que el sensor fotovoltaico apaga las luces del frente de la casa, es decir, que el sol está ya iluminando al menos un poco sobre la ciudad. Pongo el agua a calentar en la pava eléctrica para arrancar el día con unos mates, y en eso el riego del patiecito arranca; no es magia (al parecer) sino que responde a las órdenes de esa app que me permite definir desde qué momento y por cuanto tiempo, será necesario distribuir el líquido elemento que da vida al sufrido pastito, que lucha día a día por sobrevivir en el desierto mendocino que nos cobija.

El celu me dice que, en este momento, hay trece grados centígrados en la ciudad, y mi cuerpo se adapta ya, mentalmente, a esa temperatura que jamás habría podido definir con tanta exactitud si hubiera dependido de un viejo termómetro de mercurio, y mucho menos si la hubiera calculado “a ojo de buen cubero”, que era como aproximadamente sabíamos la temperatura del momento en la antigüedad (léase siglo XX, o milenio pasado). El teléfono móvil, que en realidad tiene poco de teléfono atendiendo a que lo uso aproximadamente el noventa y nueve por ciento del tiempo para cosas que no consisten en hablar con otras personas, me avisa también que hoy no va a llover. Bueno, para quien no ha vivido en Mendoza (como dice la canción) puede que sea un dato importante, pero para las personas que pasamos nuestros días a la sombra del Aconcagua, la verdad, el dato de que hoy no va a llover es tan útil como el de saber que va a subir el dólar, o sea, digan lo que digan, hoy va a ser así la cosa: no va a llover y sí va a subir el dólar.

Después de algunos mates, acompañados por las noticias leídas desde la pantalla del dichoso aparatito que entre mis dedos ya consume su batería, termino de aprestarme para salir a vivir un nuevo día. Abro el portón eléctrico con el control remoto, subo al auto, salgo del garaje, y mientras el portón se cierra busco en la aplicación de música a la banda que voy a escuchar hoy en el viaje al trabajo, que es la misma que escuché ayer y que la que voy a escuchar mañana… en fin, cada uno es como es. Antes de arrancar, e intentando no quedar sordo por el pitido que me avisa que aún no me pongo el cinturón de seguridad, cumplo con esta medida obligatoria (pero tan necesaria) y ahora sí, salgo manejando rumbo al trabajo.

Qué moderna que es mi vida, pienso, mientras observo una cámara que me espía desde el poste de la esquina; avanzo por uno de los accesos a la ciudad, y un sensor de movimiento (que es un radar, pero que al parecer no genera multas sino tan solo información para que nos sintamos culpables si es que vamos muy rápido) me recuerda que saque el pie del acelerador. ¿Por qué calle llegaré más rápido a la oficina? Sin incumplir con la reglamentación vigente, y aplicando un método difícil de explicar sin ocupar en ese intento una extensión excesiva de palabras, observo en la pantallita que me acompaña desde que mis ojos se abrieron por la mañana, que “Maps” me pone en rojito las calles más congestionadas y en su color habitual las otras, lo que me simplifica la decisión: voy por allá.

Llego a destino, y estaciono frente a la plaza. Ingreso al edificio que alberga a mi lugar de trabajo, subo por ascensor hasta la ofi, saludo a los presentes, prendo la compu y arranco una mañana más. Las horas transcurren entre reuniones por videoconferencia, confección de documentos en el procesador de textos que luego son firmados digitalmente, y autorizaciones varias de expedientes electrónicos. Pocos papeles me rodean en el escritorio. Espero que algunos árboles estén contentos conmigo, ya que al parecer no estoy contribuyendo con su deforestación; espero también que esos árboles no se comuniquen con la capa de ozono, porque mi consumo excesivo de electricidad (generada principalmente en centrales que queman combustibles fósiles, como esa que está camino a la montaña, ahí al sur de mi casa) al parecer sí estaría haciendo algún daño, pero en fin, los árboles y el ozono no me han puesto las quejas, así es que avancemos nomás, ya veremos qué nos depara ese futuro cada vez más cercano.

Sobre el final del día laboral, pago algunas cuentas con homebanking. ¡Pero qué buena esta vida, che, ya ni billetera uso! Los pagos son virtuales, y el DNI, Carnet de conducir y Seguro del auto también son digitales, así es que mi despapelización llega hasta el extremo de que hoy he salido de mi casa sin billetes en el bolsillo, y nada me ha impedido desarrollar el día normal y modernamente.

Cumplida la jornada laboral matutina camino satisfecho hacia el auto estacionado frente a la plaza, que me espera con varias tarjetas de estacionamiento en el parabrisas… y ahí la virtualidad desaparece, y la realidad me golpea sobre la hora, cuando ya creía que tenía el partido ganado:

-No, jefe –me dice el cuidacoches no con poca sorna –solo efectivo recibimos, qué voy a tener pago online, si lo que saco no me alcanza ni para el micro…

Agarro el telefonito, y ahora sí lo uso para llamar; no puedo esperar a que el Cacho lea el mensaje de texto:

-Cachito, buenas… ¿tendrás algo de efectivo que me prestes? Sí, ya sé lo que soy, no me lo repitas, dale, paso por tu ofi a buscar la plata y te la transfiero… ¿me pasás tu alias?

 

Archivado en