JJ. OO.

El hombre que cacheteó al nazismo y no era querido en su patria

Cuando en 1936 Berlín se dispuso a ser la demostración de la supremacía aria, alguien llegó para mostrar lo contrario. Sin embargo, en su propia patria era un ciudadano de segunda.

Santiago Hernandorena
Santiago Hernandorena domingo, 8 de agosto de 2021 · 20:20 hs
El hombre que cacheteó al nazismo y no era querido en su patria

Berlín, 1936. Todo armado para la fiesta y demostración nazi. Originalmente, la sede de los JJ. OO. fue designada en 1931, cuando Hitler todavía no era canciller, pero desde su ascenso en 1933, se expulsó a judíos de los clubes deportivos y la representación nacional alemana.

Esto llevó a que varios países consideraran la posibilidad de boicotear los Juegos. En cada uno se discutió que hacer y finalmente solo España retiró su participación, aunque muchos atletas judíos y no judíos de las delegaciones tampoco asistieron.

Claramente, Hitler no era tonto y sabía que debía dar una buena imagen. En los meses previos a la competencia, se retiraron los carteles antisemitas y disminuyó la violencia contra los judíos. De hecho, y como para quedar bien con el Comité Olímpico Internacional, la delegación alemana incluyó una competidora judía: Helena Mayer, una esgrimista que hasta ganó la medalla de plata en florete.

La mesa estaba servida. Mientras los JJ.OO. de Berlín comenzaban, la fotógrafa Leni Riefenstahl los inmortalizaba en su película “Olympia”, un gran intento de propaganda nazi, que hoy es reconocido por sus técnicas fílmicas que luego se convirtieron en el estándar para la filmación de estos eventos.

“Olympia” destaca muchas cosas de los Juegos, pero sobre todo convierte en héroe a un muchacho de Estados Unidos que era todo lo contrario a la raza aria: el afroamericano Jesse Owens.

Owens nació en Alabama en septiembre de 1913. Su nombre real era James Cleveland pero como siempre se presentaba con sus iniciales J.C. (que en inglés se pronuncian jey y ci), le quedó el apodo.

Su familia se mudó a Cleveland, escapando de la segregación sureña y fue allí, durante su secundaria, que el entrenador Charles Riley detectó su potencial y comenzó a entrenarlo. En su último año escolar, en el Campeonato Interescolar que se disputó en Chicago, igualó el récord mundial en 100 metros con 9,4 segundos.

Pasó a la Universidad Estatal de Ohio, donde se ganó el sobrenombre “la bala” y ganó 8 títulos de la NCAA, la asociación que engloba las competencias deportivas universitarios. Sin embargo, su vida universitaria tenía una particularidad: no podía vivir en el campus, ni ir a los mismos hoteles que sus compañeros, ni siquiera comer en los mismos restaurantes, todo por su color de piel. De hecho, nunca recibió una beca deportiva.

Aun así, su nombre comenzó a hacerse famoso cuando el 25 de mayo de 1935, rompió tres récords mundiales: los 220 metros, el salto de longitud y 200 metros con vallas. Ese mismo día volvió a igual el de los 100 metros.

Así llegó a Berlín. Ya era famoso y, según su compañero de equipo James LuValle, muchos fanáticos, sobre todo señoritas, lo esperaban cuando arribaron.

Owens recibiendo la medalla de salto de longitud

Owens obtendría cuatro medallas de oro en los JJ.OO. La primera la ganó en los 100 metros. Posteriormente se quedó con el salto de longitud, los 200 metros y la carrera de relevos 4 x 100 mts, donde estableció el récord mundial junto a sus compañeros de equipo Wykoff, Draper y Metcalfe. Su hazaña recién fue igualada en 1984, cuando Carl Lewis también gano 4 doradas.

Existe el mito del rechazo de Hitler a saludarlo por sus victorias. Owens siempre se opuso a esa historia y siempre comentó que cuando le entregaron sus medallas, el Führer ya no estaba en el estadio y que, de hecho, antes lo había saludado desde el palco.

Owens volvió victorioso a Estados Unidos, un héroe nacional. Sin embargo, ser un héroe no alcanzó. Mientras en Alemania pudo moverse libremente, en su país debía seguir utilizando hoteles segregados, restaurantes particulares y vivir el hecho de ser afroamericano. De hecho, el día que lo homenajearon en el Waldorf-Astoria, no lo dejaron entrar por la puerta principal y tuvo que ingresar por un costado y llegar a “su” cena en el montacargas. Ni siquiera el presidente Franklin Roosevelt lo recibió ni le mandó una felicitación.

Recién en 1976, el presidente Ford le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad en reconocimiento a sus logros. Owens, un empedernido fumardor, murió a los 66 años, en Tucson, Arizona.

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