Mil y un relatos

Aterrizar los sueños antes de que se nos vuelen

No existe el momento ideal ni la preparación perfecta para comenzar a hacer realidad los deseos. Solo se trata de valorar la gota que llena el vaso y dar pequeños pasos que nos acerquen, cada día, a la meta.

Diana Chiani
Diana Chiani sábado, 24 de julio de 2021 · 11:15 hs
Aterrizar los sueños antes de que se nos vuelen
Los pensamientos oníricos son buenos, pero mucho mejor es ejecutar.

Siempre he amado las palabras volar, soñar e imaginar y –aunque me siguen gustando mucho porque son la base de lo que anhelamos y de lo que somos capaces de crear- cada vez soy más fanática de la tierra. Del vocablo y de todo lo que ella implica.

Los sueños, las ideas de alto vuelo, son y han sido el primer paso para concretar proyectos maravillosos y exitosos. El mundo organizacional está lleno de ejemplos como estos y son un gran aliciente a la hora de animarnos a soñar por cuenta propia.

El tema, por un lado, es que muchas veces creemos que lograr algunas cosas no está en nuestra lista de posibilidades porque eso es solo para los “iluminados”, los que tienen estrella o las personas especiales y, en general, no solemos colocarnos en ninguna de estas categorías.

Pero, por otra parte, nos dejamos pasar tiempo en el mundo de las ideas sin acciones ciertas que nos lleven a concretar eso que tenemos en mente; ya sea la posibilidad de un emprendimiento, la necesidad de cambiar algunos hábitos o dedicar algo de tiempo a esa actividad no rentada que tanto placer nos regala.

Sin darnos cuenta y día tras día, postergamos eso que queremos o pensamos nos haría bien porque no están las condiciones dadas o simplemente cuesta detener la inercia para caminar hacia un lugar diferente. Las excusas sobran y van desde convencernos de que empezaremos el lunes hasta esperar a que pasen o empiecen las vacaciones, que los días estén lindos, que mi jefe esté de buen humor o la economía mejore. 

No se trata de cambios drásticos que impliquen tirar todo por la borda (a veces esos llegan sin previo aviso con consecuencias inimaginadas) sino, simplemente, de conectar con la tierra, con la posibilidad de ir aterrizando de a poco en eso que deseamos, para que los sueños no se escapen durante el vuelo sino para, con pequeñas acciones, comenzar a darles forma.

La energía de la tierra tiene que ver con el hacer, con el tocar los pies con el piso. No para achicar nuestros sueños o ser “realistas” como algunos dicen sino para comenzar por algún lugar, por bajar a la altura de nuestras posibilidades nuestros proyectos e ideas. Porque no importa el tamaño si no damos pasos concretos para realizarlos.

Se trata de valorar la gota que llena el vaso en lugar de imaginar transformaciones excepcionales que suceden de un momento para el otro o de una vez y para siempre. Aunque hay distintos modos de hacerlo, una sencilla es –primer lugar- validar que sí queremos ir tras aquello.

No es una pregunta  trivial ni redundante, ya que muchas veces nos contamos el cuento de que deseamos algo, pero nada hacemos para concretarlo y, si bien es cierto de que muchas veces no sabemos por dónde comenzar, en ocasiones es porque no existe un interés genuino o personal sino más bien un mandato o un debería.

Pero una vez que decimos sí a un cambio, una idea, un proyecto o lo que sea nos ronde en la cabeza es importante dejar esperar el momento ideal o la preparación perfecta que nunca llega sino dar un primer paso, hacer algo concreto, palpable y certero para caminar en la dirección deseada.

Una acción pequeña que –en función de nuestras condiciones- seamos capaces de sostener en el tiempo sin agotarnos a los dos días para, después, comenzar a anexarle otras que nos lleven adonde queremos. Tal vez sea más despacio de lo que los tiempos actuales exigen o de lo que nuestra imaginación pensó. Lo importante es, no obstante, que de un modo u otro eso suceda, se ponga en movimiento y aterrice de una vez en el mundo real antes de que se escape en el vuelo o se estrelle antes de comenzar.

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