Historias de vida

Del código al cincel, el abogado que cambió de vida y se dedicó a la escultura

Dejó el Derecho para dedicarse al arte. Se compró una bicicleta y sintió que fue la primera de una suma de decisiones acertadas. Viajó a África para conectarse consigo mismo. Se define como un collage de experiencias. De los chicos aprendió a arriesgar.

Candelaria Reinoso sábado, 27 de noviembre de 2021 · 00:14 hs

Mariano Casares tiene 43 años y su vida dio un giro el día en que dejó la abogacía y se enfocó en su verdadera vocación: las artes plásticas. Alumno de Gabriel Cantilo, desde chico se sintió inclinado por esta práctica. Participaba en talleres que intercalaba con partidos de fútbol; jugaba con plastilina y arcilla y siempre mantuvo el dibujo a la par del Derecho.

Sin embargo, una inquietud lo acompañó cada uno de sus días como abogado. “Las cosas que me pasaron no parecían importantes en su momento, pero ahora las veo y pienso que eran pequeños actos de heroísmo para con uno mismo”, cuenta el escultor. “Me acuerdo que tenía 28 años, trabajaba en un estudio jurídico en Retiro y me molestaba mucho levantarme temprano y quedar atrapado en el tránsito, o al menos eso creía. Me compré una bicicleta y solucioné el problema. Esa fue la primera acción heroica para dejar de conformarme con lo que no me gustaba. Fue una pequeña acción, pero desencadenó otras”, cuenta el artista sonriente y relajado, en su casa-taller de Recoleta. Detrás suena una playlist de música latinoamericana.

Mariano trabajando en su taller de Recoleta.

En algún momento a Mariano dejó de molestarle llegar tarde a su despacho. Un día faltó al trabajo y ni siquiera pudo mentirle a su jefe: “No tengo ganas de ir”, sentenció por teléfono. “Al día siguiente me dijo que me tomara hasta el fin de semana para pensarlo. Creí que lo que me pasaba era un hartazgo de la relación de dependencia y me abrí por mi cuenta: basta de jefe y de horario, ahora podía trabajar como quería. A partir de entonces tuve más tiempo para dedicarme al arte”, recuerda Mariano.

Empezó a participar en talleres, a leer sobre técnicas y a interiorizarse en artes plásticas, pero le seguía faltando algo. De a poco, Mariano fue dándole nombre a esa angustia: quería dedicarse al arte.

Taller ubicado en su casa en el Paraje Román Báez, a 150 kilómetros de la Capital.

En 2013 viajó a Sudáfrica. “África tiene algo movilizante, se dice que todas las civilizaciones provienen del continente. No sé qué fue exactamente lo que me conectó conmigo mismo, quizás ver a los animales gigantes o lo primitivo de esa cultura. Al mismo tiempo me separé, me estaban pasando muchas cosas”, recuerda el abogado.

Cuando regresó al país se anotó en el Profesorado de Artes Visuales del Consudec. Sintió que el contraste con la carrera de Derecho en la UBA era evidente. “En ese momento tendría 35 años. Fue increíble, todo lo que hacía me gustaba, desde dibujar hasta el taller de arcilla. Quería aprender más y hacer más, a diferencia de la carrera de Derecho de la que no era fanático. Me convertí en un nerd, me encantaba leer sobre la historia del arte”, cuenta Mariano.

Mariano junto con dos de las alumnas que participan de su taller.

Empezó a dar clases en el taller de escultura de Gabriel Cantilo, padre de la cantante Fabiana Cantilo y gran ceramista y escultor. “Lo cubría cuando se enfermaba. Lo acompañé y aprendí mucho con él, empecé a tener alumnos propios y me gustó el rol de maestro. También empecé a dar clases en los colegios secundarios. Trabajar con chicos me enseñó que ellos se arriesgan mucho más. Cuando uno trabaja en una escultura llega a un punto en el que está satisfecho y no querés seguir adelante. Ellos se animan, mezcla colores, no les da miedo lo que pueda pasar”, asegura el artista.

Mariano no dejó de ejercer la abogacía, pero nunca volvió a ponerla en el centro de su vida. “Hoy me sirve porque económicamente rinde más, al menos por ahora. Me da el aire para hacer el arte que quiero. Me permite no depender de la venta de las obras para vivir y me hace más libre respecto a lo que hago”, se sincera.

Moái "Porteño", escultura en yeso.

Pero en su vida los cambios fueron graduales y no hubo volantazos. “Cuando decidí enfocarme en el arte mi vieja siempre me decía: 'Andá al estudio de abogacía de la hija de María Marta', pensando que en realidad lo que no me gustaba era el lugar donde trabajaba. Pero 'el estudio de María Marta' representaba todo lo que no quería ser”, recuerda en voz alta.

Con la muerte de Cantilo, Mariano quedó como profesor del taller hasta que, meses después, la mujer del artista quiso cerrar. Esto le sirvió para animarse a arriesgar y abrir su propio taller. “Ahora tenía mi espacio”, sonríe Mariano.

Rey y peón, talla en madera.

Alquiló una casa en un pueblito cerca de San Antonio de Areco, a 150 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, para poder estar en contacto con la naturaleza. Y ahí instaló su taller. “Me encontré con vacas, ovejas, chanchos y caballos y empecé a plasmarlos en la arcilla”, cuenta y explica que a partir de la pandemia se instaló definitivamente en el campo y ya no tenía excusa para no crear.

Inspirado en artistas como Auguste Rodin y en argentinos como Alberto Lago o Cantilo, Mariano se define a sí mismo como “un collage de experiencias”. Todas sus esculturas tienen una historia detrás. “La escultura es para mí como un recuadro de una historia más grande, enorme. Trato de que ese momento que quedó congelado en la arcilla tenga tintes de la historia que hay detrás”, explica.

Mini Ninja, talla en madera.

“Durante la cuarentena vendí una talla en madera que disfruté mucho hacer. Era una escultura de un rey y un peón, partidos al medio, ambos desde sus lugares viviendo las mismas angustias, al igual que en la pandemia, donde no importaba quiénes éramos, todos estábamos conectados por el mismo suceso”, dice Mariano. Su primera talla fue el “Mini Ninja” que todavía conserva sobre su mesa de trabajo. En rigor, no es un ninja sino un aprendiz que un día se vistió con la ropa de su maestro para jugar, pero tuvo la mala suerte de que ese mismo día había una batalla y tuvo que salir a pelear. La expresión de la escultura es de "¡Uy! ¿ahora qué hago?".

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