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Más allá de Milei: la renovación política como salida a la época de las pasiones tristes

Un análisis de la realidad social de Argentina y la irrupción de Javier Milei como fenómeno político.

javier milei
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Posiblemente, las líneas que siguen me traerán más enemigos que adeptos. Muchos y muchas, con seguridad, se sentirán negativamente interpelados por mis palabras. Por suerte, tengo la certeza de que los lectores no serán tantos y, en consecuencia, los ofendidos serán proporcionalmente menos. Si sirve de algún consuelo para los ofuscados, debo decir que el presente trabajo, de alguna manera, encubre una profunda autocrítica sobre lo que pensé durante mucho tiempo y hasta no hace mucho tiempo.

Lo que sigue son tan solo algunas conclusiones provisorias, quizás precipitadas, tras varios meses de reflexión sobre lo que está ocurriendo actualmente en nuestra sociedad. Específicamente, me refiero a las causas por las cuales un panelista de televisión como Javier Milei llega a ser presidente de la República Argentina. También, sugiero algunos motivos por los que gran parte de nuestra sociedad considera que el sistema político actual y quienes lo integran no son la solución a sus problemas, sino, por el contrario, la causa de los mismos. Finalmente, me tomo el atrevimiento de exponer lo que entiendo como una alternativa frente al momento político en el que nos encontramos inmersos.

En primer lugar, entiendo que la llegada de Javier Milei al sillón de Rivadavia implica el fracaso de dos generaciones políticas que no supieron conducir el Estado, comprender las necesidades sociales ni la incidencia de los cambios generados por las redes sociales y las nuevas tecnologías en el sentir popular. La primera de ellas nació políticamente en los años 60, creció en los 70 y tuvo la oportunidad de incidir en el poder en los 90 y en los dos primeros decenios de este siglo. La segunda generación es la que surgió tras la crisis de 2001 y tuvo su mayor protagonismo durante los gobiernos kirchneristas, especialmente desde la muerte de Néstor Kirchner en adelante.

El excesivo valor otorgado a lo simbólico por sobre la realidad material de la ciudadanía y la incapacidad de atender a las necesidades más concretas de la mayoría, debido a la desproporcionada preocupación por los derechos de las minorías, fueron algunos de los errores cometidos que alimentaron el odio contra lo que se supo denominar “la casta”.

Luego, solo fue necesario que ese sentimiento de insatisfacción e ira generalizada fuera apropiado discursivamente por alguien que pareciera un "outsider" del sistema político y al que no se le pudieran adjudicar esos pecados. Además, la propuesta poco moderada y de ruptura con el pasado sedujo al electorado que veía en los otros candidatos una representación de continuidad.

La incomprensión de los deseos de las mayorías por parte del “progresismo”, que se encontraba —o, corrigiendo, que nos encontrábamos— tan preocupado por las necesarias reivindicaciones de las minorías, provocó la subestimación del fenómeno que se estaba gestando. Esto quedó demostrado cuando el gobierno electo, con una incorrección política sin precedentes, arremetió sin mayor costo contra la Secretaría de Derechos Humanos, el Ministerio de la Mujer o cuando, en el foro mundial de Davos, disparó una serie de irreproducibles afirmaciones contra la comunidad gay, las personas trans y el colectivo feminista. Pareciera que el presidente intenta repetir el método comunicacional y la estrategia mediática que lo llevó a lo más alto de nuestra nación, pero ahora ante los ojos del planeta.

Pero fue, debo decir, la falta de entendimiento sobre las nuevas lógicas y herramientas comunicacionales lo que hizo que se perdiera la capacidad de reacción frente a ellas. Los efectos de los algoritmos y la indiscutible influencia de las redes sociales sobre la opinión pública eran algo desconocido hasta ese momento para aquellos tan bien ponderados asesores que rendían culto a las encuestas y, especialmente, a la corrección política frente a los medios de comunicación.

También, el desconocimiento del sesgo cognitivo de “confirmación”, que implica una tendencia humana a prestar atención a la información que ratifica las ideas preexistentes y no a la que las pone en crisis, es otro factor relevante. Todo ello es potenciado por los algoritmos, que colocan a la vista de las personas el contenido que cada una de ellas desea ver, dejando en evidencia que hoy la gente no se informa, se confirma

Pero no debemos creer que estamos ante un fenómeno local. El mundo es alcanzado por estas dinámicas sociales que le permiten llegar al poder a Trump, Bolsonaro, Beppe Grillo y el partido de las 5 Estrellas en Italia, entre otros populismos de derecha y autoritarios. Es que, como dice Francois Dubet tomando términos de Spinoza, el espíritu de la época es de pasiones tristes. Porque, en palabras del sociólogo francés, con el pretexto de liberarse del discurso biempensante y lo políticamente correcto, se puede acusar, denunciar, odiar a los poderosos o los débiles, los muy ricos o los muy pobres, los desempleados, los extranjeros, los refugiados, los intelectuales, los expertos. Apenas más veladamente, se desconfía de la democracia representativa, acusada de incapaz y corrupta, de estar lejos del pueblo, sometida por los lobbies y llevada por las riendas de Europa y las finanzas internacionales.1

Frente a esto, el panorama pareciera incierto y no se vislumbra una alternativa que pueda resultar competitiva en este nuevo escenario que evidencia un profundo cambio de época. En mi opinión, nuestra democracia necesita una transversal y profunda renovación política. Para ello, es necesario el surgimiento de nuevas figuras, desapegadas de los antiguos relatos y sin la carga negativa de un pasado que, a los ojos de la generalidad, ha fracasado. También, que sepan comprender los sentimientos de las mayorías, sus esperanzas y sus indignaciones, pero, sobre todo, que tengan una propuesta que la gente perciba como genuina y el valor para romper con aquellos que, sin chances de disputar nada, solo están preocupados por garantizar sus pequeños espacios de poder.

Infructuosos y, a todas luces, forzados resultan los intentos de los antiguos dirigentes que, de forma tardía, incursionan en el mundo del streaming, TikTok o que incluso tratan de mostrarse descontracturados y, algunas veces, incorrectos, tratando de imitar algo que no les cuadra y se aproxima bastante a lo ridículo.

Es posible que, en esta Argentina pendular y polarizada, esta vez el cambio no sea entre un gobierno de derecha y uno de izquierda o viceversa, sino que el paso dialéctico quizás esté vinculado a los estilos políticos y comunicacionales. Por lo cual, sería esperable que la alternativa que cautive la atención del electorado ante un fracaso de este gobierno, sea una opción moderada, más seria y menos histriónica.

Para finalizar, como refiere Dubet, debemos entender que ”la búsqueda de la justicia y la igualdad para uno mismo y para los demás no es una inyección de ánimo para una sociedad que funciona mal: debería ser el basamento de una renovación política. El problema radica en que todos esos actores y todas esas acciones son hoy invisibles, están desprovistos de palabra colectiva y de relevos políticos y sindicales. Ningún partido, ningún movimiento parece en condiciones de darles una expresión. Todo sucede como si las pasiones tristes fueran las únicas con derecho de ciudad, como si la única imagen aceptable de la vida social fuera la caída y la catástrofe anunciada. Dado que la izquierda no es hoy la mejor banca de la ira, debería ser la de la responsabilidad y la esperanza"

1 Dubet, Francois, La época de las pasiones tristes, 1a ed., 4a reimp., CABA, SIGLO XXI EDITORES,2024, P. 9

*Leandro Rodriguez Pons
Abogado. Profesor (UNCuyo / UBA)