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La verdadera y dramática herencia del 2001 a la que Argentina le da la espalda

La crisis de 2001 no fue ningún final, sino un hito en la historia que marcó la aceleración del deterioro social, político y económico. Lo que se recuerda es la renuncia de De La Rúa, los 5 presidentes y la represión. Pero dejó hambre, infancia abandonada y un sistema clientelar que persiste.

Pablo Icardi
Pablo Icardi lunes, 20 de diciembre de 2021 · 07:00 hs
La verdadera y dramática herencia del 2001 a la que Argentina le da la espalda
Foto: El Cronista

Hambre

Tomaban las hamburguesas ya frías, alguna a medio masticar, las guardaban en las bolsas y seguían la ruta de la comida. Al otro día esos desperdicios serían reciclados en albóndigas, milanesas o estofados. Mientras el centro de Mendoza dormía, más de 100 personas seguían los camiones de la Municipalidad de Capital para juntar de la basura lo que sería su alimento diario.

“Con esto comemos toda la semana. Agarramos la carne, la volvemos a moler, la rebozamos y hacemos milanesas. Otro día hacemos albóndigas y otro algún estofado. Todo se aprende cuando hay necesidad”, decía Charly en junio del 2002, cuando tenía 25 años y, entonces, todas las noches recorría las hamburgueserías para alimentar a su familia.

De manera casi invisible para el resto de Mendoza, cientos de personas comenzaron a peregrinar por los restaurantes y bares de la provincia para buscar de manera desesperada algo de comer.

Una nota periodística de la época.

Castillos de cartón

Por afuera la casa es convencional. Pero adentro, había torres de cartón que rozaban el techo, otras montañas de botellas y latas de aluminio aplastadas, muchas latas. Ramiro no tenía cuenta bancaria, pero ahorraba en especies: acumulaba basura reciclable en su hogar y vivía en una especie de castillo de desperdicios que se convertían en mercancía. “Esto es aprovechar todo”, decía.

Era el precursor de un oficio que parecía nuevo luego de la crisis: ser cartonero. En realidad era una estrategia de supervivencia surgida por la crisis y la “revaluación” de algunos materiales. Recorrer el centro, los locales y las casas para buscar cartón, aluminio, vidrio y todo lo que se pueda vender a $0,40 el kilo. Más de 10 mil mendocinos hallaron una salida en ese camino ni bien ocurrió la devaluación.

Desamorados

Debajo de una escalinata abandonada de la escuela Arístides Villanueva, por calle España, había un tapial de cartón. Sin hacer ruido, casi camuflado por el paisaje urbano y algunos graffitis, Ángel vivía escondido. Al hombre le había golpeado la crisis de manera brutal, pero no era la primera vez. “Ya viví los problemas de la hiperinflación. Me volví a quedar sin trabajo. Pero puedo zafar haciendo fletes. Mi problema es otro”, decía en una noche con garúa fría, bajo la cubierta de los cartones de su casa improvisada frente a Tribunales federales. Ángel podía superar cualquier crisis económica; cualquier traspié laboral. Pero no pudo soportar la falta de amor, que su familia se haya deshilachado. “Nos separamos todos con todos. La crisis nos puso mal, dejamos de entendernos y yo quedé en la calle”, explicaba Ángel, a quien casi no le salían las palabras por el dolor.

Entre los mendocinos que terminaron viviendo en la calle tras la crisis, había realidades diversas; pero un factor común: el desamor, las familias rotas y el deterioro comunitario. No era la falta de dinero solamente lo que los había dejado marginados.

 

Infancia muerta

Saltaron la pared y detrás del muro había un mundo oculto. Pasadizos peligrosos, fierros en punta, escondites y, detrás de algunos muros, el cementerio de la infancia de más de 20 niños. Cada mañana Maicon (que hoy está muerto) entraba con algunas monedas en el bolsillo y poxirán para aspirar. Ese era el desayuno; también sería la cena. Los niños del “Buci” fueron un ícono del abandono de la infancia en plena crisis. Pero no los únicos: cientos de niños mendigaban en las calles y, entonces, la única reacción del Gobierno había sido detenerlos. Los demoraban en la comisaría tercera, los encerraban en la comisaría del menor. Y trataban de disimular por la falta de pericia para gestionar.

Los niños "del Buci".

Camuflaje

Hace 20 años hubo un hito en Argentina y en Mendoza en particular. La crisis política, social y económica más aguda que se recuerde desde el retorno de la democracia hizo que renunciara un presidente, que hubiera otros 4 mandatarios en una semana y que se generara una sensación de caos inédita. Hubo impericia para gobernar de parte de Fernando De La Rúa, el hombre que se preparó toda la vida para ser presidente y fracasó estrepitosamente; un boicot político también inédito que involucró a Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde y varios gobernadores. También la cosecha de una siembra gestada una década atrás.

De esa crisis lo más recordado son los hitos visuales y agudos: cacerolazos, saqueos, represión y un despegue en helicóptero desde la azotea de Casa Rosada. Cinco presidentes y el “que se vayan todos” como eco que retumbaba. Pero como ocurre con algo que se cuece a fuego lento, la herencia del 2001 y 2002 fue mucho más dramática y quedó en la matriz social del país: la marginación de un tercio de la población, una estructura social quebrada y sin perspectivas. Se recuerda el repudio a la política, pero lo que quedó fueron las consecuencias para la población.

De puño y letra, la renuncia de Fernando De La Rúa.

La decepción política que produjo el fracaso de la Alianza fue brutal, tanto que en las elecciones de octubre del 2001 ganó el voto bronca. La política estaba vaciada. Pero hubo mucha mayor resiliencia que capacidad de respuesta. Hoy 4 de los 5 presidentes que hubo siguen en política y la mayoría de los dirigentes que eran apuntados en el “que se vayan todos” también. Entonces, en 2001, el 28% de los hogares y el 32% de las personas vivían bajo la línea de pobreza. Hoy, 20 años después, casi el 45% de la población y el 63% de los niños viven en hogares pobres.

Eduardo Duhalde logró ser el único ex gobernador de Buenos Aries en llegar a ser presidente. No lo hizo vía elecciones: para romper la maldición fue necesaria la intervención política para derrocar a De La Rúa y que el presidente lo elija la Asamblea Legislativa. Duhalde hizo la terea sucia: devaluar y hacerse cargo de la gestión de un país en llamas. No había ninguna red de contención.

 

El negro de humo y el olor a goma quemada era parte del paisaje en el Acceso Sur. Como nunca antes, en Mendoza había piquetes. Había hambre. El Gobierno nacional, con el mendocino Isuani, creó el plan “Jefas y Jefes de hogar”, el primer plan social masivo para enfrentar la crisis, un sistema que aparecía como respuesta de emergencia pero que se haría carne para hacer oficial al asistencialismo como eje de cualquier política social y clientelar. Tanto, que ahora uno de cada dos argentinos recibe alguna ayuda directa del Estado, en un marco de falta de empleo estructural.

Llegó una época dorada para los ingresos del Estado. El rebote económico, la suba de precios del petróleo y la soja, el “viento de cola” y, sobre todo, una sociedad con las defensas bajas hizo que Néstor Kirchner, que llegó de rebote a la presidencia en 2003, tuviera una oportunidad de oro. En esa década hubo impulso al consumo, más gasto, pero no se gestó desarrollo. Raro caso el de Argentina: mejoraron algunos indicadores, como la mortalidad infantil, pero no se logró sacar a de la marginación laboral al tercio de ciudadanos que ya habían quedado afuera.

Luego de 20 años de la crisis que emergió en 2001, la verdadera herencia, el hecho real no fue la renuncia de un presidente, la asunción de otros 4 y la crítica a la política: fue el reconocimiento de la decadencia Argentina, un proceso que no terminó allí. 

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