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Andrés Gioeni, excura: "Acuéstate con niños y amanecerás mojado"

El exsacerdote católico mendocino, ahora actor y escritor, analizó el documento de Benedicto XVI sobre las culpas de la pedofilia en la Iglesia y también la actitud del papa Francisco ante esos hechos.

domingo, 14 de abril de 2019 · 13:06 hs

Morado como los colores de los ornamentos litúrgicos en esta Cuaresma (tiempo de espera para la Pascua), así le ha quedado el ojo al Papa Francisco con el duro golpe que ha sido el documento del Papa emérito.

Con sospechosa naturalidad Ratzinger afirma que el objetivo de la publicación ha sido con la “intención de contribuir a esta hora difícil que atraviesa la Iglesia católica”, pero en realidad no es más que un salvavidas de plomo al Papa actual.

Es que ha dado mucho para hablar el último documento de Joseph Ratzinger, suponiendo que fuera de su autoría –ya que hay algunos que desconocen la redacción como propia del Papa emérito Benedicto XVI-.

Pero, sin detenerme en consideraciones de autor, creo importante más bien analizar algunos puntos de su contenido. Porque algún Obispo, Cardenal o Teólogo lo escribió, sino el mismo Ratzinger o le pusieron su firma como argumento de autoridad.

Hay pasajes en las dieciocho páginas que dejan mucho que desear y siguen demostrando las gravísimas divisiones y falencias de los miembros de la cúpula de la iglesia católica (hace tiempo he dejado de escribirla con mayúsculas). Falencias de todo tipo, en el plano pastoral, en el plano estratégico, en el científico y sobre todo en el plano humano.

A nivel pastoral comienza tomando postura frente a la prescripción de la educación sexual en las escuelas ya que la nombra en primer lugar en su reparto de culpabilidades (“el asunto comienza con la introducción de los niños y jóvenes en la naturaleza de la sexualidad”). Luego en su sincretismo acopla en esta lista la proyección de películas pornográficas y la violencia que se desprende de ese “colapso mental”. No quise indagar mucho en reportes de esos veinte años (1960 a 1980) que él señala como aquellos donde “los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente” pero no encontré como generalizado que la pedofilia, como él dice, “se diagnosticara como permitida y apropiada”. En esos años también se ha tenido real conciencia de que es un delito y por eso se callaba y se ocultaba. Pero no pasemos por alto ese dato, porque quizás entender así la revolución sexual fue el punto de partida de sus complicidades.

En su reparto de culpas no se salva ni el Concilio Vaticano II, al que responsabiliza de las crisis ministeriales y aberraciones sexuales de sus ministros. Si fuera así sería a la vez reconocer que cuando él estuvo al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, y posteriormente como Papa, tampoco supo encontrar elementos que sirvieran para apaciguar estos “desperfectos” que incorporaron en la vida interna de la iglesia los padres conciliares. Y vaya si tuvo tiempo para eso. También es pasar por alto la historia y saber que el tema de la pedofilia ya se venía debatiendo desde mucho antes (el primero en hablar de curas pederastas fue Atenágoras en el Siglo II DC., y fueron temas tratados en los Concilios de Elvira y de Ancira –ambos a comienzos de los años 300-). Deliberadamente también deja escapar cronológicamente a uno de los mayores escándalos de pederastia a nivel mundial en personajes nefastos como Marcial Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo) cuyos “ataques” tienen denuncias veinte años antes que el Concilio Vaticano II.

Por otro lado querer también culpar a la revolución sexual es negar el devenir histórico de un movimiento que surge como consecuencia de una sociedad plagada de silencios, de abusos, de hipocresía. Si un Pastor no es capaz de leer el pasado, cuanto menos capaz será de leer el presente para buscar soluciones. No es de extrañar entonces que en el ámbito de la moral sexual las respuestas de doctrina católica sigan en la era precámbrica.

A nivel estratégico hay al menos otras dos cosas. La primera: que se firme como Benedicto XVI (sea o no él el autor) sería como “escupir para arriba” sabiendo que su salida se debió en gran parte a sus omisiones, concesiones y complicidades en este tema. Cualquier persona con sano criterio se relegaría al silencio. La segunda: que permitan que Benedicto XVI se interponga en el ministerio y liderazgo de Francisco en áreas difíciles de digerir por toda la curia romana sería remover el avispero (obispero sería más apropiado, humor obliga). Y si, como algunos piensan, fuera obra de los “adversarios de Francisco” para debilitarlo, pues ellos saldrían perdiendo cuando al respecto no han hecho propuestas alternativas o superadoras.

La ingenuidad (o pasmosa psicopatía) cuando en el documento se pone en actitud de victimazgo afirmando que sus libros fueron prohibidos, escondidos y vetados. Todos los que hemos transitado un Seminario sabemos que en realidad estaban a la altura de los ojos del seminarista en cada estante, casi como para que antes de leer la Biblia debíamos leer sus libros o sus encíclicas impartidas desde la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe (vale la pena en este contexto recordar que es el nuevo nombre que recibe la recordada ex Inquisición)

En el plano humano es donde se reflejan sus peores miserias, cuando afirma que la misericordia de Dios quiso la muerte del teólogo Böckle antes de que este se opusiera a algunas afirmaciones de carácter moral. Digno aporte para una mitología vikinga más que a una visión paternal de Dios.

Al final de su documento él afirma que “la razón de la pedofilia es la ausencia de Dios”. Un amigo ateo me decía que para él la razón de la pedofilia es que hay exceso de Dios, ya que sin Dios no harían falta iglesias que resguarden y encubran curas pedófilos.

Y quiero detenerme por último en las falencias en el plano científico, porque en esto se asemeja a su sucesor Francisco.

Para Ratzinger fue el lobby gay el que tuvo gran parte de la responsabilidad. No quiere entender que la clave está en mirar la perversión y no la tendencia. Cosas completamente diferentes y que parecería que hay que repetir hasta el hartazgo. Hay curas homosexuales y heterosexuales que abusan, y demás personas no curas homosexuales y heterosexuales que abusan. No hay que poner el foco en la tendencia sino en la perversión y el delito.

Benedicto XVI pretende dar una visión reduccionista al tema de la pederastia y su etiología sin tener en cuenta la infinidad de aportes que han hecho a ese campo la psicología, la sexología, la medicina, sólo por nombrar algunas ramas que deberían escucharse. En un mundo pluralista que reconoce el diálogo y la interacción de ámbitos, la Iglesia sigue encasillada en miopes reduccionismos.

Pero esta visión no es muy lejana a las pobres e ingenuas opiniones que ha realizado el actual Papa Francisco a lo largo de sus años de pontificado y su coqueteo constante entre el “sí, pero no”.

Es que cada vez que ha hablado del tema de la homosexualidad pareciera tener demencia senil. Empieza diciendo “¿quién soy yo para juzgar a los gays?”, y en otra conversación afirma estar “preocupado porque la homosexualidad parece estar de moda”, y sigue aconsejando su proscripción en el ingreso a los seminarios ya que los homosexuales son más propensos a incurrir en los delitos de pederastia que sacuden la credibilidad de la Iglesia. Después hablando cara a cara con un homosexual le dice: “Dios te hizo así. Dios te ama así”. Pero luego, dirigiéndose a los padres dice que “ignorar a su hijo o hija con tendencias homosexuales es un defecto de paternidad o de maternidad" y les recomienda tratar la homosexualidad de sus niños con psiquiatras.

Más allá de este tema recurrente a mi persona y que no dejaré de ser crítico hasta que se haga justicia con una mirada sincera sobre la homosexualidad, lo cierto es que en el plano de la pederastia, irónicamente, ni Benedicto ni Francisco parecen dar en el Blanco.

Cuanta FE tienen que tener los católicos cuando siguen afirmando como parte de su entramado doctrinal la INFALIBILIDAD PAPAL.