Lenguaje Inclusivo

Incluir a través del lenguaje no requiere imponer un dialecto, necesariamente

Una opinión para dialogar sobre una grieta que, a juicio del autor, es innecesaria y forzada y que puede aguardar que avance un proceso evolutivo  y no ser forzado desde posturas exclusivamente militantes.  

miércoles, 19 de junio de 2019 · 12:50 hs

Las palabras son herramientas. Y muy eficaces para ser usadas a la hora de conseguir ejercer la humanidad, por cierto. También son municiones de un arma poderosa. Quien más palabras utiliza a diario, no solo se defiende mejor del entorno agreste de la convivencia muchas veces imposible, sino que se abre camino en el sálvese quien pueda que es la vida. Por eso, depende de cómo se las use o agrupe, será su carácter y resultado.

Durante siglos, milenios, aún desde cuando el lenguaje era solo una sucesión de muecas, de dibujos o rayas, hubo quienes pretendieron modificarlo para reducirlo a un grupo y, por lo tanto, mostraron dos cosas, una que podríamos calificar de “mala” y otra de “buena”: que el ser humano es muy vanidoso y que busca progresar, siempre.

Aunque también hemos podido descubrir que ciertas pretendidas vanguardias no lo fueron, sino que representaron un ansia superior al promedio de protagonismo, constituyendo con ese ímpetu algo así como sectas excluyentes desde el lenguaje.

Las hay, de todo tipo. Y hay que fijarse en algo: el lenguaje usado, verbalizado o escrito, dibujado o gesticulado en rituales, está hecho para que lo comprendan supuestos “elegidos”.

Salteando tajadas completas de la Historia, digamos entonces que se buscó alguna vez que el mundo entero hablase un solo idioma, el esperanto. Muy pocas personas lo aprendieron y usaron, porque la humanidad venía en la tarea de integrarse al otro adaptando o aprendiendo los idiomas preexistentes, o bien estudiando los de otros pueblos, con tal de poder entrelazarse y entenderse y hacer cosas juntos; al menos hablar y comprenderse y de allí en adelante, descubrir, inventar, proponerse la guerra y la paz…

Por eso ahora, cuando aparece en discusión si se deja o no usar el autodenominado “lenguaje inclusivo” desde las escuelas, en donde con tanta dificultad se enseña y aprende el castellano, y a duras penas se logra saber algo sobre los idiomas de los pueblos originarios y de los actuales dueños del poder económico y político mundial, resulta un escollo incómodo, pero interesante para discutirlo, si se nos deja y no se pretende imponer como “única opción irrefutable” de inclusión.

¿Quién puede estar en contra de incluir a todos los géneros y su máxima diversidad en un lenguaje? También es necesario poner sobre la mesa el machismo histórico y que no afloja en el presente de la Real Academia Española de la Lengua. Pero también es cierto -y basta para saberlo recorrer cualquier posteo en cualquier cuenta de Facebook- hablamos, escribimos, entendemos e interpretamos el idioma que ya tenemos con tanta dificultad que sumarle a ello una acción en el sentido pretendido puede ser un objetivo militante interesante, pero de laboratorio. Una pretendida vanguardia, pero para unos pocos, para un sector. El riesgo que corre el “lenguaje inclusivo” es volverse un dialecto o algo así como lo que los médicos nos hablen de los medicamentos que tenemos que tomar por sus fórmulas científica que ellos entenderán, y el resto no. 

Por otra parte, tampoco hay una "Academia del Lenguaje Inclusivo" y la guerra entre las "e", los asteriscos y las "x" no ha resuelto quién es el ganador, de allí que sin reglas claras, sobrevive una "interna de la interna" entre quienes impulsan un nuevo uso del idioma.

Es imaginable que mucha más gente de la que hoy pueda hablar el “lenguaje inclusivo” no entienda aún una conversación completa en castellano argentinizado. Ni hablar si nos cruzamos con algún otro hispanohablante: no logramos comprendernos del todo por giros, modismos o costumbres, mañas o deformaciones que también pueden considerarse “evoluciones del castellano", si es que lo que se pretende es ir a algún podio de las innovaciones.

Por eso es posible plantear que el “inclusivo” hoy excluye, que le falte maduración a una idea nacida en los claustros o en sitios de militancia, y que termine por etiquetar a todos los que aun están fuera de su frecuencia, en forma apresurada, en una especie de juicio sumarísimo, poniéndolos enfrente, sin mediar posibilidad alguna de diálogo.

Más gente no lo entiende ni sabría como hablarlo que la que pretende imponer en nombre de lo políticamente correcto su uso masivo. 

Allí está: puede ser otra sobreactuación argentina, o el inicio de un proceso evolutivo del lenguaje. ¿Bastaría con que nos alfabeticemos todos con la vara bien alta, con calidad en el proceso de enseñanza y aprendizaje y más días con mejores jornadas de clase que buscar este atajo?

El atajo otorga privilegios a sus impulsores en el efímero mundo de la política o la parapolitica en la que se nutren de este tipo de ocurrencias, a las apuradas. Y esa coartada deja de lado, una vez más, la discusión de lo sustancial: integrarnos definitivamente, incluirnos, pero en función de cosas concretas y no de una jerigonza inventada da hoc.

Resulta tan fácil buscar y encontrar el aplauso de aquellos a quienes se quiere sorprender positivamente con ese tipo de iniciativas, como lo sería que este artículo aglutine tras de sí el apoyo de amargos conservadores que niegan la cuestión de género, anclando el tiempo en un pasado que no volverá.

Pero la idea, creemos, es otra. Buscar discutir sobre el “lenguaje inclusivo” reclamando imperativamente su aplicación es un abuso y solo interesa a los pares, a los afines, a quienes están dedicados a poco más que a ello. Si se confirmara que eso es lo que sucede, estaríamos hablando de un conformismo sectario.

Podríamos ir más allá. Pero para ello hay que plantearse desafíos que requieren esfuerzo, como el educativo y su necesaria revolución, y no solo tener capacidad lúdica o tiempo de militancia.

¿Cuando queramos una sociedad más alegre saldremos a exigir que todos hablen en trabalenguas?

Lo más astuto sería acordar que nadie robe, que se eduque mucho, que haya ingresos suficientes para ser felices y, así, poder andar por la calle con una sonrisa y no arrastrando la pesada amargura de cargar con una Argentina llena de atajos de viveza criolla y de autopistas ventajistas, en lugar de hacer el esfuerzo y demostrar con trabajo que podemos cambiar el eje, e incluirnos a todos o a la inmensa mayoría, sin tener que jugar un scrabble social en el que muy pocos, pero muy pocos, residentes urbanos y sobre todo vinculados a la universidad y el mundo del empleo pleno, tienen tablero y fichas para participar.

Hay una intención sana en la idea del “lenguaje inclusivo”, pero no es admisible generar una dictadura del idioma burlándose de los que no lo ejercen. Porque si hay una palabra que vale la pena utilizar y proclamar, y que lo han hecho históricamente los desintegrados, los oprimidos, es libertad.

Incluyo abajo una serie de artículos publicados por glotopolitica.com en el que se dice lo contrario a esta opinión:

Por qué SI hablar con lenguaje inclusivo

Una revolución también en lo lingüístico | Por Patricia Solari:

Vamos a tratar de hacer un análisis respecto al uso del lenguaje inclusivo. Yo creo que ante la revolución en la que nos encontramos como sociedad: donde las mujeres y las libertades estamos haciendo tanto ruido hermoso y en donde muchos hombres abren los ojos y nos acompañan en esta lucha… tenemos que abarcar la revolución con todo lo que ésta significa.

Empiezo por explicar porqué creo que hoy vivimos en revolución. Primero y principal, comprendo y entiendo los cambios socio culturales a nivel mundial que nos llevan a un avance de la manera de manifestar dicha revolución. Las redes sociales son fuertísimas armas, las opiniones, la viralización que nos permite comunicarnos en solo un segundo y unir así pensamientos o compartir información trascendental… así justamente: TRASCIENDE. Hoy en día la revolución se hace trascendiendo los límites de espacio y de tiempo.

Ok, ya me ubico en contexto de revolución. Sigamos.

Estando como estamos, con esa necesidad desesperada de manifestar y de generar un cambio (cambio real, no ese que Macri flashea), acepto que si hoy, la inclusión puede manifestarse a través del lenguaje es absolutamente válido y respetado, al menos desde mí lugar de mujer feminista.

Estoy convencida de que con este lenguaje, por cierto muy difícil de usar, estamos tratando de eliminar de una buena vez la clasificación de las personas según de sexo/género. Somos más, somos lo que queremos ser y ya.

¿Por qué no? ¿Por qué tengo que ser loca si no me siento mujer? ¿Solo por tener concha y tetas?

¿Por qué tengo que ser histérico si no me siento hombre? ¿Por qué tengo pito?

¿Por qué mi grupo de amigxs es denominado como género masculino si está compuesto por personas de ambos sexos y diversos géneros?

Descubrí estudiando y enamorándome lo perjudicial que puede llegar a ser el “NO LUGAR” de las situaciones o emociones en nuestra vida cotidiana. Bueno acá va otro de mis argumentos de porqué le digo sí al lenguaje inclusivo: Sentirse libre, sentirse persona y no sentirse mujer/varón es una evolución. Es avance el hecho de no definirse, es adaptarse a la actualidad que nos persigue y nos empuja a ser y a hacer más.

Dejo de lado, desde lo más profundo de mi corazón, toda limitación hacia la libertad de otra persona. No me sale sin pensarlo, no me sale natural, pero creo que es hermoso renovarnos e incluirnos principalmente porque me siento orgullosa de pertenecer a un tiempo cultural en el que poco a poco ser (del verbo ser) es simplemente ser.

Muchas veces me respondieron “Bueee pero para qué, si ya está todo claro así”. Mi pensamiento y reflexión fue y sigue siendo:

Y sí durante toda la historia en los momentos previos a las revoluciones hubieran dicho “¿Para qué? Si ya nos entendemos así”, entonces… ¿Qué sería de nosotres?

Hoy nos toca, estemos a la altura del cambio.

Una cuestión de evolución e inclusión | Por Josefina Atiye

Uno de los elementos que distinguen a los seres humanos del resto de los seres vivos es la capacidad para comunicarse de manera sistematizada y comprensible.

En todo está la lengua, dado que, una vez que la adquirimos, nunca más dejamos de usarla para pensar el mundo que nos rodea, entonces digamos que la lengua es un fenómeno social. Ocurre siempre con relación a un “otro”, a una comunidad con la que establecemos convenciones respecto a qué significan las palabras y cómo significan esas palabras. En este sentido, vale decir que nos pertenece a todas las personas que la hablamos.

La lengua no es una foto, es una película en movimiento. Y la Real Academia Española no dirige la película, sólo la filma. A eso llamamos “gramática descriptiva”, que es el trabajo de delimitar un objeto de estudio (en este caso lingüístico) y dar cuenta de cómo ocurre más allá de las normas. Por eso, cuando un uso se aleja de lo que indican los manuales de la escuela, si es llevado a cabo por suficiente cantidad de personas y se hace lugar en determinados espacios, la RAE acaba incorporándolo al diccionario. Ese es su trabajo descriptivo. Luego informa al público y ahí todos horrorizados ponemos el grito en el cielo porque cómo van a admitir “el calor” si es obvio, requete obvio, que el calor es masculino. Es EL calor.

¿Esto significa que podamos hacer lo que se nos antoja con la lengua? No. Hay cambios que el sistema simplemente no tolera. Uno puede comprarse todas las témperas del mundo y mezclarlas a su placer, pero no puede imaginar un nuevo color. Algunas partes de la lengua funcionan de la misma manera: por ejemplo, no es posible pensar el castellano sin categoría de sujeto (ese que en la escuela había que marcar separado del predicado y cuando no estaba se le ponía “tácito” al costado de la oración).

Las Glosas Emilianenses son uno de los registros más antiguos que tenemos del castellano. Se trata de anotaciones al margen en un códice escrito en latín, hechas por monjes del Siglo X u XI, para clarificar algún pasaje. Como se ve al costado, gracias a la glosa ahora el pasaje quedó clarito clarito.

Anécdotas como esta nos recuerdan que la lengua es maleable. Esto, entonces, demuestra que la lengua está en permanente cambio, pero ocurre tan lentamente que nos genera la sensación de permanecer detenida.

Una de las capacidades más poderosas de cualquier lengua es la capacidad de nombrar. Poner nombres, categorizar, implica ordenar y dividir. Y desde que nacemos (incluso antes), las personas somos divididas en varones y mujeres. Nos nombran en femenino o masculino, se refieren a nosotres utilizando todos los adjetivos en un determinado género. Muchísimo antes de que nuestro cuerpo tenga cualquier tipo de posibilidad de asumir un rol reproductivo, aprendemos que es diferente ser varón o mujer, y nos identificamos con los unos o las otras.

Para cuando podemos responder “qué queremos ser cuando seamos grandes”, nuestras preferencias, auto proyecciones y deseos ya tienen una enorme carga de los esquemas simbólicos que nos rodean.

A esa inmensa construcción social, que se erige sobre la manera en que la sociedad da importancia a ciertos rasgos biológicos (en este caso relacionados con los órganos sexuales y reproductivos), es a lo que refiere el concepto de “género”. Lo que los estudios sobre el tema han teorizado y documentado es que la división de géneros no es una división neutral, sin jerarquías: por el contrario, las diferentes características y los diferentes mandatos que se atribuyen a una persona según su género devienen, a su vez, en desigualdades que giran, en torno a una predominancia de los individuos masculinos.

¿Qué es el lenguaje sexista? Es nombrar ciertos roles y trabajos sólo en masculino; referirse a la persona genérica como “el hombre” o identificar lo “masculino” con la humanidad; usar las formas masculinas para referirse a ellos pero también para referirse a todes, dejando las formas femeninas sólo para ellas; nombrar a las mujeres (cuando se las nombra) siempre en segundo lugar.

Los hombres que han escrito escribían dirigiéndose a otros hombres y sobre el mundo desde su perspectiva como hombres, no como personas o seres humanos. La noción de “derechos humanos”, entender que las personas somos iguales en derechos al margen del sexo, del papel en la sociedad, de la orientación sexual, la cultura o el color de piel, es algo tan reciente como de 1945. La “-o” es indicativa de masculino: en español hay dos géneros en gramática, el masculino y el femenino. Pero esto no es lo más importante, porque si hubiera habido un neutro, no lo habrían usado: cuando escribían antes las mujeres no contaban, sencillamente. De la misma manera que no escribían para todos los hombres. Sí, no se escribía para todos los hombres: sólo si eras blanco, burgués y heterosexual.

Supone que la multiplicidad de géneros del ser humano puede reducirse a un sistema binario: o sos varón, o sos mujer. En la actualidad, reducir al sistema binario es excluir a una no tan minoría como siempre fueron llamadas las diversidades de género, a las personas precisamente no binarias. ¿Quiénes son? Aquellas que no se sienten identificadas con lo socialmente impuesto como masculino y femenino. Y para esas personas no existe un pronombre que las identifique: lo que no nombramos, no existe. Entonces necesitamos la lengua, como se mencionó anteriormente, para nombrar, para visibilizar.

El lenguaje nos permite ser lo que somos e identificarnos.

Así, encontramos como soluciones incluir la x (todxs) o la arroba (tod@s) en lugar de la vocal que demarca género, pero la arroba era demasiado disruptiva ya que no pertenece al abecedario. La x, por otro lado, sigue utilizándose, pero al igual que la arroba, plantea un problema fonético importante ya que nadie sabe muy bien cómo debe pronunciarla. Hay quienes ven en ello una ventaja: lo disruptivo, lo que incomoda, es justamente lo que atrae las miradas sobre el problema de género que ese uso de la lengua busca denunciar, es la huella de una pelea, la marca de una puesta en cuestión.

Hasta ahora, la propuesta que parece tener mejor proyección a futuro para ser incorporada sin pelearse demasiado con el sistema lingüístico es el uso de la “e” como vocal para señalar género neutro. Como el objetivo es dejar de referirnos a todes con palabras que sólo nombran a algunes, no necesitamos usarla para referirnos a absolutamente todo, es decir: no vamos a empezar a sentarnos en silles ni a tomarnos le colective cada mañane. Pero si estamos hablando de personas nos habilita una posibilidad para hablar de manera verdaderamente inclusiva. De todos modos, esta tampoco es una solución libre de problemas: implica entre otras cosas la creación de un pronombre neutro (“elle”) y de un determinante (“une”). Pero excepciones más raras se han hecho y aquí estamos todavía, comiendo almóndigas entre los murciégalos.

Las palabras son signos dinámicos que como la cultura, se van transformando a través del tiempo, respondiendo a las necesidades humanas.

Apoyar o rechazar un uso disruptivo, que tiene por objeto reclamar derechos larga e injustamente negados, es una decisión política, no lingüística. Que si se busca un mundo más igualitario, la lengua no es una clave mágica para conseguirlo, pero tampoco se lo puede negar como espacio de disputa. Y que mientras las estadísticas de femicidios, transfemicidios y violencia hacia las diversidades sexuales y de género crecen y el sueldo promedio de las trabajadoras permanece por debajo del de ellos, conviene no indignarse si alguien modifica un poquitito las blancas paredes del lenguaje.

Si después de leer esto, no se te abre ni un poquito la cabeza, ni tenes tampoco la voluntad de decidir informarte más respecto al lenguaje y el género, no uses el lenguaje inclusivo. No estás obligado, ni obligada, ni obligade a hacerlo. Pero dejá que el resto lo haga, no critiques si no vas a aportar a un cambio verdadero.

Sos libre de hablar como te sientas cómodo | Por Sofía Giménez:

Siendo una pibita de barrio, me acostumbre a escuchar paparruchadas y naturalizar las palabras ó frases como “guachin, rescatate la volada, altas llantas” entre montones más. Hoy por hoy, ya con más de 20 años, conociendo a gente DE TODO TIPO y afirmando mis ideales, puedo considerar que el lenguaje inclusivo es válido.

Tengo unx conocidx trans. Es unx trans no binarix, ¿que significa? No es hombre ni mujer, y hay muchxs así. Estx conocidx que tengo, cree que la violencia simbólica empieza desde el lenguaje, al referirse que lo normal es solo nombrar y reconocer los roles, formas, trabajos masculinos. Entonces es aquí, donde se emplea el “todxs ó todes”.

De chica siempre me pregunté por qué se decía “hola a todos” para referirse a todes y no, “hola a todas”, entonces caí en la cuenta de que estaríamos en la misma por que se seguiría dejando a los masculinos en segundo lugar. Así que hace algún tiempo que vengo usando el todes (aunque me gusta mas todxs para escribir)

Por eso, no entiendo a la gente que le molesta el todes pero no el “guacho paco culiao”, ó “negros de mierda”. Cálmense, no estamos obligándoles a usar el lenguaje inclusivo.

Unx piensa en el lenguaje, nuestro cerebro y pensamiento es todo en lenguaje. Entonces los límites del lenguaje son límites del pensamiento. Si no podemos referenciar personas diversas en la lengua, difícilmente podamos pensar políticas, dinámicas, filosofías diferentes a las que ya tenemos.

Como dijo más arriba Josefina, “la lengua no es una foto, es una película en movimiento” y esto me pareció súper cierto y válido como para tener otro motivo por el cual estar a favor del lenguaje inclusivo. Que por cierto, aún hay que aprender a usar, como todo lo demás.

La caída de los viejos paradigmas | Por Emilio Sanchez:

En ocasiones uno puede llegar a querer las viejas costumbres, porque son así, son como unos abuelitxs tiernos y bueno, habrá que cuidarlos. No tengo nada en contra de ellos ni en contra de las viejas costumbres. Lo que pasa es que los grandes ideales de la modernidad cayeron, y justamente eso son: platos rotos. Podemos seguir intentando emparcharlos, pegarlos y cuidarlos, pero ya se rompieron. Un amigx siempre me dice “ya se van a morir esos viejxs de mierda” y si… algunos ya se murieron otros se están muriendo. Hoy hablamos de postmodernidad, usando un post, porque algo murió y algunas cosas se están deconstruyendo, pero todavía no hemos empezado a construir nuevas verdades. Hay miedo, porque claro, estamos caminando sobre el aire, estamos formando los nuevos cimientos que van a dar lugar a hermosas construcciones, las cuales confío en que van a caer algún día. Ese es el limbo en el que vivimos, entre lo viejo muerto y lo que todavía no sucede.

El lenguaje inclusivo es tal vez una de las nuevas formas, una de las nuevas rupturas del paradigma, en mi opinión todavía fundado en bases arcaicas, como lo es la RAE. Apuntaría a generar un nuevo lenguaje, algo distinto, algo totalmente ajeno a lo que conocemos. Las partes que se quejan de estas nuevas formas de expresarse es porque, temerosas, no pueden sostener la mentira que les da bases para vivir.

Hoy deconstruimos, y estamos empezando a construir, hay que adaptarse, si, hay que pelear por sacar el polvo. Y claro que es rudimentario el lenguaje inclusivo, está recién naciendo. Pero lo importante es que se basa en ideales que pertenecen a una lucha revolucionaria que está arrasando con todo lo preestablecido.