Opinión

Anses y la supervivencia: el drama mensual de los jubilados

Una opinión de nuestro lector Eduardo Da Viá.

lunes, 15 de abril de 2019 · 13:14 hs

Todos los jubilados argentinos sabemos que, periódicamente, por lo habitual cada mes, debemos de alguna manera demostrar que seguimos vivos y en consecuencia legalmente habilitados para seguir percibiendo nuestros haberes jubilatorios.

Dicho así, llanamente, pareciera lógico y necesario, tenida cuenta los numerosos casos en que el finado sigue cobrando, por obra y gracia de la viveza criolla y para beneficio de acongojados familiares o terceros, que de esta forma ven atenuada su pena por la pérdida irreparable sufrida y que a través de unos pesos mensuales, el recuerdo del desaparecido resulta más tolerable y hasta alegre si se quiere.

Pero surgen preguntas obvias cuyas respuestas me gustaría saber y que iré desglosando en los siguientes renglones.

¿No existe entrecruzamiento de datos entre ANSES y el REGISTRO NACIONAL DE LAS PERSONAS?

Si es así, resulta evidente que no hay confianza mutua entre ambas dependencias del estado, lo cual puede atribuirse a un gran número de causas, ninguna de ellas aceptable desde ya.

Cuando utilizo la tarjeta de débito sea extrayendo dinero en un cajero automático o pagando un bien adquirido, el impacto del débito en mi cuenta es inmediato, por distante que quede el lugar del gasto y la sucursal bancaria en la que se encuentra mi Cuenta Jubilación, como se le llama.

Me pregunto por qué no es también inmediato el impacto en Anses, de una defunción debidamente certificada y correctamente anotada en el Registro de las Personas.

El entrecruzamiento de datos, cuando de intereses pecuniarios se trata, viaja a la velocidad de la luz, sea esto literalmente dicho.

Prueben por las dudas de averiguar por internet el precio de un hotel en Iguazú por ejemplo. Creo que no habrá quien no lo haya hecho y comprobado que inmediatamente comienzan a aparecer un NUESTRA PC PRIVADA, un sinnúmero de ofertas similares pero de hoteles con los que nunca nos habíamos contactados, más empresas de transporte por cualquier vía, amablemente interesados en colaborar para que podamos tomarnos unos días de merecido descanso. Y esto continúa durante varias jornadas siguientes, a veces mejorando la propuesta inicial.

¿No es esto entrecruzamiento de datos?

¿Cuánto tarda AFIP en enterarse que hemos viajado al exterior o que hemos adquirido un nuevo bien mueble o inmueble, siempre y cuando por cierto la compra haya sido hecha legalmente? O que hemos comprado dólares con dinero honestamente ganado a lo largo de toda una vida de trabajo.

Entonces dónde está el quid de la cuestión para que este necesario entrecruzamiento entre las mencionadas dependencias tenga lugar en tiempo y forma y así evitar un trámite que con frecuencia se transforma en un oprobio para los jubilados, independientemente de su estado de salud psicofísica y de su capacidad de desplazamiento para apersonarse en el banco en el que de manera inconsulta a veces, tal mi caso, hemos quedado como clientes cautivos.

Y no voy a ponerme zalamero hablando de los “pobres viejitos” por cuanto no todos lo son, y esto debe funcionar no porque seamos deteriorados individuos en condiciones pre mortem sino porque como ciudadanos merecemos simplemente respeto.

El mismo respeto, interesado por cierto, que le dispensan a un millonario conocido que se presenta en un banco a tramitar cualquier cosa, si bien excepcional, pero desde los escalones de acceso pisa alfombra roja que termina en el despacho del gerente, casualmente desocupado en ese preciso instante..

Veamos hechos de observación fácilmente comprobables por cualquiera que lo desee:

En primer lugar el aludido trámite de supervivencia o FE DE VIDA como reza en los tiques emitidos por la máquina had hoc, implica indefectiblemente, “hacer cola” o, en el mejor de los caso sacar un número y sentarse si alcanzan las sillas. Si el llamado de los números es mediante pantalla digital, hay personas que no lo saben o bien no alcanzan a leer desde la silla en cuestión, por lo que optan por ponerse de pie y ubicarse debajo del avisador, con la cabeza extendida y la vista fija, lo que tarde o temprano produce las inevitables molestias, cuando no mareos y hasta desmayos, si se le suma el ambiente habitualmente enrarecido de estos locales abarrotados de público. Si el llamado en cambio es a viva voz por parte de los empleados, hay un elevado número de personas mayores hipo acusicas, que lógicamente no escuchan, pierden el turno y cuando lo advierten surge la disyuntiva de si lo obligan a sacar un nuevo número o si, compasivamente, es atendido.

Hubo épocas en que el intervalo entre supervivencias era de dos o tres meses según el banco, o bien el empleo de la tarjeta de débito en ciertos y determinados comercios (nunca supe el procedimiento de la elección) era prueba indirecta de supervivencia, partiendo de la base absolutamente teórica de que sólo el titular haría uso de la misma.

Pero, como ocurre con frecuencia, sin explicación alguna, este sistema caducó y el trámite pasó a ser definitivamente mensual, con gran consternación por parte de las víctimas indefensas ante tales cambios.

En los últimos tiempos apareció por fin el lector de huellas digitales, con el solo requisito del registro previo, que debo admitir constituyó toda una superación, aunque las máquinas específicas no siempre están activas o bien fallan en la lectura de algunas huellas.

Lo curioso del caso es que su aplicación no es de ninguna manera universal, hay bancos que lo tienen y hay los que no, por cierto de nuevo, sin mediar razones.

Extenso párrafo aparte merece el Banco de la Nación Argentina, el más importante del país si se tiene en cuenta el patrimonio, no así si consideramos la opinión de los clientes, según una encuesta online realizada en años anteriores en conjunto Fit & Proper y ZonaBancos.com se desprende que de los mejores 5 bancos de Argentina, 4 son privados y 1 pertenece a la banca pública. Según los resultados de la encuesta realizada a más de 1.000 usuarios de servicios y productos bancarios, el ranking de los cinco mejores sería el siguiente:

Banco Santander Rio (36,4%),

Banco Galicia (31,9%),

BBVA Banco Francés (26,6%),

Banco Nación (23,5%) y

Banco Macro (14,8%)

Como se ve, lamentablemente el Banco de la Nación apenas ocupa el cuarto puesto, razones habrá seguramente para tan magra performance.

En mi condición de jubilado condenado a cobrar mis haberes en el mencionado banco, puedo esgrimir al menos una de las razones que, supongo explican la baja estima con que goza la institución.

Mi experiencia desde hace ya 13 años es en la sucursal Círculo Médico, donde supe tener sendas cajas de ahorro en las que el Ministerio de Salud por una lado y la Universidad Nacional de Cuyo por otro, me depositaban los respectivos sueldos.

La primera sorpresa, desagradable por cierto, cuando empecé a cobrar como jubilado en esa misma sucursal, es que para sacar una caja específica para el depósito de los haberes correspondientes y previo cierre de las cuentas previas, hube de presentar la misma documentación que cualquier cliente totalmente desconocido por el banco. Ante la pregunta de si no bastaba con la información supuestamente guardada en la base de datos, se me respondió que no, que debía hacer todo de nuevo. Esto implicó tener que volver otro día con la documentación requerida, la que previa observación por parte de un adusto agente, y sin mediar comentario alguno, comenzó acto seguido a teclear largamente en su ordenador. Al cabo de unos minutos, se dirigió a la impresora, de la que yo veía surgir numerosas hojas, para retirar la totalidad de las mismas e indicarme que debía firmar cada una de ellas, alguna con aclaración y otras no, según un criterio desconocido. En total fueron CUARENTA Y SEIS FIRMAS. Finalmente se me aclaró que la tarjeta de débito tardaría alrededor de una semana en llegar, obviamente de Bs As. Así fue, solo que para retirarla firmé VEINTIDOS VECES MÁS.

Después de estos inauditos trámites pude entrar en la rutina incluida la zaga de la supervivencia, que pasó por los diversos sistemas antes mencionados.

Durante fue una gestión absolutamente artesanal, carpetas de por medio donde figuraban los apellidos de los acreedores, carpetas que con el correr de los días iban deteriorándose a tal punto de tener hojas suelta y por consiguiente, a veces, faltar la que me correspondía, que yacía pisoteada en el suelo, sea allende o aquende el mostrador sobre el que se realizaba el trámite.

Mucho después apareció la digitalización de los datos y desapareció la gruesa carpeta en cuestión, para ser remplazado por la impresión de un bono que se transformaba en Fe de Vida. Todo con operador mediante por supuesto.

Un buen día, los atribulados jubilados de la mencionada sucursal fuimos sorprendidos con la presencia de un lector electrónico de impresión digital y rápidamente surgió la esperanza de que en adelante el trámite sería similar al del Banco Supervielle, donde había sido implementado tiempo atrás con gran algarabía por parte de los dueños de las huellas dactilares.

El mencionado lector, aun a la vista, nunca fue puesto en funcionamiento, a pesar de que todos tuvimos oportunamente que registrar nuestra huella dígito pulgar derecha.

En la actualidad la metodología es la siguiente: previa la mencionada cola, que dada las reducidas dimensiones de la sala donde se encuentran la ventanilla y el operario, con solo 4 o 5 sillas, se extiende, la cola, en forma retrógrada escalones arriba de la escalera que desciende al subsuelo, nivel de ubicación de ventanilla y operario.

No paran ahí los males dado que a poco de esperar, es dable comprobar que el puesto de atención no está dedicado solamente al trámite de la supervivencia, sino que es multifuncional, por cuanto el mismo empleado, a veces desbordado, debe ocuparse de la entrega de nuevas tarjetas, quejas por mal funcionamiento del cajero, solicitud de informes no correspondientes a ese puesto etc. No existe ningún avisador que indique ser el lugar para efectuar el trámite.

Finalmente accedemos a la concreción de la ansiada gestión, y aquí de nuevo la sorpresa: el cajero solicita el documento del afiliado, teclea su PC y finalmente se pone de pie y CAMINA hacia una impresora que obviamente no le queda a mano, de donde retira una hoja que, por increíble que resulte, tiene una impresión a dos columnas, con sendas copias del bono de haberes. Llegado que hubo de nuevo al mostrador, dobla con la habilidad que solo da la experiencia reiterada, marca bien el doblez y separa ambas mitades manualmente sin auxilio de instrumento alguno. Una de las hojas pasa por debajo de la ventanilla para firma, aclaración y documento manuscritos por el causante que finalmente queda en poder del banco y su símil también se desliza por la misma ranura para quedar por fin en manos del ahora superviviente.

Debo admitir que en un gesto atento, el operador desliza también un bolígrafo para uso del jubilado.

No logro entender la razón de toda esta complejidad si el banco dispone del lector y ya tiene desde hace más de un año, el registro de las huellas digitales.

Voy a dedicar mis últimas palabras a homenajear a Juan Vucetich, antropólogo y policía croata, nacionalizado argentino, que en 1881 desarrolló el método de las impresiones digitales para la identificación de las personas, sistema que la policía de Bs As adoptó en 1894. Se radicó en la población de Dolores donde —enfermo de cáncer y tuberculosis—, falleció el 25 de enero de 1925. Honrando sus méritos, se bautizó con su nombre a la Escuela de Policía de la Provincia de Buenos Aires y al centro policial de estudios forenses de Zagreb (capital de Croacia, su país natal).

Si Don Juan resucitara y viera que existe un aparato para registrar fácilmente sus famosas e internacionales huellas, que el Banco de la Nación Argentina sucursal Mendoza-Círculo Médico, dispone del mismo, pero en vez de utilizarlo lo remplaza por la metodología arriba descripta, seguramente se reintroduciría presto en su vieja tumba.

No puedo menos que hacer extensivo mi homenaje a Ladislao Biro, húngaro nacionalizado argentino, cuyos restos descansan también en Bs As, creador de bolígrafo tal cual el que se desliza por debajo de la ventanilla, llamado inicialmente Birome, portmanteau por Biro y Me del apellido de su socio Meyne.

Dedicado a los jubilados compelidos a cobrar en la mencionada institución.

Eduardo Da Viá

DNI 6890012