Opinión

La larga marcha hacia la patrimonialización de la Casa de San Martín

En el año 2012 se dio comienzo a una re-evaluación documental (textual y cartográfica) de la localización del sector de la ciudad donde se había emplazado la casa que habitó el General José de San Martín entre 1814 y 1817, un terreno ubicado en calle Corrientes 343 que además se había declarado como bien del patrimonio histórico de la Nación en 1975

sábado, 24 de agosto de 2019 · 14:56 hs

En el año 2012 se dio comienzo a una re-evaluación documental (textual y cartográfica) de la localización del sector de la ciudad donde se había emplazado la casa que habitó el General José de San Martín entre 1814 y 1817, un terreno ubicado en calle Corrientes 343 que además se había declarado como bien del patrimonio histórico de la Nación en 1975.

Durante dos años, hasta 2014, la comisión enfocó desde diferentes perspectivas disciplinares la evaluación. Arquitectos, urbanistas, historiadores y arqueólogos debatimos sobre la posibilidad de que el lugar de la casa de Trinidad Álvarez, alquilada por el gobierno de la ciudad para que habitara el gobernador, fuera el declarado como lugar histórico. La conclusión fue que, en efecto, se habría localizado la propiedad, y en base a censos y planos se evaluó el posible corrimiento de nomenclaturas de cuarteles, concluyendo, testamentaria mediante, que hacia mitad de la manzana, en la vereda sur, la casa si había estado. Pero también quedó claro que el lote no coincidía plenamente con un terreno que en su tamaño original duplicaba al del objeto de la declaratoria.

Con una gestión decidida a poner en valor un sitio que, además de tener declaratoria oficial, era reclamado por vecinos, ciudadanos y visitantes como parte de una memoria que no aceptaba amnesias, se compró la casa en 2014. En ese momento, una construcción de tres pisos por delante y un taller mecánico en los fondos se presentaban como un “hueso duro de roer” a los arqueólogos. En efecto, pisos de hormigón armado y cimientos con hierros obligaban a aceptar un cambio pinceles y espátulas por picos, palas y martillos neumáticos.

Demolimos los pisos y a pocos centímetros nos encontramos con las baldosas calcáreas y muros de la casa que existía en el lugar antes del terremoto de 1985. La que se encontraba en pie cuando se realizó la declaratoria. En esta construcción existieron modificaciones que fotografías de 1940 y 1970 así lo certifican.

Pero el gran hallazgo se haría esperar, luego de despejar y documentar un hermoso piso de baldosas calcáreas con dibujos, propias de la segunda mitad del siglo XIX, las levantamos de modo sistemático para encontrar por debajo las típicas baldosas que hemos hallado en otras excavaciones de la ciudad. Se trata de pisos aladrillados, de cerámica, rectangulares y cuadrados, de unos tres centímetros de espesor. Este constituía parte de la casa que Trinidad alquiló al gobierno para que San Martín y su esposa la habitaran.

No conformes, avanzamos en la excavación. La posible construcción de un museo obligaría la excavación de cimientos, por lo que debíamos evaluar y documentar la posible existencia de ocupaciones coloniales tempranas e incluso indígenas prehispánicas. Restos cerámicos e incluso un hornillo propio de las culturas originarias del valle de Mendoza, aparecieron a unos dos metros de profundidad. La secuencia se había completado. El sitio demostraba haber sido objeto de intensas y milenarias ocupaciones.

La excavación se amplió hasta unos 20 metros cuadrados, quedando el lugar totalmente excavado y avanzamos sobre el piso del taller. Se repetía la sucesión de pisos: taller, casa siglo XIX-XX y casa de siglo XVIII-XIX, todo por encima de los niveles prehispánicos. La complejidad crecía con el avance de los trabajos: muros se cortaban y recortaban a los pisos que se superponían con empedrados o eran socavados por zanjas con caños. Un sitio arqueológicamente rico es uno muy ocupado… y un sitio muy ocupado presenta superposiciones, solapamientos, destrucciones y reconstrucciones que no permiten un simple ejercicio explicativo, sin antes o después demandar una exigente reflexión interpretativa para lograr extraerle una historia de comportamientos.

Esto fue lo que logramos leer, traducir, transcribir y finalmente interpretar un patrimonio nunca olvidado, pero si claramente postergado. No sólo para beneficio del conocimiento en sí mismo, tanto como para cumplir con el rol clave que debe tener el patrimonio, el de involucrarnos en interacciones constructivas desde la valoración y ponderación del pasado y su utilidad en el presente.

(*) Horacio Chiavazza es doctor en arqueología, director de Área Fundacional y profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo.