Género

Rosa o azul: los estereotipos de género

Nuestras mentes viven e interpretan según experiencias pasadas y estereotipos de género. ¿Qué son estos últimos?

domingo, 17 de noviembre de 2019 · 14:48 hs

Imaginemos a una persona que se levanta por la mañana junto a su pareja, desayuna un café, saluda con un beso en la frente a sus dos hijos que se preparan para ir a la escuela y parte en el auto hacia la oficina. Ya en su despacho llama a su secretaria (que entra con otro café) y le pide que le cancele las dos reuniones que tiene a media mañana porque ha decidido que irá al campo de golf a dar unos tiros. Necesita despejarse y pensar mejor. Busca el auto en la cochera, se sube a la ruta pisando el acelerador y el tablero le marca 200km/h. Ya en el club, retira sus palos y le encarga al cady 100 pelotas. Cerca del medio día, habiendo vaciado el cesto de pelotas decide llamar a su mujer y contarle todo: amor, esta vez la inseminación funcionó, estoy embarazada.

¿Qué sexo tenía nuestra personaje antes de que fuera revelado? ¿A qué genero pertenecía?

Cada persona generó un imaginario distinto al escuchar este relato, pero lo cierto es que es muy probable que para la mayoría la persona haya sido varón todo el tiempo. ¿Por qué?

Porque nuestras mentes viven e interpretan según experiencias pasadas y estereotipos de género. ¿Y qué son estos últimos?

Son roles, conductas o comportamientos que asignamos a las personas según sean varones o mujeres. Así, en nuestro ejemplo, es probable que asumamos como normal que los hombres salgan de casa sin preparar a los chicos para la escuela y que sea la mamá la que los prepara; asumimos que si la persona tiene un despacho y una secretaria debe tener un cargo de jerarquía y por tanto seguramente es hombre; asumimos que el golf, que es un deporte asociado al poder y al dinero, es jugado por varones porque son los que acceden a ellos. Finalmente, asociamos a los varones con la velocidad y los autos.

Así, desde muy pequeñas/os estos estereotipos nos son enseñados e impuestos a través de cuestiones tan simples como la asignación de colores (rosa /celeste) la distinción en los juguetes con los que nos criamos (muñecas, bebotes/autitos, patinetas) etc y esto termina por construirnos y asignarnos una forma de ser y estar en el mundo según nazcamos con una u otra genitalidad.

Como este proceso es tan desde temprano y se produce en nuestra socialización primaria, no lo advertimos y terminamos “naturalizando” lo que somos como si el ser de un modo u otro fuera una cosa determinada por nuestra biología o naturaleza. Así, escuchamos frases como “las mujeres son más miedosas” o “las mujeres son más tiernas o precavidas” cuando en realidad lo que ha sucedido es que hemos sido socializadas bajo estos estereotipos.

¿Y esto cómo funciona?

Las estadísticas demuestran por ejemplo que las mujeres causamos mucho menos accidentes de tránsito porque somos más precavidas para manejar y no somos propensas a la velocidad. Entonces, ¿es verdad que las mujeres somos más precavidas y no nos gusta la velocidad? Probablemente la respuesta es que sí lo somos, pero no porque seamos mujeres, sino que por ser mujeres somos socializadas para ser más precavidas que los varones.

Así, este mundo simbólico en que vivimos se reproduce de forma constante al punto de que ya no sabemos qué fue primero si la gallina o el huevo.

¿Cómo y por qué desarmar los estereotipos de género?

El problema central de estos estereotipos que vemos reproducidos no solo en los ámbitos de socialización primaria sino en los medios de comunicación redes y demás ámbitos de nuestras vidas, radica en que en general muestran a las mujeres como personas propensas a las tareas del hogar y la crianza (trabajo impago) como seres frágiles, coquetas, sexualizadas, abnegadas etc… Todas posiciones o características que nos ponen en una posición de desigualdad con respecto a los varones que generalmente son representados como ajenos a las tareas del hogar, como sujetos productivos, poderosos, valientes y agresivos.

La estructura simbólica en la que vivimos se presenta así como una máquina que se retroalimenta contantemente: si yo veo en la tele a las mujeres (como yo) dentro del hogar y haciendo tares domésticas, indefectiblemente me sentiré identificada y creeré que eso es algo natural a las mujeres. Si veo sólo mujeres lindas, flacas y jóvenes, me esforzaré por ser una de ellas.

Completado este proceso en nuestras mentes, alguien podrá afirmar sin equivocarse que “las mujeres nos cuidamos más que los hombres y que somos más coquetas”. Pero esto no es algo que hagamos por ser mujeres sino que nos enseñan para responder a un estereotipo impuesto de mujer bella y joven.

Así la rueda sigue girando sin dejarnos ver la trampa que encierra. La idea falsa de creer que debemos ser de una forma u otra según el sexo que nos sea asignado al nacer. La trampa que jerarquiza a los varones sobre las mujeres y que en última instancia provoca la violencia.

¿Cómo desarmarlo?

Lo primero es verlo para poder dejar de reproducirlo. Lo segundo es animarse, porque son cuestiones tan arraigadas que la sociedad castiga el alejamiento de la norma. Haga la prueba si no quien lee, de no depilarse por tres meses o de llevar a su hijo varón a la escuela con una muñeca.

Las mujeres de los años 20 se cortaron el pelo y usaron sombrero, ambas actividades permitidas y asociadas solo a los hombres. Eso les valió el aditivo de mujeres fáciles, libertinas e irrespetuosas.

Si queremos desarmarlo, algo hay que hacer, y como ellas, ser valientes y creativas. Dejar de responder y reproducir estos estereotipos y animarnos a educar y vivir en la libertad. Y si ellas se atrevieron a esto y otras cosas, por qué no habríamos de hacerlo nosotras.

*Emiliana Lilloy-Abogada

*Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad

*Vicepresidenta de la Comisión de Género-Colegio de Abogados de Mendoza