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Opinión

Cristina Fernández y los siete enanitos

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Muchos describen al escenario como de "Blancanieves y los siete enanitos". Pero no se trata de un cuento de ficción sino de la realidad política argentina. Ese es el panorama después de las elecciones del domingo pasado, en las cuales Cristina Fernández de Kirchner ganó su reelección con casi el 54 por ciento de los votos.

El porcentaje de CFK es el más amplio en la historia del país. Pero su contundencia resalta todavía más porque sus opositores quedaron con guarismos aproximados de 17, 11, 8, 6, 2.3 y 1.8 por ciento. Una verdadera masacre electoral donde los otros candidatos quedaron empequeñecidos, justamente, como los enanitos del cuento.

Por si fuera poco, la presidente podrá controlar, entre legisladores propios y aliados, las dos Cámaras del Congreso de la Nación. Con lo cual su poder es absoluto y peligroso, ya que ambas cosas suelen ir de la mano. Aunque hay que decir en su defensa que le fue otorgado en unos comicios abiertos, legítimos y sin ninguna sospecha de manipulación.

El surgimiento, ascenso y consolidación del kirchnerismo son verdaderamente extraordinarios como fenómeno político.

Primero está la debilidad con que Néstor Kirchner (esposo de la actual mandataria) ganó la Presidencia en 2003. Obtuvo sólo el 22 por ciento de los votos y asumió cuando Argentina recién empezaba a levantarse de la catástrofe de 2002, cuando el PIB se encogió en un brutal 11 por ciento.

Desde entonces, Néstor Kirchner construyó poder con un estilo frontal y polémico, escogiendo cuidadosamente adversarios impopulares y sumando aliados políticos por derecha e izquierda.

Al mismo tiempo, lo hizo respetando una ortodoxia económica basada en superávits fiscales extraordinarios gracias a los ingresos por commodities, mientras comenzaba con medidas de recuperación salarial y protección de la industria nacional.

El resultado fue que, cuatro años después, designó a su esposa Cristina Fernández, una senadora de larga carrera política, para sucederlo en el poder. Y ésta ganó las elecciones con promesas, entre otras, de "mejorar la calidad institucional".

Pero inesperadamente, a los pocos meses el gobierno entró en un enfrentamiento abierto con el sector agropecuario por los niveles impositivos a las exportaciones, lo cual paralizó al país durante meses, dividió las aguas y terminó con un histórica votación en el Congreso, definida por el vicepresidente de la Nación, quien votó en contra de su propio gobierno.

Allí, con una caída de su popularidad al 20 por ciento, CFK parecía entrar en una decadencia de salida dificultosa. Lo cual se confirmó en 2009 (hace sólo dos años) cuando el gobierno perdió en los principales distritos del país en las elecciones legislativas.

Pero una serie de medidas sociales, siempre ayudadas por el superávit que provenía del campo y de la nacionalización de los fondos de pensión, pusieron al gobierno de pie. Hubo mejoras salariales, asignaciones universales por hijo y por embarazos, ley de matrimonio igualitario, que empezaron a cambiar el clima. Hasta que el 27 de octubre de 2010, también inesperadamente, falleció Néstor Kirchner.

Ese golpe del destino significó que CFK pudiera despejar las dudas sobre su capacidad de gobernar, además de atraerle una corriente de simpatía por su viudez inesperada. Y esos elementos, combinados con la desorientación y mezquindad de la oposición, generaron el resurgimiento que la presidente experimentó en los últimos meses.

Con esta victoria, CFK puede refundar su gobierno con la enorme legitimidad que le otorga un voto abrumador y con una mística de Ave Fénix que desearían muchos otros gobernantes.

Además de corregir algunas variables de la economía, hoy su mayor desafío es ser magnánima en la victoria. Para ello deberá mantener a raya a los aduladores y resistir las tentaciones de perpetuarse en el poder. Como argentino, estoy seguro de que muchos se lo estarán proponiendo pronto. Ojalá opte por la grandeza.

(*) Mauricio Llaver es director de la revista Punto a Punto en Mendoza y esta es su columna publicada por El Sentinel en EEUU