Esto haces en la cocina sin saber que daña tu salud y provoca infecciones

Preparar comida en casa suele transmitir una sensación de seguridad. Sin embargo, la cocina es también un espacio donde muchas enfermedades comienzan sin que nadie lo perciba. La intoxicación alimentaria tiene su origen, en gran parte, dentro del propio hogar.
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Se estima que al menos la mitad de estos episodios se relacionan con hábitos inadecuados. Aunque muchas personas crean que cocinan con cuidado, pequeños gestos diarios pueden generar un entorno propicio para bacterias peligrosas. El problema empieza mucho antes de sentarse a la mesa.
Uno de los errores más frecuentes es lavar el pollo bajo el grifo. Aunque se hace con la intención de “limpiar”, lo único que se consigue es esparcir gotas contaminadas por la cocina. El agua no elimina bacterias como la Salmonella, solo las desplaza. La contaminación cruzada es otra práctica peligrosa que ocurre más de lo que se cree. Usar la misma tabla para cortar carne cruda y después picar verduras sin lavarla es una forma directa de transferir bacterias. Lo mismo pasa con cuchillos, trapos y superficies.
Guardar los huevos en la puerta de la nevera es otro hábito problemático. Esa zona sufre más cambios de temperatura, y eso favorece el crecimiento de microorganismos. Lo más seguro es conservarlos en una parte estable, dentro del refrigerador. Descongelar alimentos sobre la encimera parece práctico, pero es riesgoso. A temperatura ambiente, las bacterias se multiplican rápido. La forma correcta es dejar que los productos se descongelen en el refrigerador, sin apuros, aunque lleve más tiempo.
La cocción insuficiente de ciertos alimentos es una de las causas más comunes de intoxicación. Pollo, cerdo, salmón o carne molida deben alcanzar temperaturas internas de al menos 70 °C. Solo así se destruyen los patógenos que podrían estar presentes. En el caso de los huevos, es importante que la yema quede bien cocida. El riesgo de infecciones disminuye si se evitan preparaciones con huevo crudo o mal cocido, como algunas salsas o postres caseros. No es solo una cuestión de textura.
Las frutas y verduras también requieren atención. Aunque muchas se consumen crudas, deben lavarse a fondo bajo el chorro de agua antes de pelarlas o cortarlas. Así se eliminan restos de tierra, pesticidas y gérmenes que llegan desde la producción o el transporte.