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Los días contados de Maduro, la debilidad europea y el valor de María Corina Machado

Trump acrecienta la grieta entre EE.UU. y Europa. No sólo por la entrega de Ucrania. También conceptualmente. La presión de los portaaviones que está sintiendo Maduro es parte de esa ruptura con un estilo europeo de hacer política. Un estilo que está en las antípodas del que llevó a María Corina Machado al Nobel de la Paz

Las charlas de Nicolás Maduro con Rusia, Estados Unidos y Bielorrusia alimentan las versiones.

Las charlas de Nicolás Maduro con Rusia, Estados Unidos y Bielorrusia alimentan las versiones.

EFE

“Los líderes europeos están obsesionados con ser políticamente correctos. Eso los vuelve débiles. Hablan, pero no hacen nada”.

Donald Trump es poco sofisticado y pasó muchas más horas de su vida viendo Fox News que leyendo libros. Pero a veces tiene una claridad conceptual de la que carecen sus mucho más instruidos pares del viejo continente. La declaración se la dio a Político, que con tanta picardía como rigor lo nombró “hombre más influyente del año en Europa”. Una influencia que se nutre de la absoluta falta de mirada estratégica que tienen hoy las elites europeas.

Este 2025 será recordado, entre otras cosas, como el año del quiebre definitivo de la alianza atlántica. De un lado, hay un grupo de líderes aferrados a la ilusión multilateralista de los ‘90, convencidos de que el derecho internacional y las ONG pueden frenar tanques. Del otro, un presidente que asume sin culpa el exhibicionismo del poder, con portaaviones, aranceles, barcos incautados y negociaciones cerradas a la fuerza. Un enfoque que Volodimir Zelenski está sufriendo como pocos. Casi tanto como Nicolás Maduro. En esa misma entrevista, Trump dijo que tenía los días contados.

Este 2025 debería ser recordado también como el año de la crisis definitiva de la corrección política. Que alguien como María Corina Machado haya ganado el Premio Nobel de la Paz es un indicio. Sobre todo porque probablemente sea el más merecido en décadas. Pocas figuras condensaron de forma tan categórica la resistencia a una dictadura tan atroz.

El balotaje de este domingo en Chile puede ser otra muestra de que la corrección política lleva a un callejón sin salida en la política contemporánea. Difícil sacar otra conclusión si, como anticipan todos los pronósticos, José Antonio Kast se impone a Jeannette Jara y se convierte en presidente electo. Sería el primer presidente democrático chileno que reivindica abiertamente aspectos centrales del pinochetismo.

El quiebre entre EEUU y Europa

En la cabeza de Trump, el mundo ya no es el del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, el politólogo estadounidense que se hizo célebre por vaticinar que la disolución de la Unión Soviética iba a significar el fin de los grandes conflictos a nivel global. La tesis era que el triunfo de las democracias capitalistas era irrefrenable, y que en todo caso se iban a discutir matices en los años por venir. Nada más alejado de la realidad de este mundo donde ya nadie disimula que manda el que tiene más fuerza y más voluntad de usarla.

Europa quedó atrapada en la otra vereda. Sigue hablando el idioma del multilateralismo, de los principios, del derecho internacional, como si estuviéramos en 1991. Pero no tiene la fuerza para imponer nada de lo que pregona.

Ucrania, testimonio de la impotencia europea

Ucrania es el espejo donde se refleja esa impotencia. Casi cuatro años de guerra, cientos de miles de muertos, economías tensionadas, presupuestos militares inflados y una conclusión incómoda, pero inexorable: no hay forma de que pueda derrotar a Rusia. No sólo por ejército, armas, población y economía, sino porque Rusia está dispuesta a pagar costos que ni Europa ni Estados Unidos están dispuestos a pagar.

Los líderes europeos repiten el mismo mantra: “No se puede aceptar lo ocurrido, hay que apoyar a Ucrania hasta que derrote a Rusia, si cae Kiev cae Europa”. El problema es que ese discurso exige una capacidad militar, política y económica que Europa no tiene. No va a mandar cientos de miles de soldados a morir al Donbás. Tampoco va a arriesgar un choque directo entre potencias nucleares.

Trump ve ese laberinto y hace algo que nadie en Bruselas se anima a hacer: reconoce en público lo que los estrategas comentan en privado. Dice que Rusia tiene la ventaja, que no va a seguir financiando indefinidamente una guerra cuyo resultado está puesto, y que la única salida realista es una paz fea, basada en concesiones territoriales ucranianas. Es decir: una rendición envuelta en un papel decente.

“Maduro tiene los días contados”

Esa misma lógica es la que lo lleva a razonar: si Rusia se va a quedar con el 20% de Ucrania porque considera inaceptable una Ucrania occidentalizada e integrada a la OTAN, cómo es posible que en el Caribe haya un narcoestado aliado de Rusia, China, Irán y Hezbollah. Ese mismo razonamiento lo lleva a desechar la presión diplomática que no dio ningún resultado en 26 años. En su lugar, aumentó a 50 millones de dólares la recompensa por la captura de Maduro, lo volvió a acusar públicamente de narcoterrorismo y desplegó la mayor operación militar en el Caribe desde la crisis de los misiles, bajo la cobertura de una campaña contra lanchas “narco” que ya dejó decenas de muertos.

Esta semana decidió subir de escala: de hundir lanchas pasó a incautar petroleros de tres cuadras y media de largo. La captura del Skipper es la primera de una serie de acciones que se vienen en esa dirección. Trump va por el petróleo que financia al régimen venezolano.

El Skipper es parte de un ecosistema: la flota fantasma que durante años movió petróleo sancionado de Venezuela, Irán y Rusia, apagando radares, falsificando datos de posición y cambiando de bandera. Estaba sancionado desde 2022 por ayudar a mover petróleo iraní para la Guardia Revolucionaria y Hezbollah. En los últimos meses, salió y entró de puertos venezolanos, hizo escalas en Irán, falseó su ubicación cerca de Guyana y llegó a navegar con bandera guyanesa sin estar registrado en ese país.

El 10 de diciembre, cuando acababa de salir de Puerto José rumbo a Asia cargado con 1,9 millones de barriles de crudo Merey de PDVSA, dos helicópteros despegaron del portaaviones USS Gerald R. Ford. Desde el aire, comandos de la Guardia Costera, los Marines y fuerzas especiales descendieron en cuerdas sobre la cubierta y tomaron el barco sin disparar un tiro.

“Acabamos de incautar un enorme tanquero frente a Venezuela, el más grande que se haya incautado”, contó Trump horas después. Y cuando un periodista le preguntó qué iba a pasar con el petróleo, respondió lo que ningún líder europeo se animaría ni a pensar en voz alta: “Bueno, nos quedamos con el petróleo, supongo”.

Para Maduro, fue un golpe directo al corazón: un cargamento que representa decenas de millones de dólares arrebatado en vivo y en directo. Para el resto de la flota fantasma, una advertencia. Más de 30 buques sancionados que operan en aguas venezolanas quedaron, de un día para otro, en riesgo real de correr la misma suerte.

Putin, Lukashenko y la puerta de emergencia bielorrusa

La incautación del Skipper no le habla sólo a Maduro. También le habla a Putin. Rusia, como Irán y Venezuela, depende cada vez más de flotas oscuras para sacar su petróleo. Que Estados Unidos muestre que está dispuesto a bajar a tanqueros con helicópteros en aguas caribeñas introduce un nivel nuevo de riesgo en ese negocio.

No es casualidad que, un día después del operativo, Putin llamara por teléfono a Maduro. El Kremlin informó que el presidente ruso expresó “solidaridad con el pueblo venezolano” y ratificó su apoyo a la política de Maduro para “proteger los intereses nacionales y la soberanía frente a la presión externa”. Hacia afuera, una nueva señal de respaldo.

Sin embargo, horas antes, Putin movía a su peón en Minsk. El dictador bielorruso Aleksandr Lukashenko recibió por segunda vez en 17 días al embajador de Venezuela ante Rusia, Jesús Rafael Salazar Velásquez. Según fuentes citadas por Reuters, en esas reuniones se habló de algo muy concreto: la posibilidad de que Maduro acepte un asilo en Bielorrusia a cambio de una amnistía para su familia.

Bielorrusia sería, para Maduro, un refugio ideal: un régimen autoritario vasallo del Kremlin, inmune a las presiones occidentales, sin tratados de extradición incómodos. Y para Putin, una salida elegante: puede presentarse como el aliado que acompaña a Maduro hasta la puerta del exilio, protege sus intereses y, al mismo tiempo, evita que la escalada de Trump en el Caribe ponga en riesgo toda la arquitectura clandestina de exportación de crudo sancionado.

No hay un documento que diga “Trump entrega Ucrania, Putin le entrega a Maduro”. Pero sí hay una convergencia de intereses.

María Corina Machado, la halcona que ganó el Nobel de la Paz

En este contexto, el Nobel a María Corina Machado parece una muestra más del cambio de época. Durante más de dos décadas, buena parte de la comunidad internacional —oenegés, organismos multilaterales, diplomacias europeas, intelectuales latinoamericanos— insistió en que la salida para Venezuela era el diálogo, las mesas de negociación, los acuerdos parciales, las elecciones pactadas con reglas fijadas por el propio régimen. El resultado fue siempre el mismo: un chavismo cada vez más autoritario, más violento, más enraizado.

María Corina hizo exactamente lo contrario. Se negó una y otra vez a legitimar diálogos diseñados para ganar tiempo. Denunció los acuerdos de cartón, rechazó las fotos con Maduro y, cuando todos daban por muerta a la oposición dura, salió a recorrer el país con un discurso frontal: esto es una dictadura y sólo va a ceder frente a la presión real, interna y externa. Esa coherencia la convirtió en líder indiscutida de la oposición, en la mujer que ganó unas primarias que el régimen intentó prohibir y en la figura que supo montar la estructura necesaria para demostrar, acta por acta, que la elección de 2024 fue robada.

Su Nobel es, al mismo tiempo, premio y confesión. Premio a la valentía, sí. Pero también confesión de que las recetas suaves fracasaron y de que la única estrategia que movió el tablero fue la que combinó resistencia interna y presión dura externa. Por eso María Corina se alinea sin pudor con la ofensiva de Trump contra Maduro: sabe que, sin un factor de fuerza real, no hay transición posible.

Chile: entre el miedo y la corrección política

La segunda vuelta que se juega este domingo en Chile nada en las mismas aguas. De un lado, José Antonio Kast, la derecha dura que rechazó siempre el discurso políticamente correcto y que hace unos años era presentada como extrema, pero hoy llega al balotaje con un eficaz discurso centrado en crimen, inmigración y orden público. Del otro, Jeannette Jara, la ex ministra de Trabajo comunista que intenta presentarse como una izquierda responsable, pero cargando con el peso de un gobierno, el de Gabriel Boric, que quedó asociado a descontrol, inseguridad y romanticismo del estallido de 2019.

En el último debate, Jara llegó al punto de decir que no podía elogiar abiertamente a María Corina Machado por sus “intentonas golpistas” del pasado. Es casi una burla frente a alguien que, más allá de los claroscuros de su trayectoria, es la única líder que se plantó ante la dictadura, la única de su círculo que no fue asesinada, secuestrada o desterrada.

Esa forma de pensar empujó a Boric, en su momento, a debilitar a Carabineros para congraciarse con los sectores que los acusaban de represión indiscriminada durante el estallido. Y luego lo llevó a abrirle la puerta a una inmigración que se presentaba como gesto humanitario, pero sin un plan serio para enfrentar lo que venía después: crimen organizado, bandas como el Tren de Aragua, secuestros, homicidios y una inseguridad que hoy el propio gobierno reconoce como “el peor período desde el retorno de la democracia”.

Tiene sentido que Kast capitalice políticamente todo eso. Y que su promesa de mano dura contra la inmigración irregular y el delito encuentre eco en un país que ve cómo se multiplican secuestros, asesinatos, extorsiones y delitos que antes eran patrimonio de otras geografías. Tampoco es casual que mucha gente que hubiera rechazado a Kast hace unos años hoy lo vea como la única figura dispuesta a decir lo que el resto apenas sugiere en voz baja.

Por eso, la elección va más allá de Kast y de Jara. En alguna medida, es otro duelo entre esas dos miradas de la política que encarnan Donald Trump y los líderes europeos.