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La "ciencia cruel": cuando los test y el diagnóstico anticipado generan más miedo que soluciones

Los tests predictivos prometen precisión, pero a veces adelantan el sufrimiento sin ofrecer cura ni alivio. Un análisis sobre la llamada “ciencia cruel”.

Los test y el diagnóstico anticipado, un conocimiento que no alivia, sino que produce pánico.
Los test y el diagnóstico anticipado, un conocimiento que no alivia, sino que produce pánico. Shutterstock

Un hombre instala un temporizador. Lo compra por internet, lo conecta al WiFi, descarga la aplicación y configura la cuenta. Decide que todos los días, a las 18:00 en punto, una alarma suave le recordará que algún día va a tener Alzheimer. No tiene síntomas a los 49 años. Sin embargo, su padre y su madre lo tuvieron. Hace poco se hizo un test de sangre, uno nuevo, casi milagroso, que predice con gran exactitud el desarrollo futuro de la enfermedad y le dijeron que las probabilidades eran muy altas. Sabe que todavía no hay cura pero tal vez algún día haya. Y mientras tanto, le sugirieron que “viva el presente”, entonces instaló un temporizador. No para hacerle caso al consejo, sino para no olvidarlo. Para que cada día, a la misma hora, una alarma le recuerde lo que no quiere olvidar.

Esa escena no es real, pero ocurre con variantes, en miles de personas, ahora mismo. Individuos sanos que reciben un diagnóstico anticipado, científico, validado, que no las salva, ni las cura, ni las prepara; sólo las condena. Porque es inútil saber algo que no puede evitarse. Es colocar el miedo diez años antes del hecho.

Es vivir en un proceso de espera y mientras tanto medirse. ¿Me acordé el nombre de mi vecino? ¿Dónde dejé las llaves? ¿Por qué no pude decir esa palabra? ¿Ya empezó? ¿Es ahora? ¿Cuánto falta?

Ese tipo de conocimiento no alivia, es ciencia cruel. La medicina contemporánea, impulsada por avances impresionantes, desarrolla una rama silenciosa que se especializa en esto: detectar lo que no se puede curar.

No hay ninguna duda de que la ciencia y la tecnología son los instrumentos más eficaces que concibió el ser humano para reducir su sufrimiento. Desde la rueda hasta la anestesia, desde el telescopio hasta el agua potable, toda invención significativa tuvo una misma motivación: sufrir menos. Eso es lo que une a todas las ciencias y todas las técnicas. Incluso la curiosidad científica, cuando se la examina a fondo, no es más que el malestar de no saber; es en el fondo, una forma de calmar ese malestar.

Pero cuando la ciencia se desacopla del alivio, cuando produce información que no puede usarse para evitar nada, y desplaza el sufrimiento hacia el presente sin ofrecer nada a cambio, deja de ser ciencia paliativa y se convierte en ciencia cruel. No por malicia sino por haber perdido su propósito. La crueldad científica no se mide por el procedimiento, sino por el efecto: si saber te hace sufrir más y no te permite actuar, entonces no sirve.

El test del Alzheimer es un ejemplo emblemático. Pero el fenómeno es más amplio. Hay tests genéticos que informan a una mujer que tiene un 80% de chances de desarrollar un cáncer que no tiene tratamiento preventivo. Hay escaneos de cuerpo completo que detectan nódulos, microcalcificaciones, placas subclínicas, signos “prematuros” que solo sirven para preocupar. Hay algoritmos que predicen el deterioro cognitivo, el riesgo de depresión, el declive motor y se publicitan como avances. Se venden como servicios premium. Pero en el fondo son eso: temporizadores. Alarmas instaladas en la cabeza para sonar todos los días a la misma hora.

La ciencia cruel no es un accidente. Es la consecuencia de un desvío: cuando el saber se convierte en fetiche y lo que importa es predecir, aunque no se pueda hacer nada, se confunde precisión con salvación. Esto, también es el producto de una cadena de incentivos donde hay dinero, prestigio y poder en descubrir lo que todavía no puede curarse.

Mientras tanto, el temor avanza. Cada miedo que se resuelve abre paso a otro. Cuando ya no duele la muela, duele el colesterol. Cuando ya no hay hambre, hay ansiedad. Cuando ya no se teme morir, se teme envejecer. Y así, la ciencia corre detrás del nuevo temor disponible, del nuevo sufrimiento permitido. En los países pobres, aún mueren niños por diarrea. En los ricos, adultos sanos se atormentan porque un análisis les dice que, dentro de veinte años, podrían perder la memoria.

La única legitimidad que tiene la ciencia, si se la observa desde el punto de vista vital, es la de reducir el sufrimiento. Cuando lo agranda, cuando lo adelanta, cuando lo convierte en obsesión diaria, deja de ser un servicio y se vuelve un castigo.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.