Opinión

Nicolás Maduro y un nuevo acto de desconexión con la realidad

Venezuela amanece con un agridulce espectáculo: la asunción de Nicolás Maduro para otro mandato, una escena que rememora el desfase entre la realidad y el surrealismo que sugiere su gobierno.

Jeremías Rucci miércoles, 15 de enero de 2025 · 02:45 hs
Nicolás Maduro y un nuevo acto de desconexión con la realidad
Nicolás Maduro. Foto: Noticias Argentinas

Nicolás Maduro, el dictador ha tenido el descaro de perpetuar un régimen que no solo agoniza en su ilegitimidad, sino que también apela al anacronismo de los regímenes que la historia se encargó de enterrar. Maduro, destacado por su habilidad de transformar metidas de pata en una suerte de orgullo patrio, ya nos dio una cátedra en 2014, cuando, en medio de una crisis social sin precedentes, interpretó el clamor de “SOS Venezuela” como “Somos Venezuela”. Un exabrupto que reveló su desconexión brutal con un pueblo que gritaba desesperado por ayuda. Once años después, el mismo personaje se perpetúa en el poder, ignorando no solo los gritos de auxilio que ahora resuenan aún más fuerte, sino también las lecciones de la historia.

Maduro representa el Antiguo Régimen en toda su esencia

Un sistema de privilegios, corrupción y control absoluto que hace eco de la monarquía absolutista previa a la Revolución Francesa. La corte chavista ha consolidado una especie de feudalismo moderno, donde las riquezas del país son monopolizadas por una élite militar y política, mientras la población es sometida a la miseria y el hambre. Como en los tiempos de Luis XVI, el pueblo venezolano no solo sufre la carga de la pobreza, sino también la humillación de un líder que, ajeno a su sufrimiento, insiste en seguir reinando bajo la narrativa de una “revolución bolivariana” que hace años perdió todo rastro de legitimidad.

Nicolás Maduro, el dictador ha tenido el descaro de perpetuar un régimen.

Sin embargo, como en toda revolución, la resistencia encuentra sus caminos. Si la historia sirve de guía, los regímenes no caen por su propia voluntad; necesitan de una chispa, de un acto de coraje colectivo que rompa las cadenas. Venezuela tiene ejemplos claros: el pueblo rumano en 1989 logró lo que muchos consideraban imposible, derrocando al tirano Nicolae Ceausescu. Las imágenes del dictador y su esposa enfrentando el juicio del pueblo son un recordatorio de que el poder absoluto es, en realidad, tan frágil como un castillo de naipes cuando se enfrenta a la voluntad de las masas.

El caso de Ceausescu es revelador. Como Maduro, también creyó en la eternidad de su poder y desestimó las señales de un pueblo en la exasperación. Pero un día, los aplausos orquestados en la Plaza de Bucarest se transformaron en abucheos, y la maquinaria del miedo que tanto lo había sostenido se desmoronó ante la fuerza incontenible de una revolución popular. Venezuela tiene el potencial de recrear esta escena, pero el camino no será sencillo ni inmediato. Se necesita unidad, valentía y una visión clara para derribar al dictador.

Maduro, también creyó en la eternidad de su poder y desestimó las señales de un pueblo en la exasperación.

Cómo salir de la crisis

La pregunta que surge es si el pueblo venezolano puede lograr esto sin ayuda externa. Aquí es donde el espectro de una ayuda internacional cobra relevancia. Si bien la soberanía es un principio inviolable, también lo es la obligación de la comunidad internacional de intervenir cuando se cometen atrocidades que violan los derechos humanos más fundamentales. Venezuela ha sido objeto de sanciones, condenas y llamados a la acción, pero hasta ahora, ninguna medida ha logrado desmantelar el aparato represivo. Aquí no hablamos de intervención militar, sino de recursos diplomáticos que podrían ser el empujón necesario para iniciar la transición hacia una democracia real.

La historia nos muestra que estos esfuerzos pueden ser contraproducentes si no se ejecutan con una estrategia clara. El caso de Libia, por ejemplo, es un recordatorio de que la destitución de un dictador no garantiza la estabilidad si no se construyen las bases de un nuevo sistema político.

Edmundo González Urrutia, presidente electo.

En 2014, el “SOS Venezuela” no fue solo un grito de ayuda; fue una declaración de principios. Hoy, ese SOS sigue resonando exigiendo el fin de un régimen que ya no tiene cabida en el siglo XXI. Maduro, como los tiranos que lo precedieron, está destinado a ser relegado al basurero de la historia. La pregunta no es si caerá, sino cuándo y cómo. Y cuando ese momento llegue, el pueblo podrá finalmente decir, con toda justicia, que recuperó su libertad por sus propios medios o con el apoyo de una comunidad internacional que, finalmente, decidió actuar.

Es imperativo, además, que el pueblo venezolano se una en torno a los líderes que representan una salida real. María Corina Machado, una figura clave del movimiento antichavista, y Edmundo González Urrutia, presidente electo, encarnan la esperanza de una transición hacia la democracia. Su liderazgo y compromiso con la reconstrucción de Venezuela merecen no solo el respaldo nacional, sino también el apoyo de la comunidad internacional. Solo con unidad y determinación, Venezuela podrá dejar atrás este oscuro capítulo de su historia.

Jeremías Rucci.

* Jeremías Rucci. Project Manager de la Fundación Internacional Bases

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