Nicolás Maduro

Invitar al socialismo es fácil, despedirlo es difícil: la dura lección de Venezuela

Nicolás Maduro continúa en el poder mientras los medios se empiezan a olvidar y el pueblo venezolano sigue luchando.

Miguel Díaz miércoles, 7 de agosto de 2024 · 10:35 hs
Invitar al socialismo es fácil, despedirlo es difícil: la dura lección de Venezuela
Foto: EFE

Mientras de a poco se empieza a desvanecer el tema Venezuela en los medios, la tiranía de Nicolás Maduro parece afianzarse en el poder, cueste lo cueste. Si bien sigue vigente la lucha del pueblo venezolano por su libertad, es evidente que los cabecillas del régimen están dispuestos a todo lo que esté a su alcance con tal de mantener sus inescrupulosos privilegios tras 25 años en el poder.

Se sabía que el voto del 28 de julio era sumamente importante, pero no iba a ser suficiente para derrocar a Maduro. La experiencia socialista ha demostrado, con el pasar de los años, que los cabecillas de la narcodictadura se conocen las “mil y una” de las tramoyas conocidas para buscar darle algún tipo de legitimidad a su gobierno; aun si ello implica el derramamiento de sangre y quedar como un paria en el concierto de las naciones.

El denominado socialismo del siglo XXI llegó a Venezuela en 1998, con las elecciones que ganó el difunto Hugo Chávez Frías. Vale recordar, hoy más que nunca, cómo se dio esa elección y qué distinta hubiera sido la historia si los venezolanos hubiesen tomado conciencia del peligro del socialismo.

Chávez, un exmilitar izquierdista, irrumpía en escena con un peligroso antecedente: encabezar un -fallido- golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez seis años antes. Sin embargo, el pueblo venezolano no advirtió la amenaza que acechaba.

Es cierto que en aquel entonces, como sucede en otros sistemas electorales, los ciudadanos tenían sobradas razones para estar enojados con la clase política: corrupción y pobreza, un combo clásico de los países subdesarrollados, constituyeron el caldo de cultivo para el germen socialista.

Pero hay que resaltar un factor crucial: a un candidato demócrata -por más malo que sea- se lo puede reemplazar en determinado período de tiempo, en cambio, el caudillo socialista -generalmente, hábil en las palabras pero cruel en las intenciones- no está dispuesto a dejar el poder una vez que llega a la cima.

Producto de la crisis de representación, en la elección del 6 de diciembre de 1998 la participación fue relativamente baja (63%) y muchos vieron la esperanza de cambio en la figura de Chávez -quien negaba ejecutar expropiaciones y reafirmaba ser un demócrata pro libre mercado-.

Otros, sin embargo, advirtieron que el aliado del dictador cubano Fidel Castro era un peligro para la república, pero como tampoco les convencía el candidato Enrique Salas Römer, llamaron a votar en blanco, opción que fue escogida por casi medio millón de electores (6,45%).

En total, 4.459.878 ciudadanos en condiciones de votar se abstuvieron o votaron en blanco.

¿Qué pasó? Ganó Chávez con 3,6 millones de votos (2,8 millones sacó Salas Römer). El 2 de enero de 1999, hace ya más de cuarto de siglo, comenzaba así la tragedia de Venezuela.

Si bien la suerte parecía estar echada, el país que otrora ostentó una gran riqueza en su población, iba a tener una segunda oportunidad para sacarse de encima el yugo socialista antes de que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se aferrara al Palacio de Miraflores.

Después de reformar la Constitución -en cuanto asumió-, Chávez acumuló rápidamente poder tras convocar a una seguidilla de elecciones. Viendo lo que se venía, se intentó derrocar al líder bolivariano mediante un golpe de Estado en abril de 2002. Pero, los golpistas se quedaron a medio camino y el dirigente socialista solo permaneció dos días fuera del poder, para luego regresar con sed de venganza y con la convicción de que solo el avance hacia el autoritarismo le iba a garantizar su permanencia en Caracas.

Chávez mandaría a desarrollar su propio software electoral, de mano de la cuestionada empresa Smartmatic, que debutó en las elecciones de 2004, y permitió, desde entonces, la permanencia del chavismo en el poder hasta los comicios del 28 de julio de este año.

En ese entonces, la dirigencia opositora se dio cuenta que si no lo frenaban, el país se iba a sumergir en la tragedia socialista. En un intento por deslegitimar al régimen, en las elecciones a la Asamblea Nacional de diciembre de 2005, la mayoría de los candidatos opositores se retiraron argumentando la falta de transparencia en el sistema electoral. La abstención de votantes fue histórica: 75%. Pero, a su vez, todos los escaños en disputa fueron ganados por el chavismo.

Desde entonces, la oposición política fue desde unirse hasta dividirse, de no participar en elecciones para legitimar al régimen a participar en los comicios entendiendo que de otra forma le iban a dar todo el poder al PSUV.

En el transcurso de estos años, hubo decenas de marchas multitudinarias. También las sanciones internacionales, tanto al país como a los cabecillas del PSUV, fueron escalando.

Pero todo fue en vano. Ya era tarde: el narcosocialismo ya estaba instaurado en el poder y había extendido hábilmente sus redes hacia el resto del mundo, contando con la complicidad tanto de las narcoguerrillas sudamericanas como de las agrupaciones terroristas de Medio Oriente.

La lección ha sido dura. El pueblo de un país tiene en sus manos la herramienta más crucial para definir su futuro: el voto. Pero, a la luz de la tragedia venezolana, debe comprender que, a pesar de que se presente como alternativa electoral, el socialismo no es una opción democrática. Si se elige a la izquierda autoritaria, puede no haber vuelta atrás.

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