Coronavirus

Un filósofo israelí analizó el año de pandemia: ¿qué aprendimos?

Hizo consideraciones respecto a las lecciones que nos dejó el 2020. Además, propone ideas para que no vuelva a ocurrir otra pandemia o, por lo menos, estar mejor preparados.

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MDZ Mundo sábado, 27 de febrero de 2021 · 16:05 hs
Un filósofo israelí analizó el año de pandemia: ¿qué aprendimos?

El historiador y filósofo israelí analizó el 2020, año marcado por la pandemia y pronosticó que si no se controla al covid-19 en 2021 "será un fracaso humano y, más precisamente, un fracaso político”.

Según Harari, hoy tenemos “el conocimiento y las herramientas necesarias para prevenir que un nuevo patógeno se disperse y cree una pandemia” y si continúan las muertes y la caída económica, solo se puede culpar al desempeño político. Desde su perspectiva, el conocimiento científico está, no como ocurrió en epidemias pasadas. Incluso, los humanos tienen un mundo virtual para refugiarse de la enfermedad. Es decir, si algo falla, será culpa de la propia humanidad.

El filósofo israelí vertió sus comentario en un artículo para el Financial Times. En este resumió su perspectiva del primer año de covid-19 y comentó que: “2020 mostró que la humanidad está lejos de ser indefensa. Las epidemias ya no son fuerzas incontrolables de la naturaleza. La ciencia las ha convertido en un desafío manejable”.

Harari considera que los muertos y las economías colapsadas se dieron: “por malas decisiones políticas”.

Analizando pandemias anteriores, como la peste negra, donde nadie pensó que Eduardo III tenía responsabilidad, llegó a la conclusión de que los humanos no tenían suficiente información acerca de las causas de las enfermedades ni como detenerlas. Para ellos, era una calamidad natural, o la ira de dios, pero nunca podía el rey tener responsabilidad al respecto. Sobre la gripe de 1918, si bien había avances en la ciencia, incluso no pudieron identificar el virus y las medidas no servían. De hecho, se buscó una vacuna, pero el desconocimiento no la llevó a buen puerto.

“Las primeras alarmas sobre una potencial epidemia nueva comenzaron a sonar a finales de diciembre de 2019. El 10 de enero de 2020 los científicos no sólo habían aislado al virus responsable sino que habían hecho la secuencia de su genoma y habían publicado la información en línea. En unos pocos meses se volvió claro qué medidas podrían demorar y detener las cadenas de infección. En menos de un año había producción masiva de varias vacunas efectivas. En la guerra entre los humanos y los patógenos, nunca los humanos habían sido tan poderosos”, comentó Harari.

Desde su perspectiva, uno de los factores claves que sirvió para contener la pandemia y disminuir sus consecuencias, es la tecnología de la información.

Cuando en 1918 se introdujo la cuarentena, era imposible detectar y rastrear a los asintomáticos o los presintimáticos, lo que generó que la medida no fuese del todo efectiva.

“Al contrario, en 2020 la vigilancia digital facilitó mucho el seguimiento y la localización de los vectores de la enfermedad, con lo que la cuarentena pudo ser más selectiva y eficaz”, consideró.

Internet permitió, por lo menos en los países desarrollados, un confinamiento prolongado sin que se generaran colapsos significantes. Por ejemplo, en Estados Unidos, solo el 1,5% de la población trabaja en el campo y: “casi toda la labor agrícola está hecha por máquinas, que son inmunes a las enfermedades. Por ende el confinamiento tuvo sólo un pequeño impacto en la agricultura”. De la misma manera, el comercio mundial en 2020 funcionó más o menos estable porque pocos hombres trabajan en él.

Un ejemplo de esto fue la crisis de papel higiénico, donde la gente compró en línea y los rollos llegaban desde China, producidos, empacados y transportados por máquinas. En comparación, en el siglo XVI, la flota mercante inglesa podía transportar 68.000 toneladas de bienes con 16.000 tripulantes, mientras que hoy, un barco de Hong Kong lleva casi 200.000 toneladas con solo 22 personas. Del otro lado de la moneda está la industria de transporte que lleva humanos, como la aviación comercial y el turismo, que sí fueron duramente golpeadas por la pandemia.

Y más allá de inconvenientes menores, el mundo siguió girando, porque la humanidad se volcó al mundo virtual. Internet no colapsó.

En el mundo exterior quedaron los que pertenecen a “la delgada línea roja que mantuvo viva la civilización”, según Harari, que incluye a médicos, enfermeros, trabajadores esenciales, del comercio minorista, seguridad y repartidores, entre otros.

Sin embargo, la ciencia y la tecnología están limitadas por la política. “A la hora de decidir una política pública, tenemos que tomar en cuenta muchos intereses y valores, y dado que no hay una manera científica de determinar cuáles intereses y valores son más importantes, no hay una manera científica de decidir qué deberíamos hacer”, argumentó el israelí.

“Por ejemplo, al decidir si se impone un confinamiento no alcanza con preguntar: ‘¿Cuánta gente se enfermará de COVID-19 si no imponemos el confinamiento?’. También deberíamos preguntar: ‘¿Cuánta gente sufrirá depresión si imponemos el confinamiento? ¿Cuánta gente recibirá una mala nutrición? ¿Cuántos se quedarán sin escuela o perderán sus trabajos? ¿Cuántos serán golpeados o asesinados por sus parejas? Lamentablemente, demasiados políticos no han estado a la altura de esta responsabilidad”, agregó.

“Por ejemplo, los presidentes populistas de los Estados Unidos y de Brasil minimizaron el peligro, se negaron a hacer caso a los expertos y en cambio impulsaron teorías conspirativas”, comentó. “No crearon un plan de acción federal sensato y sabotearon los intentos por detener la pandemia de las autoridades de los estados y los municipios. La negligencia y la irresponsabilidad de los gobiernos de Donald Trump y Jair Bolsonaro han provocado cientos de miles de muertes evitables”.

Desde su punto de vista, la gran diferencia entre el éxito científico y el fracaso político es la cooperación. Mientras los primeros compartían la información libremente y trabajaban en conjunto, “los políticos no consiguieron crear una alianza internacional contra el virus y acordar un plan global”.

Es decir, mientras los líderes mundiales no coordinaban esfuerzos, la enfermedad avanzó de Asia a Europa y luego a América sin que nadie la detuviera.

“Las dos potencias principales, Estados Unidos y China, se acusaron mutuamente de ocultar información vital, diseminar desinformación y teorías conspirativas e incluso de haber diseminado el virus deliberadamente. No se hicieron esfuerzos serios para reunir todos los recursos disponibles, optimizar la producción global y asegurar una distribución equitativa de los suministros”, argumentó.

Para Harari, “el ‘nacionalismo de la vacuna’ crea una nueva clase de desigualdad global entre los países que pueden vacunar a su población y los que no”. Esto lleva a mostrar que los dirigentes no se dan cuenta de un hecho elemental: “En tanto el virus se siga diseminando en cualquier lugar, ningún país puede sentirse seguro de verdad. Supongamos que Israel o el Reino Unido tienen éxito y erradican el virus dentro de sus fronteras, pero el virus se sigue expandiendo entre cientos de millones de personas en la India, Brasil o Sudáfrica. Una nueva mutación de algún remoto pueblo brasileño podría volver ineficaz la vacuna, y ocasionar una nueva ola de infecciones”.

Volviendo al análisis de las tecnologías de la información, Harari considera que tienen su lado B. “La digitalización y la vigilancia ponen en peligro nuestra privacidad y allanan el camino para el surgimiento de regímenes totalitarios sin precedentes. En 2020 la vigilancia masiva se ha vuelto a la vez más legitimada y más común. Combatir la epidemia es importante, pero ¿amerita la destrucción de nuestra libertad en el proceso? Corresponde a los políticos, más que a los ingenieros, hallar el equilibrio adecuado entre la vigilancia útil y las pesadillas distópicas”.

Para enfrentar esa situación, propuso reglas básicas para proteger a los humanos de las “dictaduras digitales”. La primera determina que los datos personales recabados, especialmente los relacionados a lo que ocurre dentro del cuerpo de alguien, deben usarse para ayudar a esa persona y no para manipularla, controlarla o hacerle daño.

“Mi médico personal conoce muchas cosas en extremo privadas sobre mí. No tengo inconvenientes con que así sea porque confío en que él use esta información en mi beneficio”, ejemplificó. “Mi médico no debería vender estos datos a ninguna corporación o partido político. Lo mismo debería suceder con cualquier clase de ‘autoridad de vigilancia de la pandemia’ que pudiéramos establecer”.

La vigilancia como una doble vía, es la segunda regla que Harari propone: “Si la vigilancia solo va desde arriba hacia abajo, es el mejor camino hacia la dictadura. Así que cuando se incrementa la vigilancia de los individuos simultáneamente se debería incrementar la vigilancia del gobierno y las grandes corporaciones”.

Si el gobierno dice que es demasiado complicado establecer un modelo de monitoreo semejante en plena pandemia, no le creas. Si no es muy complicado comenzar a monitorear lo que tú haces, no es demasiado complicado comenzar a monitorear lo que hace el gobierno”, agregó.

Otra propuesta es la no concentración de datos en un solo lugar. “Un monopolio de datos es la fórmula para una dictadura. Si recolectamos datos biométricos de la gente para detener la pandemia, esto se debería hacer mediante una autoridad sanitaria independiente, no mediante la policía. Y los datos que se obtengan se deberían mantener separados de otros silos de información de los ministerios gubernamentales y las grandes corporaciones”.

Finalmente, llegó a la conclusión de que 2020 nos ha dejado tres grandes lecciones:

“Primero, debemos salvaguardar nuestra infraestructura digital. Ha sido nuestra salvación durante esta pandemia, pero pronto podría ser la fuente de un desastre aun peor”, comentó.

Si bien la digitalización nos permitió protegernos del virus: “también nos volvió más vulnerables al malware y la ciber guerra. Al coronavirus le llevó varios meses diseminarse por el mundo e infectar a millones de personas. Nuestra infraestructura digital podría colapsar en un solo día”.

La segunda lección es que “cada país debería invertir más en su sistema de salud pública”. Esto parece obvio, pero reconoció que: “los políticos y los votantes a veces logran ignorar las lecciones más obvias”

En tercer lugar, debería crearse “un poderoso sistema global para monitorear y prevenir las pandemias. En la guerra inmemorial entre los humanos y los patógenos, el frente recorre el cuerpo de todos y cada uno de los seres humanos. Si esta línea se traspasa en cualquier lugar del planeta, nos pone a todos en peligro”. Es por esto que, según Harari; “aun la gente más rica en los países más desarrollados tiene un interés personal en proteger a la gente más pobre en los países menos desarrollados. Si un nuevo virus pasa de un murciélago a un humano en un villorrio pobre de una selva remota, en poso días ese virus se puede dar una vuelta por Wall Street”.

Si bien el sistema existe básicamente y lo integran la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras instituciones sanitarias, sus recursos económicos son tan pobres como su poder político. ”Tenemos que darle a este sistema algo de peso político y mucho más dinero, de manera tal que no dependa completamente de los caprichos de dirigentes autocomplacientes”, comentó.

Según su perspectiva, tomar decisiones sobre políticas de salud: “debería seguir siendo prerrogativa de los políticos. Pero alguna clase de autoridad sanitaria global independientes sería la plataforma ideal para recopilar información médica, monitorear riesgos potenciales, hacer advertencias y dirigir la investigación y el desarrollo”.

Fuente: Infobae)

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