GUAPAS

Entre viñedos: una enóloga cuenta cómo es la vida dentro y fuera de la bodega

Trabaja hace 15 años en la empresa y ha logrado hacerse un lugar en un rubro casi dominado por hombres. Esta es la historia de una mendocina que inspira y provoca desde su rol.

Candela Orrego viernes, 29 de abril de 2022 · 06:02 hs
Entre viñedos: una enóloga cuenta cómo es la vida dentro y fuera de la bodega
Alejandra Riofrío asegura: ""Llevo la bandera y el estandarte del feminismo" Foto: Delirio

En la nueva sección de MDZ Femme, GUAPAS, destacamos a mujeres simples, como cualquiera de nosotras, que tienen algo para contar. Seguramente este también sea tu caso. Por eso, lo que busca este segmento es inspirarnos a hacer, no importa en qué lugar estemos. Comenzamos con Alejandra Riofrío, una enóloga que simplemente se animó.

Alejandra Riofrío, trabaja hace décadas en la industria vitivinícola y desde que tiene 15 años se las rebusca para pagar sus gastos. Pasó por muchos trabajos, desde estar en un bar como cajera, en una panadería, dar clases de inglés, como vendedora de cosméticos y hasta manicura. Mientras tanto, cursaba en la Universidad y a penas se recibió empezó a trabajar para la bodega mendocina Navarro Correas , donde aún continúa. 

Desde su oficina, Riofrío nos cuenta que le encanta lo que hace, "siempre digo que no me imagino haciendo otra cosa que no sea esto". En una industria casi gobernada por los hombres, ella conquistó el sueño de muchos, ser representante de una marca reconocida a nivel internacional. Asegura que no fue fácil llegar a dónde está, primero aguantó críticas por ser mujer y vivió la invisibilización suya y de muchas más profesionales ante diversos eventos, premios y congresos.

Crédito: Delirio

¿Qué estudiaste y por qué?

Yo tenía unos 15 o 16 años cuando conocí a gente del ambiente de enología, La primera vez que entré en una bodega dije “esto es lo que quiero hacer”. Empecé a estudiar Enología en la Facultad Don Bosco que pertenece a la Universidad Católica de Cuyo. Arranqué en el año 2004 a estudiar y en el 2008 la terminé. Desde el año 2008 hasta la actualidad que estoy trabajando, esta es mi cosecha número 15. 

¿Cuál fue tu primer trabajo? 

Lo primero fue vender pastelitos [risas]. Empecé con eso porque me acuerdo que había sido mi cumpleaños, mi hermano me había prestado un equipo de música y yo le había roto la casetera. No tenía un mango para arreglarla, entonces no se me ocurrió nada mejor que salir a vender pastelitos...así fui conociendo gente y conocí a un enólogo, que fue la persona que me ofreció hacer la primera pasantía cuando tenía 16 años. Empecé a tener un trabajo un poco más formal y mi primera cosecha fue en el año 2008, ahí entré netamente como técnica durante 3 o 4 meses que es lo que dura la vendimia. 

La industria hoy, ¿sigue teniendo más hombres que mujeres?

Cuando empecé a trabajar se veía que la industria estaba netamente copada por hombres. En la última década la verdad que el cambio ha sido gratamente favorable, porque hoy en día no solamente es que hay muchas mujeres -en esa época también habían muchas mujeres pero no ocupando cargos-, sino que ahora hay muchas mujeres pero seguimos estando, por decirte, en desventaja de número que están ocupando puestos importantes.

La diferencia es que hay algunas directoras de marketing de comercio y la verdad son un orgullo enorme porque yo siempre digo ‘llevo la bandera y el estandarte del feminismo’, pero no de hacer una protesta, sino poniendo en valor todo lo que estamos haciendo desde el estudio, desde el trabajo, todo el progreso.

¿Notás la diferencia entre hombres y mujeres en otras cosas?

Estoy en un grupo que se va llama “el club de mujeres profesionales del vino”, somos enólogas, ingenieras, todas argentinas y vamos comentando estas cosas. Todavía tenemos una brecha de sueldos alta y, sin ir más lejos, cuando hay una premiación o alguna degustación siempre aparece la cara de un hombre “a cargo de”. Sin embargo, muchas veces realmente a cargo de eso hay una mujer que no tiene el reconocimiento simplemente por el mero hecho de ser mujer.

Conozco varias mujeres que al retorno de la licencia por maternidad las han echado por recorte o por lo que sea, entonces hasta te hace replantearte si la habrán echado por el mero hecho de haber tenido un hijo. La argentina es una sociedad machista, si bien se ha abierto un montón todavía tiene que seguir peleando para romper estereotipos. Gracias a Dios las cosas han ido cambiando, hemos ido obteniendo más equidad pero todavía se sigue viendo, lo venimos peleando y seguiremos. Igualmente es mucho el camino ganado en esta última década.

Actualmente, ¿qué es lo que hacés en la empresa?

Hoy estoy como jefa, no solamente jefa de bodega a cargo de una planta, sino también a cargo de la representación de una marca. En una bodega de una marca tan tradicionalista como esta, la verdad que ha sido a un cambio grande e importante, sobre todo en la empresa Navarro Correas que pertenece al grupo Peñaflor. 

¿Cómo está compuesto el grupo que manejas?

Todos hombres. Son 10 personas y en la temporada de vendimia contratamos mucha gente de modo temporal. Algo que resaltaban es ‘¡qué buen clima que hay acá!’ y yo les decía que también estaba muy influenciado por el equipo, porque uno le puede poner mucha garra pero si no hay un soporte atrás es súper difícil.

A mí me ha tocado estar en otras bodegas en donde no he tenido ese apoyo; yo sola con 25 años manejando un grupo de 50 personas todos hombres de 35 hasta 60 años más o menos y me han hecho la vida cuadril, porque... ¿cómo una mina me va a venir a dar una orden? Entonces, uno tiene que todos los días armarse una coraza y plantarse y todos los días decir ‘acá estoy yo’.

¿Esto sigue pasando hoy día?

Hoy puedes ver más publicaciones, más reconocimiento y demás pero no son lo que corresponde. Hoy somos más, nos hemos unido las chicas y también se ha generado una cuestión que antes no se veía: antes los técnicos, los licenciados, eran muy celosos en su trabajo. Hoy en día hay una apertura muy grande de información, de colaboración, que yo lo veo en este grupo de Whatsapp que mencionaba. Decir ‘chicas, necesito un importador’ y ahí una te dice ‘yo tengo uno de Colombia, una de Perú, te paso de Inglaterra, etc’. Hay un gran nivel de colaboración. Esto es un cambio cultural y generacional de darnos una mano entre todas.

¿Cómo es un día normal en tu vida? 

Depende la época del año. En diciembre/enero/febrero nos vamos con el ingeniero agrónomo a recorrer la finca, nosotros somos dueños del 20% de la uva que producimos, el resto hay que salir a comprar a terceros, entonces lo que se hace también es una visita al proveedor.

Enero es la época de la maduración, entonces vamos seguido al campo para ir viendo la calidad y ya después a mediados de febrero arrancamos con la elaboración del base del espumante y ahí ¡ya se pone divertido! Porque a partir de que entra el primer grano de uva a la bodega hay que cuidarlo como un bebé. Paso en una planilla de excel todos los movimientos que se han hecho el día anterior y después con eso me voy a probar todos los mostos que están en fermentación. 

¿Y cuando termina la vendimia qué hacen?

Después tenemos como una brecha que será a partir de agosto, más o menos, hasta diciembre en donde ya podemos empezar a organizarnos mejor y ahí nos convertimos en comunicadores. Empezamos a hacer degustaciones, visitas a los clientes, recibimos clientes, vamos a las vinotecas a mostrar no solamente la línea nueva sino que también llevamos algunas cositas, algunos lanzamientos.

Por último, ¿cómo conjugás tu vida personal con la laboral?

Yo tengo 2 niños peques, así que a veces me los llevo a la bodega y juegan en el jardín, la pasamos bien. Es para tratar de equiparar y balancear porque yo paso 3 meses sin verlos, yo llego a la casa y están durmiendo. Los fines de semana tampoco estoy, entonces que ellos vengan, compartan y vean también el lugar donde trabajo les copa y hasta les genera orgullo. De hecho, hace 5 o 6 años atrás estuve en Trapiche y llevaba al más chiquito, pero venían los operarios y lo paseaban en el coche, se ponían a jugar y me lo cuidaban. 

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