Se fue el 10

De aprender a quererlo a la entrevista de mi vida junto a Maradona

Ariel Fernandez
Ariel Fernandez miércoles, 25 de noviembre de 2020 · 15:47 hs
De aprender a quererlo a la entrevista de mi vida junto a Maradona

Era chiquito y fui creciendo con Diego Armando Maradona en la Selección argentina. Era tan chico que de su mayor obra, en 1986, solo recuerdo los festejos en casa, como si fuese un flash, pero de una alegría familiar como pocas veces volví a experimentar. 

Tenía 8 años y con conciencia empecé a quererlo. Es que el fútbol ya era fuerte en mi vida, muy fuerte . Y aquella camiseta de piqué celeste y blanca hacía que decidiera, con el aval de mis padres, por ejemplo a faltar a la escuela para esperar con emoción aquel Argentina - Camerún en el partido inaugural en Milan del Mundial de Italia ’90. 

Diego me enseñó a festejar en familia, a abrazarnos como nunca antes -ni después- lo hicimos alguna vez. Con mis abuelos, mis padres, mis primos. Cómo no enorgullecernos si él y tantos otros tipos defendían esa camiseta que nos representaba en el mundo de una manera descomunal, con el corazón en la mano. 

Diego me fue enamorando y hasta supe compartir su tristeza, cuatro años mas tarde cuando en Estados Unidos le “cortaban las piernas” y a mi la ilusión de un pibe de 12 años que ya tenía el álbum lleno de un nuevo Mundial que deseaba coronaría nuevamente la carrera del más grande futbolista de todas las épocas. 

Me tocó decidirme por una carrera, ya con Diego retirado como futbolista y sin haber podido siquiera verlo en vivo alguna vez. El periodismo me llevó a pensar que alguna vez podría tener una revancha. Tenerlo cerca. Experimentar ese aura que muchos contaban sentir al toparse con el pibe de oro. 

Hace poco más de un año, Diego tomaría la decisión que cambiaría para siempre mi vida y aquella expectativa se transformaría en realidad, la más bella de todas. Maradona volvía al fútbol argentino para ser entrenador de Gimnasia y Esgrima. 

Aquel 4 de octubre de 2019 Diego Maradona pisaría suelo mendocino por última vez. Tras un par de partidos en el banco del Lobo, al conjunto platense le correspondía jugar en el Malvinas Argentinas ante Godoy Cruz un día después de su arribo al aeropuerto El Plumerillo. 

Cerca de las 19 el plantel se trasladó hacia El Valle de Uco, un escenario tranquilo para recibir a un equipo que estaba espiritualmente en alza tras la llegada del 10 a la ciudad de las diagonales. 

Yo estaba apostado desde temprano en el hotel, a la espera del Lobo y obviamente de él: mi Dios. 

La situación la cubría para dos medios, Diario MDZ y Fox Sports. Y todo fue un verdadero caos. Nada diferente a lo que se origina en el lugar del mundo que sea ante la aparición de Diego.

Sentí que era el momento, el único y que no habría otro. Y así fue. 

Tras empujones y desprolijidades y mientras el corazón latía fuerte, pude alcanzar a Diego, mientras saludaba a todos los terrenales que buscaban verlo cerca. Claro que todo lo que había planificado en cuanto a la elaboración de lo que le podía llegar a preguntar quedó truncado ante aquel aura que me habían contado. Solo me salió decirle si se encontraba bien y algunas cosas más. Aseguró que estaba emocionado y que lo que estaba viviendo le hacía acordar a todo aquello experimentado en el Napoli, su otra casa, cuando simplemente el mundo estaba a sus pies.

Una simple entrevista, una más como las millones que realizó Diego en su carrera. La nota que me marcaría para siempre, la entrevista de mi vida.   

 

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