Niños desafiantes: entornos cada vez más carentes afectan a su formación

Los casos con diferentes diagnósticos referentes a trastornos conductuales aumentaron significativamente en los últimos años y el ritmo parece no detenerse. Hiperactividad, trastorno de déficit de atención y conducta, impulsividad, falta de atención, baja tolerancia a la frustración, son algunos de los síntomas típicos descriptos por docentes y padres de niños que parecen comportarse por fuera de lo esperable. Niños que no pueden sostener la atención a una explicación en el aula, que se dispersan rápidamente o que entran en un estado emocional de frustración profunda cuándo no se cumplen sus expectativas.
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Ante este escenario el primer paso es casi siempre el mismo: mamás y papás son citados a una reunión por los docentes y el consejo radica en hacer una interconsulta psicológica para evaluar los comportamientos del niño y descartar o confirmar algún tipo de diagnóstico. Los padres entran en un estado de preocupación por la conducta de su hijo y rápidamente empiezan a buscar profesionales que le den herramientas al niño para poder manejar sus emociones y así poder convivir más amablemente en el espacio educativo y con sus pares.
Muchos de estos niños son derivados a neurólogos o psiquiatras por presentar algún trastorno que puede llegar a requerir alguna medicación específica o tratamiento médico. El camino del diagnóstico y el pronóstico se teje a partir la conducta del niño y hacia adelante.
La pregunta radica en lo siguiente: como mamás, papás, docentes, cuidadores y sociedad entera:
- ¿Podemos mirar el motivo por el cuál un niño llega a estos trastornos?
- ¿Por qué los casos de trastornos de conducta aumentaron significativamente en los últimos años?
- ¿Qué entornos de desarrollo y crecimiento estamos brindando para que la respuesta adaptativa de un niño sea, por ejemplo, dejar de prestar atención?
Se abre una brecha enorme. Algunos dirán que hay trastornos con bases genética, otros dirán que el gen sólo se expresa cuándo el entorno al que estamos expuestos necesita “despertarlo”. A la luz de las últimas investigaciones en distintos campos de estudio de la conducta y salud humana, sabemos que el concepto de epigenética viene pisando fuerte: El entorno condiciona el gen.
Los niños están viviendo, como mínimo, en entornos que los alejan de sus necesidades básicas como especie:
- Tiempo prolongado y de calidad con sus cuidadores.
- Exposición a la naturaleza y la luz solar.
- Alimentación real basada en vegetales, frutas y productos de origen animal.
- Horas de esparcimiento y juego libre con mirada adulta pero sin directividad.
Por el contrario la norma de nuestro sistema propone escolarizaciones cada vez más tempranas, mucho tiempo dentro sin contacto con el ambiente natural, alimentos que se convirtieron en productos (con sus colorantes, conservantes y aditivos que están íntimamente relacionados con trastornos de conducta) y le sumamos el gran detonante de muchos problemas de la infancia de hoy: los niños dejaron de jugar, de moverse, de imaginar, de poner a prueba sus habilidades de organización, de creatividad, ya no pueden esperar ni tolerar un proceso pues todo viene empaquetado en videos de 30 segundos que se disponen a conquistarlos a través de una pantalla estallada de luz, sonido y movimiento. Hiperestimulación sensorial, que hace que la vida real, termine siendo muy poco interesante.
Los niños de hoy no están más desafiantes, ni más terribles, ni más problemáticos: los niños de hoy están viviendo en entornos carentes. Propongo un cambio de mirada. Cuándo llegue el llamado de atención de la escuela y el pedido de consulta médica para poder ayudar a ese niño o niña, miremos en que entorno se está desarrollando. Muchas veces, los niños son niños perfectamente sanos, adaptándose a entornos muy disruptivos.
Seguramente hay pequeños cambios que como familias, instituciones educativas y sociedad podemos ir tejiendo, para acercarnos un poco más a las necesidades básicas de la infancia, y todo el trabajo profesional que venga acompañado de ello podrá florecer mucho mejor, porque estamos abonando el suelo, en el que crece la semilla de crecimiento de nuestros hijos.
* Brenda Tróccoli. Especialista en familias y crianza. Dip en parentalidad y apego. Puericultora.
IG: @soybrendacriando