Soltá unos mangos

Mi amigo Bill Gates, Melinda y otras giladas que no vienen al caso

Internet y la grieta para casi todos. La socialización del conocimiento. Encarta y Wikipedia. La educación pública, los penales de River, Melinda y los medios masivos. La construcción de la realidad, el canapé y Soledad Villamil. Y todo por dos pesos.

Ulises Naranjo
Ulises Naranjo lunes, 10 de mayo de 2021 · 00:00 hs
Mi amigo Bill Gates, Melinda y otras giladas que no vienen al caso
Foto: Ulises Naranjo

Entre las ventajas que debemos reconocer a Internet, hay una poderosa: socializa la información; pone a disposición del mundo tanto la maravilla del conocimiento como la estupidez de las conductas. Aquí conviven desde lo más sutil o intrincado, hasta lo más violento o traicionero; desde el mayor negocio o el trueque ancestral, a la mayor intimidad y la exhibición morbosa; desde las salvaciones y pérdidas de vidas, a las recetas de pochoclos y las recopilaciones de los penales que regalan a River.

No obstante, la mayor o menor educación del usuario de la red o de lo que sea consiste, como ha sido siempre, en generarse herramientas para saber elegir e intentar convivir, luego, con las demandas de lo elegido, lo cual es ya una forma de la cultura.

La libertad es un costo fijo y, si no es usada, es una cárcel de plumas. 

Luego de 50 años de historia, la red ofrece, ahora, a miles de millones de personas, conocimientos que, antes, eran patrimonio de privilegiados y sólo se acumulaban en ámbitos clasistas como las iglesias y los claustros. Las bibliotecas y sus libros, a lo largo de la historia de la humanidad, han sido fuentes de saber a disposición de minorías.

En Argentina, por ejemplo, contamos con la estupenda educación pública, un utensilio básico sin el que muchos de nosotros seguiríamos en las cavernas. Sin embargo, los libros y las bibliotecas, ese objeto y ese espacio sagrados, ciertamente, no han sido algo que abunde en los barrios obreros o, al menos, en los barrios obreros en los que yo me he criado. Google, nacido en 1998, vino a reemplazar los libros para casi todos y ahora cualquier pelafustán –especialmente los que hacen radio, los youtubers y los asesores políticos– se disfrazan de expertos en lo que sea de un segundo a otro. 

En las últimas décadas, a partir de los procesos de digitalización de la información, el conocimiento siguió siendo privativo de grupos privilegiados, porque dependen de herramientas tecnológicas costosas, como las computadoras. Aquellas bibliotecas que sólo frecuentaban los escasos que podían transitar la institucionalidad educativa, se digitalizaron y rápidamente se transformaron en negocio. La posibilidad de acceder a decenas de miles de libros fue más grande, pero siguió estando más a mano de quienes tenían las sillas más cómodas.

De esta etapa 2.0, uno de los ejemplos más claros del mundo fue la Enciclopedia Encarta, de la empresa norteamericana Microsoft, propiedad de Bill Gates. La empresa, rápidamente, sistematizó la información digitalizada y la ofreció, como un atractivo producto multimedial, con pedagógicos recursos: textos, fotografías, videos, audios, líneas de tiempo, mapas, ilustraciones. Fue una bomba comercial, al punto de que casi nada tardó en pulverizar nada menos que a la Enciclopedia Británica, cuya primera edición data de 1768.  

Conozco más o menos el caso, porque de hecho, en la década del ’90, fui contratado por Encarta –gracias a la generosa recomendación de mi amiga, la periodista Laura Antún–. Escribía, así, artículos literarios, que me pagaban en dólares, que religiosamente gastaba en juergas interminables con los impresentables de mis amigos.

La Enciclopedia Encarta era un prodigio, sí, pero para el grupo selecto que podía comprarla e insertar sus discos en sus fastuosas computadoras. Esto se lo dije un día, cara a cara, a Bill Gates, quien estaba con su entonces mujer Melinda, en un ágape. A Billy The Kid, como le decimos los amigos, no le gustó nada mi comentario, se le atragantó el canapé y, ya recuperado, dejó a un costado la copa de champagne, clavó sus ojos claros en los oscuros míos y sólo me dijo: 

- Oye, Ulises, has sido un recurso invaluable para Microsoft, pero estás despedido

Bueno, esto no es cierto, por supuesto, qué ingenuos. Ya deberían saber que no deben creer en las barbaridades que publican los diarios. Sí es cierto que trabajé para Encarta, pero, si no me lo creen, no importa. Lo importante es que el proyecto Encarta se desmoronó ni bien comenzó a profundizarse el proceso de socialización de la información que Internet produjo, en particular, revelado por el magnífico crecimiento que experimentó Wikipedia. Ya no se volvió necesario comprar Encarta para enterarse de algunas cosas: abriendo Wikipedia o Google, fue suficiente, porque las herramientas de generación de contenidos estuvieron disponibles. Lo único malo de todo aquello fue que perdí mi ingreso en dólares, pero esto mismo mejoró mi salud.

Así, minuto a minuto, día a día, miles de contenidos comenzaron a ser subidos desinteresadamente o no por cientos de millones de personas en el orbe. 

Las empresas del mundo digital, muy hábiles, fueron buscando modelos de negocios nuevos a partir del hecho de que la red se constituyó, desde entonces, en la más grande y poderosa herramienta de construcción de realidad que mujeres y hombres hayan conocido. 

También llegaron las redes sociales y rápidamente compitieron con los medios en los procesos de construcción de lo real. Algunas de las primeras fueron Classmates, MySpace, LinkedIn, Xing, SixDegrees, Orkut, Facebook y Twitter. Ya por entonces, nacieron los medios masivos nativos digitales, como este diario y, desde el márquetin, empezó a hablarse de “social media”: la unión de plataformas, medios de comunicación, aplicaciones y herramientas digitales varias, actuando como un cuerpo de significación.

Los medios empezaron a leer lo que no querían que de ellos se leyera. Y los periodistas dejamos de ser etéreos e intocables. Ahora, cualquier persona de a pie puede publicar argumentativamente en Facebook o Twitter que tu trabajo periodístico es una cagada y ser leídos por miles. Y si son muchos los que piensan que es una cagada, pues, a tomar nota, porque es posible que lo sea. Antes, uno escribía una nota para ser publicada al día siguiente y se iba a un bar a tomar whisky con hielo y a hablar de Larra, De Sica, Mailer, Dylan y Walsh. Ahora, hay laboriosas y sabias hormigas disidentes que también construyen microrrealidad desde las redes sociales y, por eso, los periodistas masivos más exitosos suelen huir de Facebook y Twitter, para no tener que dar explicaciones y verse cara a cara con el soberano (bueno, es probable que esto lo escriba de pura envidia, nada más).

Respecto de los ‘viejos’ medios masivos de comunicación, debieron adaptarse a las costumbres de ese flamante y poderoso monstruo llamado Internet. Comenzaron vampirizándose a sí mismos aferrados a su viejo modelo de negocio, pero, con los meses y los años, lo hicieron cada vez con más fruición. Finalmente, fueron al hueso y se transformaron hasta el punto de la traición, pero, bueno, como era cuestión de vida o muerte, cual crisálida, ejercitaron una veloz, alevosa y cínica levedad, porque los productos, las ideas y las personas, para ser deglutidos rápidamente, deben ser lo más livianos posibles.

La verdad, ese anhelo declamado, pasó a un segundo plano, y si a ustedes, cordiales lectores, les parece que no es así, pues, bueno, entonces esto es mentira, pido disculpas y en la próxima columna prometo que escribiré todo lo contrario. 

Ahora, casi nadie promueve la pluralidad en los medios (y en las redes sociales tampoco), sino más bien leer en ellos que los valores propios son ensalzados de manera dominante hasta lo despótico. Nosotros somos los buenos y ellos son los malos. Nadie quiere cerrar ninguna grieta. Nadie quiere que se escuchen dos campanas. 

La socialización de la información y el conocimiento viene a querer quebrar esta descabellada hegemonía, pero no lo está logrando y, aunque hay tiempo, aún no ha encontrado el modo de competir con la lógica capitalista.

El mundo sigue siendo tan cruel e indolente como siempre y es claro que el acceso a la información sigue dependiendo del bolsillo, pero mi opinión es que, contra lo que se dice, es más amable que antes. Vengan por mí. Por ejemplo, vengan aquellos que suelen decir que la educación de antes era mejor que la de ahora, creo sinceramente que están equivocados.

En mi barrio de la infancia, sólo dos chicos llegaron a la universidad, el primero de ellos es mi hermano. Cuando empezó el pre de Medicina, a los 17, todo el mundo comenzó a llamarlo doctor y hasta venían pacientes a casa a hacerse ver, porque se corrió la bola de que alguien no había dejado los estudios. Ahora, hay muchos, muchos más en el barrio que llegan a la universidad, con muchísimo sacrificio, claro, pero llegan. Este proceso se lo debemos a la educación pública y una parte también a la socialización de la información y el conocimiento que promovió Internet.

Todo lo que he escrito hasta aquí, no venía al caso.

Ahora recuerdo por qué empecé a escribir esta columna, invirtiendo en palabras el precioso atardecer de un domingo, que ya es noche cerrada. Fue porque, queriendo saber más sobre un tema que investigo, abrí Wikipedia. Seguro sabrán que Wikipedia es una enciclopedia libre sin ánimo de lucro, que tiene ya 56 millones de artículos, escritos y editados desinteresadamente por voluntarios de todo el mundo, en 321 idiomas. Sabrán que sus ediciones ya son más de 2000 millones y que es el material de consulta más visitado del mundo. Sabrán, porque ustedes tienen acceso a Internet, que está entre las 15 páginas más visitadas. Y todo, repitamos, sin fines de lucro.

Pues bien, abrí Wikipedia y leí este texto, para mí, ciertamente conmovedor en su portada:

Por esto, y por la socialización de la información y por una mejor distribución del conocimiento, te pido, como un voluntario más de Wikipedia en el mundo, que apoyes este proyecto digital social, sin fines de lucro y abierto a casi todos. Sus contenidos no son objetivos ni independientes, porque la objetividad y la independencia, igual que el cuco, dios y Soledad Villamil, no existen, del mismo modo que no existe el mensaje sin ideología, el océano sin agua y el flato sin fetidez.

En fin, soltá unos mangos, eso. Creo que es todo por hoy. Qué tarde se me hizo, la puta madre, mañana tengo que madrugar. Ah, las fotos que ilustran el texto las puse porque la saqué esta mañana, cuando salí a correr, y me parecieron bonitas; no tienen nada que ver con nada, pero nada tiene que ver con nada.

Ulises Naranjo. (texto y fotos)

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