Opinión

Odisea argentina: los giles somos mayoría, pero siempre perdemos

Cada cierto tiempo, una película nacional sintoniza con el sentimiento generalizado de los argentinos. Esto explica, además del éxito de "La odisea de los giles", esa necesidad reprimida de decir basta cuando los afectados por las sucesivas crisis son, somos, siempre los mismos. 

miércoles, 28 de agosto de 2019 · 16:05 hs

No es casualidad que cada tanto haya una película que sintonice con el estado de ánimo de la gente. Con su desconcierto, su hartazgo o una recurrente falta de respuestas que inquietan. Esa particular empatía explica en gran medida el eco fenomenal que está alcanzando una película como La odisea de los giles.

Las reacciones que genera de punta a punta el film dirigido por Sebastián Borensztein funciona como un constante déjà vu de la historia nacional.

Sin peligro de spoilear, hay links directos e indirectos al "Rodrigazo", al Plan Austral, al "Corralito", es decir a las distintas variantes de los nocauts económicos que sufrimos los argentinos en otros tiempos y que aggiornados nos impactan en el presente.

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La ligazón más obvia y directa es tanto política como económica, pero su matriz está en la personalidad discepoliana del argentino promedio. En ese gen pillo que siempre encuentra cauce (grieta) para volver y ser millones.

Nueve reinas, también con Ricardo Darín como protagonista, mostraba las mil y un variantes para sacar provecho de los demás, para ventajear al crédulo, para vivir sin laburar.

Un cambalache en permanente revival que está presente en otros hitos de la pantalla grande como Plata dulce, Esperando la carroza, y Luna de avellaneda, por citar unos pocos de los tantos ejemplos de cómo las turbulencias financieras marcan una y otra vez el ritmo del país, independientemente de quién maneje el timón.

Basada en el libro La noche de la usina, de Eduardo Sacheri, La odisea... toma uno de los capítulos más salvajes de la economía nacional, el inolvidable "Corralito", pero antes, durante y después, en la gesta de los damnificados del pueblito de Alsina están presentes las mayores virtudes y flaquezas de la idiosincracia argentina.

De ahí el inmediato efecto espejo en los espectadores que se ven reflejados en esos "giles" que así como pueden ser bienintencionados y crédulos también ser lobos del hombre cuando los ponen contra las cuerdas.

¿Hasta cuándo?

"El pelotudo argentino, el gil, el que soporta estoicamente las insaciables arbitrariedades del poder, un día se debería mirar al espejo y preguntar: ¿Hasta cuándo?", plantea en sintonía con este film coral el escritor y librero Mario Kostzer, autor de El pelotudo argentino, y un auténtico estudioso de nuestro gen deforme.

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La sensación que trasunta toda la película es que eso que pasó siempre puede volver a ocurrir, porque estamos inmersos en un bucle que nos devuelve periódicamente al mismo lugar sin aprender nunca la lección.

El dolor de los que caen en la argucia financiera de Cavallo y compañía es perfectamente el mismo de nuestros padres y abuelos timados en los viejos tiempos por el árbol genealógico del exministro de Menem y De la Rúa.

Para Borensztein, giles somos todos excepto una docena de tipos que manejan todo. La 'gilada' somos los ciudadanos, los tipos honestos. Es esa la definición”.

En este año plagado de elecciones que poco y nada alientan a la esperanza (huelgan comentarios acerca de los dos modelos en pugna), quedémonos con las palabras de Fermín Perlassi, el personaje de Darín, cuando alerta: "... pero un día, el abuso al que estamos acostumbrados los giles se convierte en una verdadera patada en los dientes y uno dice: '¡Basta!'".

Moraleja de cajón para candidatos y sus respectivos séquitos: si siguen pateando al perro, un día los va a morder. Como los de Alsina, los millones de giles argentinos esperan su oportunidad de hacerse oír.