Crisis

Inflación: un país con mala gente

La opinión casi catártica que invita a la reflexión sobre las responsabilidades compartidas. "Argentina, ¿un país con buena gente?". ¿Cuántos son los malos y cuántos, los buenos? 

miércoles, 17 de abril de 2019 · 14:18 hs

Vivimos en un país del que estamos orgullosos de manera platónica, pero que creemos una responsabilidad ajena, una entelequia, una cosa mística. Por lo menos, no nos engañemos más: en este mismo país dentro de cuyos límites nos refugiamos como si se tratara de la "tierra prometida" hay sectores a los que les conviene que cíclicamente todo funcione mal. Convivimos, comemos, votamos, abrazamos, jugamos al fútbol, vamos a la peluquería, vemos por la tele o aplaudimos a rabiar a los que se alegran de que haya gente que suba y baje en la clasificación social, los que se enriquecen con el dolor de otros y los que sin tener que hacer ningún esfuerzo -más que hacer un par de llamadas o apretar un "enter" en una computadora- manejan la maroma de las finanzas con tanta violencia que el que sube o baja pueden salir catapultados hacia el infierno.

Comprendernos en nuestra complejidad probablemente sea un desafío que nunca podamos cumplir o que ni siquiera esté al tope de nuestras agendas, abombados entre un individualismo egoísta incapaz de cambiar el estado de cosas o un colectivismo bobo llevado de las narices por los que tienen la manija.

Somos un país de intermediarios en donde a pocos les interesa conocer la verdad: mejor -parece ser la consigna- conocer una mentira piadosa que ver a la verdad desnuda. Con gobiernos más preocupados por alinear a la prensa de acuerdo a lo que piensan sus inquilinos de turno y una dirigencia que desconoce sus orígenes en la sociedad que se consume en la imposibilidad de no consumir, somos, al final, todo lo contrario a lo que se ha venido propagandizando: un país con mala gente.

Quiénes son los buenos y los malos no está regido por ningún ordenamiento sino por una verdadera confederación de intereses particulares cuya único contrincante es la concentración económica y cuyo ejército a mano es una sociedad bastardeada, a la que parece quedarle como destino que se le vayan los hijos a vivir a otro país y llorar desde allá, en donde recalen, cuando escuchen el tango que aquí jamás escucharon.

La inflación nos consume y el fuego es apagado con la nafta del biribiri de los voceros de unos y otros, no por los bomberos que debiera aportar el cuartel general de la política. Porque ese cuartel está lleno de lobistas y no de bomberos capaces de enfrentar el fuego: selectivamente, los que deciden, parecen elegir -metidos en un traje antiflama- qué dejar que se vuelva cenizas y qué no.

Un país que entristece y cuyas alegrías, al final, siempre han resultado sospechosas.