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La fantasía de una Mendoza con pleno empleo en plena recesión

La desocupación fue del 5,9% al cierre de 2018 según datos del Indec. En una economía asfixiada, salarios a la baja y acuerdos informales para "parar la olla" aparecen entre los factores que podrían explicar el fenómeno.

sábado, 23 de marzo de 2019 · 14:17 hs

Mendoza tiene (o tenía al final de 2018) un 5,9% de desocupación, una uña por sobre lo que se considera pleno empleo. Si bien el índice representa más del doble que en el mismo periodo del año anterior, no deja de sorprender en un contexto marcado por una recesión que cada vez se percibe más asfixiante para los trabajadores, sobre todo en el sector privado, cuyos salarios llevan tiempo corroyéndose por la inflación.

De todos modos el 5,9% medido por el Indec viene acompañado por grises oscuros como las tasas de ocupados demandantes de empleo y subocupados que buscan mejorar su situación, las cuales se ubican en niveles altos y dan cuenta del problema con mayor precisión.

Las cifras indican que dos de cada 10 mendocinos empleados buscan cambiar de trabajo, mientras que el 11% se encuentra en situación de subocupación: es decir, le gustaría (o necesitaría, mejor dicho) trabajar más de lo que lo hace. En números: hay 171.000 comprovincianos con problemas de empleos, de los cuales 26.000 no tienen empleo, 86.000 buscan otro trabajo y unos 60.000 quieren sumar horas para mejorar sus ingresos.

Por eso las estadísticas duras como el 5,9% muchas veces chocan contra la realidad y puede que en este caso no sea la excepción. Con un consumo interno planchado, economías familiares endeudadas ya hasta para ir al supermercado o pagar servicios básicos y empresas asfixiadas por la presión tributaria y la caída en las ventas, el panorama laboral que traza el Indec parece difícil de explicar.

Con familias casi en economía de guerra y empresas asfixiadas por presión tributaria y caída de ventas, cuesta explicar los números de Indec.

El mismo organismo reportó que en los últimos tres meses de 2018 el PBI se derrumbó un 6,2% y cerró el año en -2,5%. Sin embargo, el nivel de desempleo a nivel país está en sintonía con los de la región -entre el 7% y el 9%- con economías que crecieron más de un 3%. Es allí donde puede entrar en juego un factor clave: la pulseada entre inflación y salarios. En nuestro país los aumentos de precios le ganaron por nocaut a los bolsillos de los trabajadores, que perdieron en promedio un 20% de su poder adquisitivo en tan solo 12 meses. Sectores de la economía que logran ajustar sus números de acuerdo a la inflación pueden, entonces, evitar despidos masivos que se reflejen en los datos oficiales de empleo.

También puede darse (y de hecho, sucede) el caso de una fuerza de trabajo que, ante la ansiedad y el temor que genera una economía deprimida, se entrega a contratos con salarios de hambre y condiciones a las claras mejorables en otro contexto.

Esta reforma (que algunos llamarán “flexibilización”) laboral de facto es la que gran parte del mundo empresario presiona por convertir en ley a la brevedad posible. Algunos se sinceran y admiten que, con un marco legal de indemnizaciones más “benévolo”, esta herramienta les permitiría capear la crisis con mayor libertad de estrategia. Por el contrario, en un escenario económico favorable, tendrían la puerta abierta de par en par para la contratación de empleados.

Sin embargo sería aventurado y hasta ingenuo pensar que una reforma a medida aceitaría el mercado laboral en un país de una historia de encontronazos laborales entre “opresores y oprimidos”, “negreros”, y “vividores de la industria del juicio”.

Mientras se dirime la lucha de fuerzas entre inflación, empleo y legislación laboral, Mendoza se enfrenta al desafío de crear trabajo en la tormenta. El turismo, las industrias del conocimiento y, por qué no, una vitivinicultura auxiliada con el Fondo Anticíclico, podrían representar posibilidades concretas para atravesar un invierno que se vislumbra largo.