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Opinión

El mundo que se reflejó en la ONU

En la Asamblea General, la clase severa de Cristina Kirchner, el desvarío anti-terrorista de Bush en los tiempos de la debacle financiera y un reclamo cada vez más imprescindible para que el Consejo de Seguridad refleje el mundo actual en lugar de seguir siendo un espejo que atrasa.

Después del célebre Harold Wilson, los laboristas siguieron ocupando el 10 de Downing Street con James Callagham. Pero este primer ministro cometió un error que terminó implicando un salto ideológico a las antípodas de su partido.

Lo que Callagham no advirtió fue la profundidad de la crisis que comenzó en 1978. Es más, un año más tarde, el gobierno laborista seguía negando la existencia de esa crisis, que desde mediados del ’79 ya se expresaba en el incremento de la desocupación.

La negación de la realidad y su inmediata consecuencia, la falta de reacción temprana, hizo que los laboristas perdieran la siguiente elección. Se impuso Margaret Hilda Roberts, profesora de química y casada con un tal Thatcher. Y comenzó la “revolución conservadora”.

En las tierras donde la versión masculina de la “dama de hierro” (Ronald Reagan) inició por entonces un viraje en la misma dirección,  arrastrando consigo a buena parte del planeta, hoy parece estar ocurriendo lo mismo que al laborista Callagham pero en sentido inverso.

El camino tuvo sus zigzagueos. A David Leonhardt, por caso, le gusta describir a Bill Clinton “debatiéndose entre dos Bob”. El secretario de Trabajo, Bob Reich, insistía en que el estado debe invertir en obra pública para estimular la economía y mejorar la situación de la clase media.

La contraparte era Bob Rubin, ex miembro de Goldman Sachs que como asesor de Clinton le insistía con reducir el déficit para estabilizar el mercado de bonos y hacer bajar las tasas de interés.

Aquel presidente demócrata optó por Rubin. Por cierto, no le fue nada mal, pero el éxito tuvo que ver también con otros factores y el propio Clinton sostiene al día de hoy que las dos fórmulas valen, en la medida en que sean aplicadas sin fervores fundamentalistas. Por eso el hombre de Arkansas revirtió en superávit el déficit que heredó del período Reagan-Bush padre, y dejó a su sucesor un vigoroso crecimiento económico.

Pero George W. Bush incorporó el fervor ultra-ortodoxo que condujo a la desregulación total de los mercados financieros y sumó costosas guerras que hundieron la superpotencia en un cataclísmico déficit. Además, como James Callagham, reaccionó demasiado tarde, por lo que esta crisis producirá un salto ideológico hacia las antípodas, pero en sentido inverso al que provocó la crisis que sacudió al laborismo británico en la década del setenta.

Sobre el modelo de capitalismo financiero que ha entrado en crisis, y sobre el probable retorno pendular a un modelo de capitalismo productivista con estado y regulaciones, habló el discurso de la presidenta Cristina Kirchner. Abordó el tema con la capacidad oratoria que la caracteriza, aunque es poco probable que las potencias la adopten como severa profesora de economía. Al fin de cuentas, cuando los norteamericanos fueron keynesianos con la New Deal, uno de los grandes empeños del gobierno de Franklin Roosevelt fue evitar que la intervención del Estado en la economía engangrene de corrupción el gobierno y la estructura pública.

Esa materia, la de la transparencia gubernamental, no es precisamente el punto fuerte de la cátedra argentina. Por eso el discurso de la presidenta en la Asamblea General de la ONU pareció, como muchos otros, destinado más al consumo interno que a los oídos del mundo.

Quien debía hablar de economía y no lo hizo fe Bush, cuyo discurso se centró en “la guerra contra el terrorismo”. Lo más curioso es que no estaba dirigido al consumo interno, sino al mundo en el que su reputación es incluso peor que en los Estados Unidos. Pero más allá de la falta de credibilidad internacional de Bush, que su último discurso en la ONU se haya centrado en el terrorismo y no en la crisis financiera, que ya es un agujero negro a escala global, exhibe un nivel de lunatismo mayor al que tuvo el laborismo británico durante la debacle económica que engendró el thatcherismo.

Otras voces  

En la Asamblea de Naciones Unidas hubo otras voces abocadas a sus propias problemáticas nacionales, y algunas apuntadas a importantes redefiniciones en la escena internacional.

Evo Morales fue un ejemplo de discurso casi enteramente dedicado al conflicto que vive su país y sacude a su gobierno. Pero..¿quién puede criticárselo? Nadie, dada la gravedad tan visible de la crisis política boliviana y las amenazas que de ella surgen. Nadie ignora que en Bolivia las fobias étnicas, la intolerancia extrema, la violencia desbordante los antagonismos furibundos han puestos sus dedos sobre los gatillos. 

Por eso, en lo que al mundo de estos días se refiere, los discursos indispensables fueron aquellos que se centraron en la crisis financiera, los desafíos energéticos y ambientales, demás, por cierto, de la cuestión alimentos.

Pero en este rubro hubo otra temática clave: la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, incorporando a potencias emergentes como Brasil, Sudáfrica, China y la India, entre otros.

La instancia ejecutiva de Naciones Unidas releja el mundo inmediato posterior al de la Segunda Guerra Mundial, y no al mundo de estos días. Por un lado, es un club de potencias nucleares, que fueron las que, en el escenario de la Confrontación Este-Oeste, mantenían la pax de la Destrucción Mutua Asegurada.

Pues, en ese aspecto el Consejo de Seguridad ya no refleja fielmente el mundo, sino que es un espejo que atrasa, debido a que sus miembros han dejado de ser las únicas que poseen arsenales atómicos. Hoy también los tienen la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.

La máxima instancia de la ONU tampoco refleja correctamente el presente y, mucho menos, el futuro. En ambos planos temporales el nuevo protagonista es el representado por la sigla BRICH (Brasil, Rusia, India y China). O sea las potencias emergentes que, según las proyecciones, habrán superado a Europa y estarán por lo menos junto a Estados Unidos y Japón en el escenario económico de mediados del siglo 21.

Los presidentes Lula y Sarkozy fueron los que mejor centraron su discurso en la necesidad cada vez más urgente de ampliar el Consejo de Seguridad, incorporando estos nuevos protagonistas, cuya presencia dará voz y voto a las regiones que esos países encabezan.