Descontracturá

Estas son las ventajas de tener sexo con un desconocido

Escuchá aquí el relato completo de dos que se encuentran a ciegas y logran un match perfecto. Alcoyana, Alcoyana. ¡Puede pasarte a vos!

MDZ Radio
MDZ Radio viernes, 18 de septiembre de 2020 · 12:55 hs
Estas son las ventajas de tener sexo con un desconocido

 

Por Viviana Muñoz

Ella era un nombre propio con una empresa de referencia; él, una profesión seguida de un apellido. Eran solo nombres perdidos entre todos los nombres perdidos en la agenda de cualquier teléfono. Un contacto estéril, de ésos que ni siquiera se tiene registro de cómo llegaron hasta ahí.

Se contactaron por primera vez mediante alguna obligación profesional que azarosamente hizo que ese número fuera rescatado de sus agendas. Iniciaron la tan común relación laboral, éstas también tan perdidas en los historiales de todos los teléfonos. Un
intercambio de necesidades concretas con fines específicos. Un ida y vuelta de mensajes cordiales que se combinaban sólo con esos memes que sí valían la pena.

Fue en un segundo de soledad, o de búsqueda desesperada, disfrazadas de juego, claro, que uno de los dos corrió ese delgado límite entre un chiste inocente y el doble sentido. Pasaron sin saber cómo, de la cordialidad en los mensajes a la intencionalidad en cada comentario, de favores cotidianos a socorros a cualquier hora y de memes ingeniosos a ejemplos explícitos de sus fantasías.

Y el único acuerdo irrefutable fue no descubrirse más allá de sus fotos de perfil de whatsapp. Cumplieron.

La frecuencia de intercambios de mensajes aumentaba al ritmo de la cardíaca. Quedaban hipnotizados después de cada chat: la tensión erótica los retenía en ese espacio libre de moral que domina lo virtual. Se volvían intensos, extremos, con la impunidad que da el anonimato y con la ventaja de ese tiempo extra antes de enviar para pensar el efecto planeado.

Se pedían mutuamente, explícitos, extremos, dejando el pudor, los modales y el temor al rechazo para los encuentros reales que no tendrían. Cada encuentro sobre sus redes de wifi terminaba, sin excepción, en estallidos intransferibles a cualquier otra experiencia. Se volvían adictos y acordaban implícitamente dejarlo así, osado y tumultuoso, lejano e irreal, tan improbable como perfecto. 

Sin confesarse el miedo a destruir tan impensada sincronía, ni la necesidad de saber si eran reales,se desafiaron a fijar ese encuentro que los enfrentaría en otra dimensión. Y hechizados por tantas victorias, fijaron fecha.

Ese día ella dudó en el ascensor. Se recriminó la audacia, tal vez innecesaria, que la había llevado a proponer un encuentro a ciegas. Lo había hecho impulsada por cambiar el orden de los requisitos que anticipan siempre los mismos finales. Creyendo que si sus propias experiencias no habían dejado recetas infalibles, cambiar el modo sería una opción igual de arriesgada pero mucho más estimulante: Un otro sin historia, Un dar y recibir sin reclamos. Un gusto fuera de toda estructura, sin fórmulas conocidas, sin
principio ni final... ni trayecto.

Entró al departamento en penumbras como habían pactado, se miraron sin mirarse, queriendo preservar el anonimato de ese placer sin rostro que los había convertido en otros.

Se desvistieron en seguida, pero se acercaron lentamente, se olieron sutiles, se regalaron un tiempo para reconocer sus pieles. 

En la habitación mandaba ese silencio inalterado que antecede a la ilusión. Flotaba el deseo indomable de la transgresión, pero subyacía esa calma de querer interpretarse. Sus latidos tomaban un ritmo conjunto, conmovidos por la concreción de encontrarse uno frente al otro.

Abrió los ojos topándose con sus pectorales de frente como una pared desnuda de virilidad toda para ella. Él la tomó fuerte de las caderas y la besó más suave en el cuello, deslizándose por los hombros y llegando de a pequeños roces a recorrer su pecho. Bajó
un poco más y un poco más, retirándose sutilmente y volviendo y yéndose otra vez, erizándola toda. Ella descubría entre los rastros de su piel un perfume colocado mucho antes que le daba a sus sentidos una señal aún más salvaje y sucumbiendo ante el propio placer se permitió un momento para sí misma, demorando el recorrido. Lo advirtió excitado y se apretó contra él. El la dibujó con su índice en todo su contorno. Ella le mordió suavemente el lóbulo de su oreja y el vértice de su mandíbula. 

Se besaron compartiendo la respiración, cambiando el ritmo, intercalando presión y descanso, callando el silencio de la habitación con intermitentes y deliciosos gemidos por lo bajo. 

La recorrió hacia abajo, arrodillándose frente a ella, ofreciéndole todo su esmero que sólo detenía para mirarla buscando su guía, inseguro de continuar sin su aprobación. Subió recorriéndola en el camino inverso hasta encontrarse otra vez frente a ella.

Mientras acariciaba su espalda ella tomó con una de sus manos su entrepierna y se estremeció al confirmar que todo en él era del mismo calibre que su deseo. Bajó para acercar su boca pero se alejó un momento para contemplarlo. Por primera vez se
despertaba en ella una fascinación desmedida por esa parte tan masculina. Quería quedarse ahí adorando ese tramo en él como nunca antes había hecho, hundiéndolo en su boca, adueñándoselo para siempre.  

Sin poder esperar entró en ella con la delicadeza de quienes saben amar, aunque sea por ese instante, y se entregaron a aquella armonía que fluyó como ensayada, se disfrutaron sin pensar en lo posible, sin aplicar lógica ni predicciones, confirmando en pequeños lapsos de lucidez, la teoría de que sí existe un uno para un otro. Confluían fascinados por la naturalidad con la que respondían sus cuerpos ya gobernados por algo más poderoso que sus conciencias. Habían encontrando ese inusual ensamble, un regalo que abrieron juntos atrapando ese instante sublime que habían soñado separados.

Se quedaron ahí, exhaustos, calmados. Extasiados más por la coincidencia que por el clímax. Se tomaron de la mano y dejaron que el silencio volviera a mandar en la habitación. Dichosos de haberse encontrado, acordaron sin decirlo, no conocerse
demasiado para encontrarse exclusivamente así por el resto de sus vidas.

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