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¿Qué hacer en La Plata?

La capital de la provincia de Buenos Aires un lugar para visitar. Bosques y museos, una gran Catedral, una casa revolucionaria y una creciente gastronomía
Foto: Web
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El plano de la ciudad es sencillo y regular. Las calles, cruzadas en ángulos rectos, están trazadas a distancias iguales, de amplitud uniforme, plantadas de árboles y designadas por números de orden. De medio en medio kilómetro, la calle, tres veces más ancha, toma el nombre de paseo o avenida. La ciudad de las diagonales, cuando no está saturada de autos, remite a una Buenos Aires bien hecha: una capital organizada y fluida, con un balance armónico de rutina y ocio, plazas en cada cruce de avenidas.

El Paseo del Bosque en La Plata.

En las 70 hectáreas que alguna vez ocupó la estancia de la familia Pereyra Iraola, el fundador Dardo Rocha ordenó plantar robles y eucaliptos, trazó caminos, agregó fuentes y fijó el punto de partida en la Avenida 1. Entre juegos para chicos y el aroma de las bondiolas, el Bosque convoca a runners y familias todos los días. Los fines de semana está copado por el fútbol: los estadios de Gimnasia y Estudiantes se miran de reojo y en tensión permanente.

Más allá del zoo, el Planetario y el Observatorio, el Museo de La Plata se alza como una declaración de principios. Proyectado para impresionar, es exactamente lo que hace. Después de las escaleras con estatuas de tigres de dientes de sable, el busto del perito Francisco Moreno -fundador en 1884 con su colección privada- aparece en el hall central, flanqueado por otros de 14 animales autóctonos: una suspensión temporal en la supremacía del homo sapiens. Con una colección que supera los 3,5 millones de objetos, las 20 salas proponen un recorrido ambicioso, desde el origen del Universo hasta la actualidad. En la sala paleontológica domina el diplodocus. La réplica del herbívoro de 25 metros es la imagen que capturó la imaginación de una generación que empezó a preguntarse cómo alguna vez existió algo tan increíble sobre la tierra. Para entenderlo, hay que rodearlo: la tibia alta como un humano, la costilla que aprisiona la voracidad del tórax, las vértebras del cuello interminable. El piso inferior también está dedicado a mamíferos prehistóricos como el megaterio y marinos como la ballena azul. Ya en la actualidad, la minuciosidad en la taxidermia de aves y mamíferos inspira una mezcla de pena, miedo y curiosidad. La ambientación es sobria; las bestias mantienen el protagonismo en un contexto pedagógico y civilizatorio.

La planta superior tiene otros 14 bustos, esta vez humanos. En la sala dedicada a las culturas precolombinas hay cerámica del Tawantinsuyu, esculturas mesoamericanas y vasijas de Nazca. La egipcia guarda los ataúdes de Tadimentet y Herwodj, mujer y hombre de la Época Tardía encontrados en Menfis. Con instrumentos musicales, ropa y embarcaciones, la sala etnográfica se centra en las culturas argentinas. El recorrido termina en un espacio dedicado a Moreno, que exhibe su biblioteca con ejemplares de Darwin y sus objetos de trabajo. El perito, un hijo de su época que llegó a exponer a caciques patagónicos para que los estudiaran sus colegas, se hubiera sorprendido con la decisión de 2006, cuando las autoridades del museo dejaron de exhibir restos humanos americanos como un reconocimiento a los pueblos originarios.

Casa de Dardo Rocha y Catedral

Hay sillas renacentistas y un secrétaire de decoración exquisita; un escritorio rodeado de diplomas por su participación en la Guerra de la Triple Alianza; una strelitzia que trajo de sus viajes por África. El plato fuerte se sirve en la sala contigua: la caja de plomo y la redoma de cristal que contuvieron las medallas, el bastón de mando, la pala con aplicaciones de oro y plata, el tintero de bronce y el pañuelo de seda que se habían enterrado el día de la fundación para ser exhumados 100 años después. Ese 19 de noviembre de 1982 otra colección de objetos volvió a ubicarse en una urna circular bajo la piedra fundamental de la Plaza Moreno; la redescubrirán los platenses del Bicentenario.

La Catedral inaugurada en 1932. En la esquina de 1 y 53, el faro urbano construido para verse desde el río funciona como punto de peregrinación de visitantes y locales. Con las columnas que sostienen un techo inalcanzable. Los vitrales cortan la sensación abrumadora y por momentos remiten a la Sagrada Familia. En la catedral neogótica, el Museo propone un recorrido por los andamios que sostuvieron a los obreros españoles e italianos que levantaron el edificio, las investiduras y los objetos litúrgicos de las figuras que la condujeron y el órgano que Alberto Poggi terminó en 1903. Los restos de Rocha y su esposa Juana Arana descansan en una cripta de ataúdes mellizos. El ascensor que sube por la Torre de Jesús termina en una plataforma con vistas que pagan la entrada: el Río de la Plata y la línea de Colonia; los 112 metros de la Torre de María recortándose sobre el Estadio Único; el campanario de Veneto con 25 campanas de bronce.

La casa Curuchet

Es la única vivienda que construyó en América Charles-Édouard Jeanneret-Gris, mejor conocido como Le Corbusier, el arquitecto más influyente del siglo XX. En 1948 el cirujano Pedro Curutchet decidió escribirle una carta confesando su deseo: una casa para él, su esposa y sus hijas, donde también se levantara un consultorio. Era un profesional disruptivo. Le gustaba el arte, sacaba apéndices en las cocinas, había creado técnicas aprobadas por Harvard. Quizá el destinatario se sintió interpelado por ese hombre descarado y talentoso. Quizás creyó que el proyecto le facilitaría la concreción de otro que circulaba por esos días: un Plan Urbano para la ciudad de Buenos Aires. Quizá, como se rumoreó en su momento, simplemente estaba subyugado por la hermana del doctor. Sin explicitar los motivos, aceptó y puso al frente a su discípulo Amancio Williams, que dirigió la obra durante seis años. Más allá de satisfacer al cliente, la casa debía representar los cinco puntos del manifiesto del suizo -elevación sobre pilotes, planta y fachada libre, ventana horizontal y terraza jardín- y su sistema de medidas "Modulor", basado en la altura del hombre y por el cual todas las habitaciones llegarían a los 2,26 metros.

Le Corbusier buscaba responder a las nuevas formas de habitar el siglo XX. La Casa Curutchet cumpliría con todos los requisitos. Desde afuera se levanta como una promesa elegante y discreta. Por dentro transmite la paz de la misión cumplida: adaptación al entorno, aprovechamiento integral del espacio, despliegue virtuoso del talento humano. En la terraza se estudió la inclinación de los rayos solares para que el baldaquino y el brise soleil generaran luz en invierno y sombra en verano. La planta de las habitaciones tiene formas circulares y cuadriculadas. No hay lógica ni previsibilidad; uno puede aparecer por cualquier lado. En el bloque que lleva al consultorio, Le Corbusier introdujo el concepto de movimiento, como Picasso en la pintura. En el centro de la construcción, decidió plantar un álamo que compusiera todo en términos verticales. El espacio de trabajo de Curutchet conserva el instrumental que inventó, su camilla metálica y una foto que lo retrata. Las vistas a la Plaza Rivadavia revelan la fachada "torcida"; el arquitecto proyectó una adaptabilidad completa al terreno, que tuviera en cuenta la identidad diagonal de la ciudad. Todo eso llevó a que la Casa (hoy administrada por el Colegio de Arquitectos de la provincia, ente público no estatal) fuera declarada Patrimonio de la Humanidad en 2016. Aunque su popularidad había explotado siete años antes, cuando se usó como set para El hombre de al lado, la película que narra la escalada de violencia entre un diseñador snob que vive en el edificio y un vecino rústico que se obsesiona por construir una ventana en la medianera. Julio Santana -director de la Casa- reconoce que la película potenció la difusión, mientras atravesamos una remake inesperada: en el terreno de al lado, una cuadrilla de albañiles empieza a levantar las paredes de una cervecería.

A comer, cerveza y más

Hay zonas con una cervecería en cada esquina. A pasos del hotel San Marco, La Modelo es una de las primeras. Bajo un centenar de jamones en estacionamiento uno no se puede privar de una cerveza con su clásico plato de maní sin pelar.

Cuatro amigos se asociaron para abrir Lemmens, un ambiente más sobrio y despojado, pero con la misma obsesión por la bebida dorada.

Con 18 años de experiencia cervecera en el bar La Mulata, Gabriel Vallejos y Diego Zárate quisieron explorar otros terrenos en Cruel, que desde 2016 se hizo fuerte gracias a una barra que domina un local con lámparas antiguas y público de mayoría sub-30.

Con experiencia en Italia, el País Vasco, Inglaterra y Nueva York, el cocinero Santiago Palma deleita a todos los que van hasta City Bell, en su restaurante Atelier. Es una cocina de producto y carnes frescas.

Carne, de Mauro Colagreco, la propuesta de este reconocido chef platense y la forma que encontró de estar en su país. El chef maneja a la distancia una hamburguesería que aplica principios artesanales a escala industrial. La carne de pastura viene de un frigorífico boutique de Magdalena. Los tomates de invierno -usan 40 variedades- están trabajados por un grupo de campesinos sin tierra de Mendoza.