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La violencia de género

El pasado lunes 25 de noviembre las calles de Mendoza se colmaron de mujeres, lesbianas, travestis, personas intersex, trans y no binarias. El motivo fue la conmemoración del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer.

María José Elmelaj domingo, 8 de diciembre de 2019 · 06:00 hs
La violencia de género
Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer.

Consagrado como tal por la Organización de Naciones Unidas en julio de 1999, su significado se ha extendido y hoy es bandera de un enorme grupo de personas que luchan a diario contra las incontables formas de violencia machista.

Habiendo logrado relevancia política y social en los últimos años, hoy nadie puede negar tener conocimiento sobre este flagelo que azota cada zona geográfica y ámbito social. Pero esto no siempre fue así. Este reconocimiento nacional e internacional y su consecuente tratamiento legislativo e institucional es fruto de una ardua lucha llevada a cabo durante décadas por parte del movimiento de mujeres.

Ya en 1981, en marco del primer encuentro feminista para América Latina y el Caribe, celebrado en Bogotá, se había declarado el 25 de noviembre como Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres y fue en honor a las hermanas Mirabal.

Patria, Minerva, María Teresa y Debé nacieron en Ojo de Agua, en la región dominicana de Cibao. Eran hijas de María Mercedes Reyes y de Enrique Mirabal. Apodadas “las mariposas”, las hermanas se destacaban por ser símbolos visibles de la resistencia a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, dictador que gobernó República Dominicana desde 1930 a 1961. Fueron encarceladas repetidamente por actividades revolucionarias en defensa de la democracia y la justicia.

Ese día, pero de 1960, Patria, Minerva y María Teresa se dirigían a Puerto Plata a visitar a sus maridos encarcelados, cuando fueron interceptadas por miembros de la policía secreta de Trujillo. Sus cuerpos fueron hallados en el fondo de un barranco con signos de tortura y estrangulamiento. Los sucesos originaron un fuerte sentimiento anti-Trujillo y en 1961 el dictador fue asesinado, cayendo su régimen poco tiempo después.

Recién dieciocho años después de aquella proclamación feminista, la ONU declaró el 25 de noviembre Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. En 1993, había aprobado la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.

A pesar de su reconocimiento internacional y de que muchos Estados dictaron leyes en consecuencia, como es el caso de Argentina y la ley 26.485 de 2009, el flagelo sigue más que vigente. Las cifras continúan siendo alarmantes. En lo que va de 2019, en nuestro país 290 mujeres han sido asesinadas por varones en razón de su género.

Y es que la violencia es el arma por excelencia del patriarcado. Ni las religiones, ni las leyes, ni la educación o las costumbres familiares y sociales habrían conseguido la sumisión histórica de las mujeres y las disidencias, si no hubiesen sido reforzadas con violencia. Es una violencia instrumental que tiene por objetivo el control de los varones sobre las mujeres. Como dejó escrito Kate Millet, igual que otras ideologías de dominación, como el racismo o la colonización, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente de no contar con el apoyo de la fuerza. Es un instrumento de intimidación constante. Tiene sus raíces en la discriminación histórica y la ausencia de derechos que han sufrido las mujeres y que continúan sufriendo, y se sustenta sobre las bases de toda nuestra construcción cultural.

La denominamos “violencia de género”, “violencia contra las mujeres” o “violencia machista”, pero no decimos “violencia doméstica” a secas, ya que es un término que sólo hace referencia al ámbito donde se ejerce, pero no distingue entre la víctima y el agresor, colocándolos en un mismo nivel y negando así la existencia del patriarcado como sistema político, social y económico.

Todo sistema de dominación elabora una ideología que lo explica y lo justifica. El patriarcado no es la excepción. A través de la educación y la socialización primaria, las niñas se identifican con roles sumisos y los niños toman posiciones de supremacía como género privilegiado. Irán aprendiendo a justificar sus privilegios y el abuso que conllevan.

La violencia de género no es fácil de reconocer. Aún hoy, está socialmente invisibilizada, legitimada y naturalizada. El feminismo ha conseguido manifestar lo escondido y exponerlo en el debate político y social. Un informe del Comité de Naciones Unidas sobre la situación en España subraya su preocupación al constatar que persisten actitudes patriarcales y estereotipos profundamente arraigados respecto del papel y las responsabilidades de varones y mujeres en la familia y en la sociedad. Especifica que éstos son una de las causas subyacentes de la violencia basada en el género y exhorta a los Estados a tomar plena conciencia de todas las formas de violencia contra las mujeres.

La violencia de género está reconocida por la ONU como el crimen encubierto más frecuente del mundo. Es por ello que el reclamo no debe cesar ni deben detenerse las luchas cotidianas. No podemos dejar pasar las oportunidades que brindan fechas como el 25 de noviembre para reunirnos todas en las calles, en todas las ciudades del mundo y en especial en nuestra doliente América Latina y gritar al unísono: “Basta de violencia”, “Ni Una Menos” y “Vivas Nos Queremos”.

En palabras de la artista y poeta española Julia Otxoa:

“Me niego a creer

en un mundo regido tan sólo

por la persuasión de la espada,

en un tiempo cerrado y excluyente

donde ondeen gloriosas banderas hechas de mortaja.”


 

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